EL MUNDO-CANTABRIA de 23 de junio de 2011
Defendiendo que sólo la cabal dimensión del ayer permite que una sociedad se reconozca a sí misma y capte el sentido de lo inmediato, desde hace un tiempo se observa a nuestro alrededor un peligroso, creciente y, además, paradójico desconocimiento de la Historia. Esto ocurre cuando aparentemente más se divulgan, en términos populares, supuestos conocimientos históricos, lo que permite afirmar que a más información si cabe, menos sapiencia. O, lo que es lo mismo, a más herramientas comunicativas menos reflexión sobre los significados históricos.
Son no pocos los factores que influyen en el desconocimiento y, como novedad, en esa desesperante amnesia colectiva que parece haberse puesto de espaldas a un pasado de heroísmo, abnegación, sacrificios e imaginación creativa, que representa la historia de un pueblo que definió Cicerón como “el testimonio de los tiempos, luz de verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y anunciadora de lo porvenir”.
No hace falta insistir en el valor de la Historia constructiva y positiva y su conocimiento no aferrado a esquemas partidistas, sino guiada por criterios de estricto interés de comunidad nacional. Con esa virtuosidad y valores cívicos reconocidos, se edificó el espíritu nacional y la identidad por lo más próximo. La grandeza de España, a veces, se refleja paradójicamente con más fuerza en testimonios existentes en otros países, con toda seguridad por el hecho de que un necesario patriotismo no viene encontrando las mejores condiciones o unanimidades para proyectarse.
Pero tampoco se puede dejar de señalar otro elemento pernicioso que ha venido a sumarse en los últimos años: se trata de la renuncia, tan notoria en diversos sectores de la enseñanza, a cumplir con el papel de orientación acerca de un legado que no pertenece a nadie en particular, sino a la identidad española misma. O sea, a su sociedad. Ha habido en los planes de enseñanza cambios que se introdujeron como novedad plausible, cuando en realidad otros países estaban de vuelta de experiencias semejantes por haberlas considerado inútiles y negativas. Se subsumió a la Historia dentro de un vago conjunto generalizador (falsas diferencias forzadas) que ha caído en la lastimosa situación de que son muchos los jóvenes que terminan su formación académica con un gran desconocimiento de hechos históricos que, forjados a base de duro sacrificio, garantizan el progreso y la libertad de las que disfrutamos.
También han gravitado cierto maniqueísmo oficial, que alienta una visión sesgada y banderizada de lo pretérito, la remoción necrófila de personajes remotos o relativamente recientes para convertirlos en trofeos teñidos de intereses ideológicos y, lo que es peor, a veces más subalternos aún. Hasta la mirada pueril hacia figuras y procesos produce una sensación de hastío a quienes lastiman el uso retorcido de lo que merecería ser examinado con respeto y espíritu de verdad.
No hace falta recurrir a estudios de investigación o encuestas sobre el conocimiento de la historia. Cuando se pregunta a jóvenes escolares o a universitarios sobre hechos históricos o grandes protagonistas de nuestra historia, nos encontramos, por lo general, con un gran desconocimiento. Sólo conocen lo que es más mediático. Una explicación razonable nos dice que algo muy serio está ocurriendo con el modelo de enseñanza que deja como indocumentados históricos a muchos escolares y, otro, que quienes responden con certeza demuestran su capacidad para ubicarse en el tiempo y expresan el grado de admiración por figuras de nuestro pasado a raíz de que en la edad juvenil habían sido formados por una escuela que, con sus méritos y fallos, además de inclinaciones ideológicas, todavía brindaba servicios educativos de apreciable significado capaz de inculcarnos valores históricos que hoy han quedado relegados.
Hoy, desde nuestro punto de vista, no sólo lo expuesto en cuanto a ignorancia de biografías y de hechos puntuales, reviste preocupación; estimo de especial gravedad la pérdida de noción en muchos ciudadanos de la secuencia temporal, de tal manera que la instalación del hombre común en el mundo histórico es cada vez más endeble y la consecuencia de ello es no saber dónde se está y quién se es; en resumen, se trata no solo de desorientación sino de perplejidad existencial. ¡De falta de necesario arraigo!.
Es el momento, pues, de plantear actuaciones y de volver a tesis como la de don Marcelino Menéndez y Pelayo, cuando sentenció que “Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte; puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión, de ingenio y hasta de genio; y serán como relámpagos que acrecentarán más y más la lobreguez de la noche”. Pero también a otras reflexiones que nos sitúan en otra perspectiva de parecido significado sobre lo que tratamos: «Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir». Me pregunto si no es ésta la anticipada visión pragmática de Tucídides…
En el sentido actual, considero que un historiador con formación periodística tiene la posibilidad de trabajar en la “historia del presente”, dando sentido en el tiempo a los fenómenos políticos, sociales y económicos que constituyen la materia prima de la información de actualidad. En algunas de las teorías de Riszard Kapuscinski, encontramos la manera por la que el periodismo puede producir y divulgar conocimiento histórico. Y así, en un futuro, poder colaborar en la formación de la conciencia histórica de sectores más amplios de la población.
Así lo ha reflejado con su trabajo y forma de entender la relación entre periodismo e historia, este pensador y periodista que destacó entre los más sobresalientes de nuestro tiempo: “…Ser historiador es mi trabajo (…) estudiar la historia en el momento mismo de su desarrollo, lo que es el periodismo (…) Todo periodista es un historiador. Lo que él hace es investigar, explorar, describir la historia en su desarrollo”. Independientemente de cierta polémica sobre elementos de ficción, el gran periodista, pensador e historiador polaco, nos merece adhesión su papel contribuyente del periodismo para actualizar la historia.
Pienso en el valor más importante del pasado inmediato y las dificultades que tiene el historiador para elaborar la historia más reciente al estar sometido a los influjos del mundo actual, el mundo en que vive, la sociedad que le rodea. Mostrar un punto de vista objetivo es ciertamente difícil, pues entran a tomar parte del estudio los conflictos e intereses del propio historiador. Pero caben siempre estas preguntas: ¿qué historia no tiene unos tintes subjetivos? o ¿qué relatos no muestran la posición o ideología de su autor?. Tal vez sea la historia más inmediata, a pesar de vivir el historiador en el propio contexto que estudia, la que tenga unos tintes más subjetivos, pues su capacidad de inventar o relatar libremente hechos que sucedieron queda prácticamente eliminada.