ALERTA, 16 de febrero de 1997

Secretos de la Transición

Ex-ministros de Suárez y políticos franquistas reflexionaron en Santander sobre la ley para la reforma política aprobada hace veinte años.

La sociedad española era en 1975 muy distinta de la de cuarenta años antes. Tras el importante crecimiento económico y la significativa mejora de condiciones de vida en la década de los sesenta, el régimen político entonces vigente acusó su incapacidad para acometer un desarrollo político en periodo de bonanza; reformas políticas que debieron afrontarse años más tarde con el inicio de la etapa de la Monarquía –siendo presidente del Gobierno Adolfo Suárez– en condiciones económicas mucho más difíciles. Sin embargo, la transición política a la democracia fue posible desde las consecuencias favorables de las reformas económicas que impulsaron los tecnócratas a quienes encomendó Franco la gestión de los ministerios económicos en vísperas de la década prodigiosa de los sesenta,  que en pocos años posibilitaron la consolidación de una amplia clase media.

Esta fue, a mi juicio, una de las conclusiones más destacadas del seminario que sobre la ley para la reforma política que aprobada en referendum, hace algo más de dos décadas, se celebró hace unos días en la capital cántabra bajo el patrocinio de Caja Cantabria y la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. Personalidades distinguidas de aquel momento político en el que el Gabinete Suárez logró el éxito de la reforma  por encima del inmovilismo o la ruptura, se dieron cita en este encuentro el entonces vicepresidente político Alfonso Osorio, Landelino Lavilla, Fernando Suárez, Abril Martorell, Gonzalo Fernández de la Mora, y Raul Morodo entre otros, nos ofrecieron sus puntos de vista sobre esa etapa crucial de la historia de España sobre la que prácticamente todos los conferenciantes coincidieron también en esta apreciación: el Gobierno Suárez, que inició su gestión en julio de 1976, modeló bien los tiempos trabajando desde el primer momento con unos objetivos concretos y un calendario, finalmente cumplido, que anunció en su primera declaración la convocatoria de elecciones libres en el plazo de un año.

Tuve la oportunidad de escuchar en un almuerzo reducido a los principales protagonistas de aquellos primeros meses del Gobierno Suarez: Osorio-Abril Martorell-Landelino Lavilla, que desde el gobierno impulsaron la Ley para la reforma política y Fernando Suarez, ex-vicepresidente en la etapa de Franco y que, como procurador en Cortes, fue ponente de la Ley y apoyó decisivamente su éxito en el difícil paso por la Cámara de la representación orgánica del anterior régimen. Manifestaciones, convicciones y confidencias, de todas ellas quisiera concretar las siguientes reflexiones:

 

1.- Mientras la prensa extranjera celebraba la casi nominación de Areilza para suceder a Arias Navarro en julio de 1976, desde dentro del sistema se sabía que el entonces ministro de Exteriores era el candidato imposible. En la sobremesa existió coincidencia generalizada: José María de Areilza no hubiera sido un jefe de gobierno capaz de convencer a las Cortes sobre el contenido de la reforma. Se le veía como enemigo y si el Rey hubiera apostado por su candidatura, la vía para alcanzar la democracia sólo podría conducir se por otros caminos. No desde dentro del sistema, sino fuera del sistema, con riesgos imprevisibles.

2.- Adolfo Suárez era el candidato perfecto: tenía la confianza de las viejas Cortes y estaba en sintonía con los objetivos democratizadores de la Corona. Suárez encontró, además, la ayuda de Osorio para formar un Gobierno hacia el centro, pilotado por democristianos que habían planteado, aunque tímidamente, una reforma del régimen anterior.

En la primera declaración al pueblo español, Suárez diseñó su reforma demostrando que nada se improvisó en aquel proceso, a pesar de que los atentados y asesinatos más sangrientos de los terroristas se cometerían cuando el Gobierno tomaba decisiones democratizadoras en Consejo de Ministros.

3.- La declaración programática del Gobierno a los diez días de constituirse el Gabinete, recogió muchos de los derechos dos años más tarde asumidos por la Constitución Española. Esta tesis de Alfonso Osorio reafirma que el Gobierno sabía lo que quería y que sus propuestas eran realistas como seguras, y que aquel Gabinete que se bautizó de “penenes” demostró el bagaje intelectual y coraje político precisos para diseñar y culminar la operación reformista.

4.- Adolfo Suárez no engañó al ejército sobre la legalización del Partido Comunista. Los ex ministros de Suárez fueron contundentes: el Jefe de gobierno en su reunió de septiembre de 1976 con la cúpula del ejército para informar de la reforma fue categórico al señalar que con los estatutos del PCE en aquel momento vigentes, era imposible su legalización. Los comunistas adecuaron posteriormente sus estatutos y tras no observar el Tribunal Supremo transgresión del Código Penal, el Gobierno procedió a su legalización. Los ex ministros valoraron la personalidad del ministro de Marina, Pita da Veiga, que dimitió por aquellos días, no tanto por su discrepancia con la legalización del Partido Comunista como por su incomodidad en el Gabinete tras el nombramiento de Gutiérrez Mellado como vicepresidente.

5.- La operación reformista tuvo sus momentos más difíciles con el secuestro de Oriol y Urquijo y los asesinatos de Atocha, pero ambos sucesos no aportaron al Gobierno de su voluntad de llevar a efecto la transformación política de España, que era firme: la decisión de hacerlo desde la vigente legalidad, que fue clara; y la fe sobre la posibilidad de lograrlo, que se demostró cierta.  El ex ministro de Justicia, Lavilla, cerró estas voluntades con el relato de las acciones complementarias e inexcusables que el Gobierno de Suárez acometió: a). Cerca de las propias instituciones existentes, con dos orientaciones diversas, según se tratara de sus miembros en posición continuista y reticente o de quienes estuvieran en actitud reformista; b). Cerca de la oposición, bien constituyera una realidad política externa al régimen y en polémica frontal con él, bien expresara actitudes críticas disidentes, en todo caso democráticas y con efectiva presencia en la realidad política española de los últimos años por mesura propia o por tolerancia ajena y, c) cerca de la opinión pública, de sus agentes influyentes y de su soporte popular.

 

Hace algo más de veinte años votamos la reforma política que fue el afortunado castillo de proa de la nave en que arribamos a la ribera de la libertad y la democracia. En este puerto estamos.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
Alerta, 16 de febrero de 1997