EL DIARIO MONTAÑÉS de 26 de julio de 1989
Preparada en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, en su breve etapa de periodista demostró con creces que vivía intensamente la profesión y que sabía ejercerla con rigor e independencia.
La muerte en plena juventud de Ana Reyero Hermosilla ha sobrecogido a cuantos la conocimos. Joven, con ganas de vivir y ejercer la profesión para la que tan exhaustivamente se había preparado en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, en su breve etapa de periodista demostró con creces que vivía intensamente la profesión y que sabía ejercerla con rigor, independencia y, sobre todo, con amor y responsabilidad por la función social que corresponde asumir en la sociedad moderna a los medios de comunicación.
Fueron los suyos unos pocos años de ejercicio profesional, porque el zarpazo de la muerte, esa enfermedad vieja y moderna que es la leucemia, segó drásticamente sus ilusiones por la profesión periodística e impidió que disfrutásemos de un quehacer periodístico en el que Ana Reyero estaba llamada a distinguirse. Conjugaba en su personalidad la alegría con la seriedad y una bondad enriquecedora que daba paso a un compañerismo ejemplar. A pesar de ser la de periodista una profesión de divisiones, y hasta de antagonismos personales, a Ana la queríamos todos porque se dejaba querer, y ejercía las virtudes humanas y cívicas que con ejemplar desvelo la inculcaron sus padres, Raquel y Carlos, tan apreciados en nuestra ciudad.
Ana Reyero se nos ha ido con el dolor de toda la familia periodística y de todos quienes la conocieron. Cuando hace unos seis años le comenzó a asediar la enfermedad y la muerte, Ana nunca perdió su fe en la vida y siempre atesoraba planes para volver al periodismo y reencontrarse con los problemas sociales y las gentes de su entorno. Pero no volvió a pisar la redacción del periódico Alerta ni a teclear en la herramienta inseparable del periodista. Poco a poco, pero de forma irreversible, fue debilitándose, cada día más amenazada por la cruel enfermedad, pero nunca dejó de sonreir y demostrar sus ganas por vivir. El tiempo atrás, sin embargo, corría vertiginosamente, y hace ya dos años que Ana Reyero apenas salía de su domicilio, salvo para acudir a Valdecilla y superar las crisis de su terrible mal.
Las últimas Navidades, quizás intuyendo que podías ser las últimas de Ana, varios compañeros –Nieves Bolado, Irma Cuesta, Isabel González Casares, José Ignacio Arminio y García Lahidalga– la enviamos un ramo de flores deseándola paz y felicidad, pero, sobre todo, la vida que comenzaba a faltarla, como un ejemplo hemos del cariño con el que contó Ana en su vida profesional de periodista, que, aunque dolorosamente breve, fue suficiente para ganarse el corazón de todos.
El sábado pasado, Ana Reyero sufrió la última crisis y ya no llegó con vida a Valdecilla. Sus últimas palabras, dirigidas a sus padres, conformaron el definitivo mensaje de una persona que conscientemente decía adiós a la vida en plena juventud. ¿Cómo resumir estas dolorosas líneas sobre Ana Reyero?. Recordando unas palabras que dejó escritas un viejo autor latino: “Los ríos silenciosos son los más profundos”. La vida de Ana Reyero fue silenciosa, por breve, pero profunda e intensa de amor y pasión por la profesión, la verdad y su familia.
En nombre de tantos que no la olvidan, descanse en paz para siempre Ana Reyero Hermosilla.