EL HERALDO DE ARAGÓN de 12 de mayo de 1980

Tregua para el centro político de Suárez

Mientras el PSOE ha cumplido su primer centenario, la Unión de Centro Democrático ha nacido prácticamente ayer y parece a veces con la indócil fragilidad de un niño que necesita la mano del padre para andar por la vida.

En estos últimos días, como se esperaba, se han producido cambios en el Gobierno y pronto, al parecer, se van a reflejar en la estructura del partido que ostenta las tareas gubernamentales. Ahora, lo de menos es el nuevo Gobierno, la biografía de los nuevos ministros. El interés se centra en si va a existir un cambio en la filosofía de gobernar y si la solución a esta crisis (en principio de partido, que alteró el equilibrio de fuerzas en el Gabinete Suárez) hará posible, todavía, la supervivencia de la alternativa política del centrismo en España. Y a esto voy a referirme, esencialmente, pues resulta imposible –y lo imposible en política suele ser estúpido- sustraerse al comentario de la crisis que mucho antes del referendum andaluz está incidiendo en el partido de Adolfo Suárez.

Si España ha sido o no como afirmó John dos Pasos “el vano intento de meter un taco cuadrado en un agujero redondo”, será tarea que deberán dirimir los historiadores, o esto, averígüelo Vargas, que es frase hecha. Lo cierto es que desde las Cortes de Cádiz acá hemos estado afanándonos en la creación de un centro, y aquel de 1812 fracasó no sólo porque lo rechazó el Rey, sino porque, elaborado en el reducidísimo reducto gaditano, estaba solo hecho por selectos y era demasiado avanzado para su tiempo.

El Centro quiso más tarde y tras la caída de Espartero, organizarlo en general Narváez, pero le hizo fracasar su durísimo y castrense temperamento. Más avanzó en tal sentido O´Donnell con su Unión Liberal, hecha cuando el liberalismo estaba en su cénit; pero lo que un crítico llamó “la familia feliz” se desplomó, porque con la cabecita de serrín de Isabel II era imposible crear nada nuevo y duradero.  No trato de formar un Centro don Antonio Cánovas del Castillo sino de agrupar a los partidos conservadores y del centro estuvo más cerca Sagasta, que no llegó a ser un genio, pero que comprendía tan bien al os españoles de su tiempo que pudo mantener en pie el edificio de la Restauración y trasmitir la corona a Alfonso XIII después de haber sido ministro con el general Serrano y con Amadeo, lo cual no le impidió ser siempre un hombre muy consecuente.

Acaso el último intento serio de hacer un centro no anclado en la vieja derecha hasta sido el de don José Canalejas, pero lo truncó en 1912 la bala de un fanático. No hay que acercarse más a nuestra época, porque no se puede contar como experiencia de centro la que maquinaron en dramática soledad Portela Valladares y Alcalá Zamora, intento que concluyeron en lo que todos sabemos.

En la España actual, el Centro que se inscribió aquel 3 de mayo de 1977 en la Junta Electoral, ha cargado sobre sus espaldas con el mayor peso de la transición.  Desde noviembre de 1975 España había entrado en un gran vacío por el hueco dejado por el árbol seco que yacía faraónicamente en el Valle de los Caídos. Solo el Rey y poco más estaban en el secreto de ese dramático vacío que era urgente llenar, porque un pueblo no se gobierna desde la nada, desde la desesperanza, desde las leyes que habían perdido vigencia y contenido. Lo viejo era, como en el verso de Machado:

 “…Una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana”.

Y en esa España, que parecía vigente, resulta que todo estaba carcomido, cual esas vigas que hacen como que sostienen un edificio, pero que han sido devoradas internamente por las termitas.

Así era España en los críticos días que nació la idea de formar un gran centro, cuando Suárez llega al poder llamado desde las normas de la ley vieja,  pero para hacer la nueva y para poner a España otra vez en pie y en el camino. Siempre hace falta una ruta de Damasco y el rayo que cae de pronto y revela los horizontes nuevos que sustituyen a los que han perecido. Visto desde la distancia, nadie mató al viejo sistema español, que como cedro abatido por los años se desplomó en cuanto sopló sobre él el espíritu renovador  del cambio.

Un día escribió Ortega que “los que antes pasaron siguen gobernándonos y forman una oligarquía de la muerte, que nos oprime”. Sin traumas y sin sangre, Suárez acabó con aquella oligarquía. La democracia llegó con la misma sencilla naturalidad con que surge el alba y aparece el día. Fue cuando nació otra España que heredó de la vieja problemas terribles, hasta que la España oficial coincidió con la España vital y ambas, todavía en pie, afrontan la tormenta del mundo en que vivimos. En cuatro años nada resultó fácil, pero nada tampoco fue imposible.

Por eso el Centro –que está en crisis- hay que concederle una tregua de confianza. Los gobernantes, el Parlamento, llevan  sobre sus espaldas un peso terrible, porque la situación mundial no ayuda en nada a la eclosión de una democracia próspera y pacífica. El precio del petróleo desafía a las más fuertes economías, el separatismo es el durísimo precio que se paga por siglo y medio de irracional centralismo.

Tener hoy el poder no es lecho de rosas, sino parrilla de San Lorenzo donde el político se abrasa un poco cada día. Ni siquiera el terrorismo, esa plaga de nuestra época, ha podido contener a la democracia española, cuando su fin era paralizarle desde los que buscan vanamente un Pavía debajo de cada piedra y sólo encuentran un Ejército disciplinado y propio de su tiempo.

Es cierto que hoy son más los lanzadores de piedras contra Adolfo Suárez y su Centro político. Pero hoy, también, el gran desafío es que esta España no se repliegue desengañada, sobre sí misma y torne a la vida hueca de la primera restauración. El presidente español está pagando las críticas del peso de las riendas del poder y las de un partido político que, sin antecedentes históricos, tienen en cada jornada que hacerse a sí mismo. Mientras el PSOE ha cumplido su primer centenario, la Unión de Centro Democrático ha nacido prácticamente ayer y parece a veces con la indócil fragilidad de un niño que necesita la mano del padre para andar por la vida.

En esta hora, la crisis –ya solucionada a nivel gubernamental- es una crisis que alcanza –Felipe González lo ha dicho- al país entero. La desilusión que puede estar justificada en nuestros jubilados, en las clases bajas y medias, en ese millón largo de parados, en los jóvenes, no puede convertirse en dejarlo todo a su suerte y abandonar el barco de la democracia.

Creo, sin embargo, que se ha logrado salvar parte de la carga en esta crisis, pero también se ha perdido lastre. Ahora costará mucho más mantener la nave a flore y preservar su rumbo. Estamos en una confrontación constante que erosiona al Gobierno sin beneficiar a nadie. Corremos contra reloj.

Otorguemos un poco de confianza el Centro y a Suárez aunque sólo fuera al pensar en ese siglo y medio de querellas inciviles y de romperse la crisma entre los extremos.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
El Heraldo de Aragón de 12 de mayo de 1980