12 de marzo de 2011
A través de la edición digital de El Diario Montañés hemos conocido la triste noticia del fallecimiento de don Julián Pelayo Herrero a la edad de 84 años, triste noticia que pone de luto al decano de la prensa regional y, en general, a la profesión periodística de Cantabria.
En estos momentos son muchos los recuerdos que se nos amontonan sobre su figura, siempre afectuosa y elegante en virtudes humanas y profesionales, desde que en los inicios de los años setenta comencé desde Madrid mi relación con el periódico, cubriendo informaciones -algunas de alcance deportivo- que Julián siempre me recogía en su deseo en todo momento de elevar los contenidos del periódico.
No hace más allá de un año que conversamos largamente y le pedí sus impresiones y experiencias en El Diario para completar un trabajo sobre el periodismo de Cantabria desde la llegada de la primera imprenta, entregándome a los pocos días unas notas que tienen para mi un gran valor. Desde aquella conversación y lo que con el tiempo pude comprobar, quiero ofrecer una visión de urgencia sobre lo que Julián representó en el periodismo y, en concreto, dentro de la redacción de El Diario, periódico en el que ingresó en 1944 pasando por distintas funciones y responsabilidades, desde sus talleres hasta llegar, un año después, a la redacción en la que se especializó en información deportiva, tiempos en los que el rotativo estaba dirigido por Manuel González Hoyos.
Allí, en la redacción de la calle Moctezuma en la que se instaló la redacción y los talleres tras el incendio de 1941, Julián Pelayo se encargó durante muchos años de coordinar el peso informativo de las páginas deportivas, especializándose en remo y ciclismo. De aquellos tiempos queda el recuerdo de un periodista con un estilo claro y con brío que no aspiraba a la literatura sino a informar y narrar la actualidad de forma amena y bien escrita. O sea, conjugar con inteligencia y no menos pasión por la profesión, sujeto, verbo y predicado.
Julián Pelayo, como los periodistas de su generación, vivió todas las excepcionalidades de la época: la falta de papel y la baja calidad del que se recibía, el control de la censura con el envío de las galeradas a medianoche para su supervisión por la autoridad gubernativa, además de un periódico que tenía, en los años cincuenta, tantos suscriptores como ventas en la calle. Eran tiempos para subsistir y esperar a que llegaran momentos menos duros, como significó la Ley de Prensa de Fraga con la eliminación oficial de la censura -que no de otros controles-, etapa en la que El Diario afrontó el cambio de formato de sábana por el actual, alcanzado en la breve etapa de dirección de José Aurelio Valdeón. En todos estos acontecimientos participó en primera línea Julián Pelayo, siempre volcado en defender su futuro.
Con medios técnicos muy limitados frente al entonces poderoso competidor, el Alerta, diario perteneciente a Prensa del Movimiento, Julián Pelayo mantuvo en el más alto nivel competitivo la información deportiva a la que años después se incorporó uno de sus más activos colaboradores dentro de la sección, Jesús Martínez Teja, además de contar con un buen plantel de colaboradores: desde Juan Manuel Cuevas Monasterio -el recordado Nel– con las informaciones del Racing hasta Marcelino Ortiz Tercilla, con la actualidad del vernáculo deporte de los bolos, además de otros nombres que ponían actualidad a las diversas modalidades deportivas.
Un activo Julián Pelayo que se especializó, además, en motor que era un sector industrial y comercial en crecimiento que le permitió durante muchos años mantener y dinamizar una sección propia, con suplementos que generaron importantes ingresos al periódico que padecía una situación económica siempre deficitaria, con muchas dificultades para abonar la nómina de cada mes a sus periodistas y trabajadores. También Julián Pelayo perteneció a la redacción de Hoja del Lunes durante quince años -coincidiendo con las etapas de dirección de Julio Jenaro Abín y Florencio de la Lama Bulnes- y en su larga vinculación a El Diario vio pasar por el despacho de dirección a González Hoyos, José Antonio Gurriarán, José Aurelio Valdeón, Florencio de la Lama, Miguel Ángel Santamaría, Ramón San Juan y, finalmente, Manuel Ángel Castañeda con quien tan estrechamente colaboró en superar las serias dificultades del rotativo fundado en 1902.
Cuando en los años finales de los setenta el periódico estuvo a punto de desaparecer al decidir el Obispado desvincularse de su accionariado, Julián Pelayo con el apoyo de todos sus compañeros hizo de interlocutor con el Obispo de la Diócesis, Juan Antonio del Val, con quien pudo contactar y mantener, a continuación, reuniones periódicas gracias a los buenos oficios de su buen amigo, el sacerdote José Luis Agüero, párroco de El Cristo. Con esta vía abierta y una línea conjunta de actuación con el redactor, Manuel Ángel Castañeda, después director, interesó a un grupo de políticos vinculados a UCD – Justo de las Cuevas, Leandro Valle, José Antonio Rodríguez, Mariano Linares, Alberto Cuartas, Roque Manresa y Félix Hinojal, entre otros- por adquirir el medio que se encontraba en una situación desesperada en ventas e ingresos publicitarios. Esta alternativa significaría la salvación de Editorial Cantabria, empresa editora a la que la nueva propiedad potenció con medios económicos suficientes para evitar la desaparición (la carga de las deudas con Hacienda y Seguridad Social eran importantes), logrando su vinculación a grupos periodísticos en alza en los años ochenta.
En aquella etapa de transición, Julián Pelayo ejerció de gerente y su objetivo, en todo momento, se centró en asegurar los ingresos necesarios para abonar cada mes la nómina de todos los protagonistas de Editorial Cantabria, evitando que la empresa entrara en crisis total. Era ya un tiempo de renovaciones no sólo en el contexto general del país, sino en la jubilación de nombres destacados de su redacción y talleres y la llegada de jóvenes periodistas que aportarían nueva savia y otro periodismo.
Se puede decir, por tanto, que Julián Pelayo fue una persona decisiva en el antes y después de la modernización del periódico, pero sobre todo en la compleja transición iniciada por el rotativo para convertirse, en pocos años, en el líder de difusión de la prensa cántabra. Pelayo sintió siempre el periodismo deportivo y fue todo un ejemplo de trabajo, dedicación y esfuerzo diario por mantener un periódico que atravesó serias dificultades de viabilidad en los años setenta.
Una vez que vio culminadas sus aspiraciones periodísticas, Julián asumió tareas de dirección publicitaria, siendo un referente como relaciones públicas del periódico, ya entonces instalado en La Albericia. A través de sus hijos -vinculados en cargos directivos en El Diario– mantuvo en todo momento la referencia periodística de permanente lazo de unión con su periódico de siempre con el que se identificó plenamente y por el que luchó en los momentos de mayores incertidumbres, despejando los temores de su desaparición. Sin duda, Cantabria pierde un gran periodista y El Diario un protagonista importante de la historia de sus últimos sesenta años, larga etapa de la que casi cuatro décadas las dedicó al periodismo con una entrega absoluta, diría que “religiosa”, tan profunda como eran sus convicciones cristianas.