PUEBLO, 17 de noviembre de 1980

Safaris contra Suárez

Al Jefe de Gobierno no se le acusa por sus errores; es decir, que lo que está en juego no es una crítica más o menos solvente, sino exclusivamente un enconado afán de desgaste para revelarle de su liderazgo.

Al menos para quien esto escribe todo está muy claro: cierta oposición, intrigantes de turno, consortes de políticos con poco chance apelado del coche oficial, subversivos de ayer, nostálgicos de hoy,envidiosos…toda una gama, en fin, de amantes, hijos o aspirantes al Poder están descubriendo sus objetivos: cargarse (sí, hay que utilizar esta palabra con toda su carga explosiva) al Presidente del Gobierno, si es posible antes del comienzo del nuevo congreso del partido en el Gobierno, no sea –pensarán los protagonistas de estos descarados safaris dialécticos- que Adolfo Suárez sea confirmado aplastantemente como líder de los centristas españoles.

La campaña no es nueva ni puede cogernos desprevenidos. Son casi los mismos que anteriormente utilizaron el “Suárez, no” o quienes le declararon aspirante a “montar el caballo de Pavía” en la primera ocasión. Los mismos, también, que calificaron de “fontanero” el trabajo de sus consejeros, que son muchos menos de los que tiene cualquier jefe de gobierno en Europa, pero todo con tal de hablar de algún oculto o nunca probado Wattergate, o la pólvora mojada de cierto intransigente del papel afanado en descubrir “cuentas extrañas en bancos”, en suma, toda una serie de maniobras a todas luces que por su insistencia, torpedeo y regularidad se vienen lanzando a la opinión pública para sorprender a los más incautos.

Ciertamente no se encuentra explicación lógica a este “complot” del papel y de la dialéctica, aunque se sospecha que a Suárez no se le acusa por sus errores; es decir, que lo que está en juego no es una crítica más o menos solvente, sino exclusivamente un enconado afán de desgaste para revelarle de su liderazgo. Que el Gobierno no gobierna, ya sabemos quién inventó esta cantinela; que el Ejecutivo es responsable del terrorismo, se sabe el nombre de quien se escuda en su inmunidad parlamentaria para lanzar estas gratuitas y punibles acusaciones, como también sabemos como y por qué el ataque ha bajado hasta rayar la mezquindad, la ridiculez y el mal gusto propio de un estilo pandillar y de bario de que “yo tengo más “c…” que tu”, y todo, claro, por no disfrutar ya de las mieles del poder, que es lo que, parece, más duele a ciertos orgullos, ahora al parecer mal pagados.  Pero nada se arregla apelando a que Suárez asista a los funerales de un militante de UCD asesinado en el País Vasco, porque aquí, señores, no hay muertos de primera ni de segunda, ni tampoco Suárez puede fijar su residencia en un hotel al lado de un cementerio de una provincia vasca. Quien confunda los “c…” con la valentía está muy confundido, y el presidente del Gobierno desde una ación que puede ser discutida pero que es seria y responsable, no puede dramatizar más la vida de España, ya de por sí suficientemente seria y grave.

Hace quince años los etarras era cuatro; en 1973 ya lograron asesinar a un jefe de Gobierno y, cuando el franquismo expiraba, ETA era prácticamente  un ejército de guerrillas bien organizado, excelentemente dotado y descaradamente apoyado por países de la esfera marxista. Se quiere crucificar a un hombre cuando esta guerra es de todos y es bien sabido que la preparación de los cuerpos del antiterrorismo es necesariamente lenta, pues cualquier paso en falso, una mala información o una estrategia mal planeada puede echar por tierra lo que ha costado meses y meses organizar. Nadie de la clase política quiere más que Suárez acabar de una vez con el terrorismo, porque ningún jefe de gobierno desea ver bañado en sangre, sangre inocente, su mandato constitucional.

Estamos de acuerdo y hay que admitir que en España existe un desprecio por el liderazgo que ha revestido, en ocasiones, unas características singulares. Una parte de nuestra colectividad tan propicia y generosa a la hora de encumbrar y aun de mitificar a sus líderes y héroes, se muestra implacable cuando cree que ha llegado la hora de destruirlos sin tener en cuenta los intereses de la mayoría.  Pero esto no justifica esta especie de safari dialéctico –a veces brutal-  contra los que mandan o triunfan. Este morboso deporte, inofensivo para los diletantes, pero cruel, ha causado daños a veces irreparables para un país, como el nuestro, tan apasionado. Solo con recordar que en poco más de un lustro tres jefes de Estado españoles, murieron sucesivamente en el exilio (Alfonso XIII, Alcalá Zamora y Azaña) nos dice que difícilmente otro país del mundo occidental pueda ofrecer un palmarés tan fulgurante y siniestro  de inestabilidad y de voracidad política.

No vamos a decir que Suárez no cometa errores. Nadie de la clase política actual está exento de estar en un mal momento. Pero de ahí a llegar a pedir un nuevo líder en el partido en el Gobierno (¿es que la opción no corresponde a sus militantes?), hasta señalar que le falta lo esencial de cualquier hombre al venir a este mundo, va el disparate y hasta el insulto.

Hace casi cinco años, alguien tuvo el valor de colocar a un hombre casi desconocido al frente de la transición. Ese mismo hombre ha ganado dos elecciones, tiene la confianza de la mayoría del Parlamento y está legitimado para gobernar constitucionalmente hasta 1983. Su designación para formar el primer Gobierno puede considerarse hoy como un dato de gran valor que desbordó toda suposición de prudencial. El mismo valor que Suárez demostró al ponerse al frente del cambio en una operación que era abrumadora para los entendidos. El desencanto que flota hoy en el ambiente no viene solo de La Moncloa, sino también de otros centros deseosos de acabar con su actual inquilino y tener luz verde para llegar al Poder. Las crisis abruman al más pintado pero la respuesta desde 1976 para acá ha sido siempre valiente. Porque ya solo faltaba que se ignore la gran labor desarrollada por Adolfo Suarez para la transformación de una dictadura en un sistema democrático, como también sería injusto desconocer la contribución prestada por otras personas hoy protagonistas importantes de la vida parlamentaria española.

Claro que los protagonistas de este safari nos tienen que decir por qué “Suárez, no”, quien tiene los votos para sucederle y, si en el fondo, no están buscando poner a España en esta situación comprometida y provocar unas nuevas elecciones generales. La búsqueda del Poder es a veces u rosario de insensateces. Espero que el sueño del Poder no les ciegue más.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
Pueblo, 17 de noviembre de 1980