EL MUNDO-CANTABRIA de 8 de septiembre de 2013
¿De donde procede la identidad de Cantabria? Nada se entiende sin unos mínimos conocimientos de historia, algunos tan lejanos que nos llegan hasta hoy. Familia, indianos, foramontanos, sacrificios, capacidad creadora, aventura… son algunos de los conceptos que como rasgos diferenciadores solo se pueden entender desde la visión de todos esos cántabros de la diáspora que tanto han contribuido a la construcción de una historia común. Esos cántabros o montañeses desde los confines de su destino, se definieron siempre como hijos atados visceralmente a esta tierra, que como los árboles que tienen las raíces bien hundidas en el mantillo rico de su origen, desplegaban al mismo tiempo las ramas altas al viento de su tiempo y de la historia.
Del conjunto de cántabros que hicieron grande la tierra cántabra y montañesa desde todas sus facetas y ocupaciones, destacamos a la familia De la Serna, descendientes directos de Concha Espina. Fallecido Víctor de la Serna y Espina, a finales de los cincuenta, con el paso del tiempo nos han dejado tres de sus hijos más vinculados a Cantabria desde las artes del periodismo y la diplomacia: Víctor de la Serna Gutiérrez-Répide, un montañés que rebosaba humanidad y que falleció en 1983 tras ostentar el honroso título de Senador Real; Alfonso, excelente diplomático, embajador de España en Suecia y Marruecos, de extraordinaria cultura, y Jesús, considerado maestro de periodistas por su reconocida influencia en el periodismo español. Cada uno desde su perspectiva y posibilidades, aportaron prestigio a su tierra natal, favoreciendo su progreso desde una estrecha vinculación que mantuvieron sin rupturas.
La desaparición de Jesús de la Serna -en el año del sesenta aniversario de la publicación de la última novela de su abuela-, nos trae a la memoria la importancia de esta familia que durante más de medio siglo ha estado presente en el periodismo madrileño, siempre atendiendo los problemas de su tierra de origen. En todas sus facetas, manifestaciones y presencias dejaron patente ese compromiso, que renovaban cada año en su reencuentro con los paisajes cántabros y que se enriquecía de nostalgias y grandezas en Luzmela o en el inicio de la ruta de los foramontanos.
Con estos antecedentes familiares, no es de extrañar que Jesús sintiera desde muy joven la vocación de periodista, -a pesar de estudiar Naútica, una pasión marina de José del Río Sainz, Pick, otro gran periodista- profesión a la que ha dedicado más de medio siglo y de la que en los últimos años se fue alejando poco a poco entre honores y reconocimientos. Ya su abuela, con doce años, comenzó a escribir versos y a instancias de su madre -única conocedora del secreto- envió una de sus composiciones poéticas, bajo el seudónimo Ana Coe Snchip, al diario El Atlántico –periódico de altos vuelos literarios- de los Gutiérrez Cueto, originarios de Cabezón de la Sal. De su padre siguió también la profesión y los primeros trabajos de Jesús de la Serna aparecieron en el diario madrileño Informaciones, en los años cuarenta. En 1948 se incorporó como redactor a La Tarde, periódico fundado por su padre y en el que firmó con el seudónimo de Don Chucho.
De la Serna pasó en su trayectoria profesional por los periódicos más importantes de la capital de España, desde el diario Pueblo en el que fue director adjunto, hasta el también vespertino Informaciones, que dirigió brillantemente y, finalmente, El País. Su dirección de Informaciones (1968-78), representó una esperanza de aperturismo a través de un periodismo de altura y audaz que no estaba reñido con la prudencia, pero que intentaba forzar al máximo el estrecho sendero informativo que permitía el viejo régimen. Aquél vespertino a una tinta, sin grandes alardes tipográficos, con rigor y equilibrio de contenidos y titulares, manifestaba la profesionalidad con la que era elaborado para derramar su influencia en sectores que ya mostraban su inquietud y aspiración por llevar a España hacia rutas modernizadoras.
Al frente del vespertino madrileño, Jesús de la Serna creó escuela ya que un buen número de grandes periodistas comenzaron el encuentro con la profesión bajo sus enseñanzas y directrices. En tiempos revueltos y complejos, Jesús de la Serna demostró su categoría profesional al impulsar un diario moderno en cuanto a contenidos, destacando sus suplementos entre los que recuerdo el de cultura que cerraba con los Cuadernos de la Romana del escritor Torrente Ballester y, el económico que, editado en páginas amarillas, coordinó durante algún tiempo Eduardo Barrenechea, un periodista lebaniego que comenzó a percibir la trascendencia de la información económica.
Contando con el apoyo de su hermano Victor de la Serna como presidente del Consejo de Administración y del también cántabro Pedro Crespo de Lara -que ha narrado en un libro la vida y vicisitudes del vespertino-, logró un modelo de periódico que conectó con las inquietudes del mundo de la Universidad en cuyo campus comenzaban a movilizarse energías en defensa de una ruptura política con el franquisimo, así como de un segmento de opinión pública que, aunque todavía minoritario, mostraba una gran sensibilidad e identificación con los cambios que se vislumbraban en los inicios de la década de los setenta.
Hace ya más de dos décadas que escribí un artículo sobre las cartas credenciales de esta familia montañesa, con referencias personales sobre Víctor, Alfonso y Jesús. Víctor, el mayor, me presentó uno de mis primeros libros en Madrid en un acto en el que sin renunciar a sus esencias castellanas, comprendía el proceso autonómico cántabro por el deterioro progresivo de la región y el abandono centralista que estaba llevando “contra las cuerdas” a sus gentes. Fiel a la grandeza de su padre, no olvidó desear a los cántabros “desarrollarse, vivir en paz con su trabajo y esfuerzo para gloria de España y de su región”.
Alfonso, el embajador de España, demostraba una sabiduría poco común, además de ejercer y cultivar con arte diplomático las relaciones humanas. En 1995 escribió una obra -Visión de Cantabria- en la que evoca el origen montañés de Lope de Vega, Calderón de la Barca y Quevedo, escribiendo que Cantabria siempre ha recordado a todos estos egregios «nietos» de su tierra, y en el siglo XIX, cuando se produce un cierto «renacimiento» cultural en Santander, los más esclarecidos ingenios de la ciudad no dejan de tenerlos en cuenta como si fueran una partida en el «haber» de la cultura montañesa y, en todo caso, como un espejo brillante del árbol genealógico de la gente de Cantabria.
Esta recorrido humano lo acaba de cerrar Jesús de la Serna, que como su padre y sus hermanos nunca postergó sus raíces cántabras, de las que siempre hizo manifestación de orgullo. Su influencia en los medios de comunicación, permitió que en ocasiones se conociera nuestra realidad, así como las carencias que durante décadas han estrangulado muchas de las posibilidades de un mayor desarrollo para la comunidad cántabra. Ejerciendo de montañés y cántabro, en su andadura nunca buscó honores sino cumplir con el deber de hacer un periodismo serio y solvente como la mejor forma de honrar la memoria de sus antepasados.
De estos grandes personajes -hijos de Cantabria en la diáspora- me queda el recuerdo de encuentros amistosos en Madrid, Comillas y Ontoria, en los que siempre percibí su alta categoría humana y profesional, valores que ennoblecen y definen a una ilustre familia cuyas cartas credenciales arrancan en el siglo XV.