ALERTA, 6 de agosto de 1993
Pocas veces el progreso necesitará mirar hacia atrás para seguir avanzando, como cuando se trate de dar cuenta de la tradición y costumbres que han configurado el carácter de unos hombres y una tierra. En los umbrales del siglo XXI, cuando nos abruman y q veces nos sobrecogen los avances tecnológicos, es una suerte y un consuelo encontrar la voz clara y firme de una pluma que se empeña, según escribió sobre su obra el maestro de periodistas Florencio de la Lama Bulnes en “dar a conocer a la generación de hoy y a las venideras las costumbres de nuestros antepasados, sus tradiciones, sus leyendas; el carácter de nuestros hombres del campo, su manera de pensar, sus filosóficas expresiones…” Todo ello –se añade- desde “su excepcional espíritu observador”. Y es que, con la paciencia de un albarquero de los puertos,. Antonio Bartolomé Suárez, el periodista y amigo del que escrito, ha ido esculpiendo relato a relato, refrán a refrán, leyenda a leyenda, la vida cotidiana del mundo rural. De la vida misma, la vida cántabra de los pueblos y aldeas.
A lo largo de su intensa vida –Bartolomé cumple hoy 86 años- ha desempeñado diversas profesionales, algunas tan duras como lo eran los tiempos, pero él probablemente nos confesaría que es un modesto cronista o reportero de lo popular y nosotros, después de leer sus relatos y libros, le llamaríamos, definitivamente., escritor de nuestras tradiciones, un moderno trovador que sigue ejerciendo esa gran vocación montañesa de difundir la vida de nuestros pueblos y gentes desde una noble lealtad de servicio a nuestra identidad regional, que ha sido todo un empeño en su trayectoria vital.
Fueron sus amigos, muchos de ellos ya desaparecidos como don Pedro Escalante Huidobro, perseverante cantabrón, presidente que fue de la entonces Diputación Provincial de Santander, quienes le animaron a escribir su primer libro Anecdotario Montañés, pero ésto, estamos seguros, es el último paso de un proceso más íntimo, de auténtico amor a la tierra y a los hombres, y que un día le llevó a callejear por nuestros caminos y veredas buscando las huellas en la tierra de las albarcas de Pepe Tista y Carambitu, pastores de Campoo y Ruente, respectivamente; o el retine en el viento de los campanos de Pedro Buenaga; el lento y pacífico caminar de los carreteros Juanón y Romualdón.
En los pueblos, gracias a su afición de andariego, Bartolomé conversó con hombres tan castizos como el Mozu de Viaña que a sus 96 años recordaba con placer las cacerías del oso pardo con el Rey Alfonso XIII; se asombró con la oscura memoria de los ojos de Min, el ciego de Mercadal, y con el exquisito oído musical de los pastores, capaces de adivinar que vaca se había separado del rebaño, porque su campano no sonaba entre los quinientos restantes de la cabaña.
Antonio Bartolomé, nacido en Reocín, que divisaba desde el Monte Dobra que durante años fue uno de sus paseos para él más entrañables, nos ha enseñado casi todo sobre el acontecer de nuestros pueblos, y en su obra aparece el recuerdo nostálgico de las tradiciones desaparecidas como la Jilá al calor de la lumbre, las marzas, la deshoja, la magosta, las cencerradas, etcétera, que ha ampliado con la publicación de un nuevo libro sobre el lenguaje popular montañés en el que Bartolomé se nos muestra nuevamente como un valedor de nuestro patrimonio y de nuestro acervo popular. Y hoy, en su 86 cumpleaños, su rostro nos devuelve una imagen de vida intensamente disfrutada, compartida y enraizada con la gente de su tierra, que como la Tía Josefuca, desde las páginas de Alerta de los jueves escritas por Bartolomé en Torrelavega, nos traía las inquietudes populares de nuestras gentes más sencillas en ese día de los históricos mercados, cuando la ciudad se convertía en lugar de cita de toda la comarca.
Creemos que Antonio Bartolomé ha burlado audazmente la evidencia de un tiempo desmemorizado y destructor, por eso él, como el hombre del pueblo, ha recogido lo mejor de nuestras tradiciones para los cántabros de hoy y del futuro. Se merece nuestros reconocimiento público, aprecio y gratitud.