Desde que se jubiló como carpintero en Sniace, hace más de treinta años, contribuyó decisivamente a la puesta en marcha de iniciativas con la aportación de documentos para recuperar la historia de la ciudad.
Ayer conocimos la dolorosa noticia de la muerte de don Cándido Román Fernández, uno de esos torrelaveguenses que dejan huella por su extraordinario amor a la ciudad, a su historia, a todo aquello que tuviese significado, mucho o poco, para Torrelavega. Se ha muerto un hombre sencillo, humilde, sabio en conocimientos sobre la ciudad y sus gentes, generoso, humanista, en definitiva, un personaje cuya muerte representa una gran pérdida para Torrelavega. Se ha marchado como tantos otros sin homenajes ni reconocimientos: solo con el afecto que le tributó la asociación de vecinos de Torres hace un año que le reconoció sus quehaceres y, sin duda, mi libro sobre El Impulsor que fue para Cándido el logro de un gran anhelo que yo hice suyo.
Cándido Román nació en Torrelavega en 1907 y como muchos de su época poco pudo ir a la escuela. Sabemos de él que hace algo más de tres décadas se jubiló en su trabajo de carpintero en Sniace y desde entonces se dedicó desinteresadamente a recuperar pasajes e hitos importantes y significativos de la historia de nuestra ciudad. Fue siempre un hombre sencillo que derrochaba en todo momento y circunstancia una pasión torrelaveguense incontenible por las cosas de su ciudad, proyectando positiva y eficazmente una gran tarea cívica en favor de los demás, porque al fin y al cabo toda la labor desempeñada en estas tres décadas por Cándido Román ha representado una contribución especial y desinteresada a la cultura y la historia de la ciudad de Torrelavega de la que somos directamente beneficiados todos los ciudadanos, al contribuir con su trabajo a dignificar este pequeño solar cántabro en el que convivimos.
Cándido Román sin abandonar sus viejas herramientas de carpintero comenzó a mostrar una inquietud ejemplar por el conocimiento del pasado de la ciudad, iniciando su andadura por el pasado histórico de Torrelavega a través de fuentes documentales de excepcional valor, que son las publicaciones que se han ido editando en Torrelavega desde que en 1873 se instaló en la calle Pomar la primera imprenta, la de don Bernardo Rueda. Ese recorrido de Cándido Román por la prensa torrelaveguense para conocer detalles, todavía inéditos, de aspectos de la vida local se centró especialmente en “El Impulsor” la gran publicación torrelaveguense que alcanzó una vida de 64 años después de superar secuestros, suspensiones y disgustos para su propietario y director, el boticario Juan Francisco López Sánchez que afrontó cárcel y destierro e, incluso, su ruina económica.Tuvo acceso a su colección, incluso realizó un índice de contenidos más importantes – el único que existe y que un día me entregó como su legado – , además de consultar otras publicaciones que como El Cántabro (1880-87); El Dobra (1888-89); La Montaña (1889-1891) o El Fomento (1891-97) marcaron los finales del siglo XIX del periodismo torrelaveguense.
En cuantos actos públicos he participado en los tres últimos años para presentar mi libro “El Impulsor, 64 años de Historia de Torrelavega” he tenido un especial reconocimiento para Cándido Román “culpable”, en el buen sentido de la palabra, de que en estos últimos años centrara mis ocupaciones en construir la historia de la prensa torrelaveguense y, en especial, la de El Impulsor. Cuando culminé el trabajo me decidí por dar prioridad a la edición del libro sobre El Impulsor como agradecimiento personal a Cándido, siendo consciente de que su vida física se agotaba y que sería feliz teniendo entre sus manos la recuperación de la historia de la gran publicación torrelaveguense y de su principal protagonista. Aún recuerdo su rostro de felicidad cuanto le entregué el primer ejemplar que le tenía como destinatario, lo mismo que fue inmensamente feliz cuando con la asociación de vecinos de Torres se consiguió del colegio de farmacéuticos la restauración de la tumba del boticario que el propio Cándido también había logrado en 1973 – o, cuando también a instancias de la asociación de vecinos de Torres y al empeño de Pedro Luis Vega, Amado Zabala y Salustiano Lamfus, se arrancó del Ayuntamiento el acuerdo de que una plaza de Torres – pueblo natal del boticario – llevara su nombre.
Cándido Román ha muerto y nos deja un legado para el que se precisan nuevas vocaciones desinteresadas, en las que brille el amor a Torrelavega como tan profundamente le sentía el bueno de Cándido. Con su muerte deja un vacío que será muy difícil de cubrir y muchos perdemos un gran amigo, del que puedo decir que fue un guía perfecto para ir profundizando por la historia tan apasionante como desconocida de la prensa torrelaveguense. Aún tengo fresca en la memoria la imagen de Cándido cuando en la presentación del II volumen llegó al acto con dos horas de antelación para coger sitio, me confesó. No quería perderse un acto en el que sobresalía un incontenible amor a Torrelavega y la recuperación de una parte de su historia y allí estuvo, en primera fila, con su figura menuda pero grande en esos valores cívicos de lealtad a la ciudad en la que se nace y se muere. Recuerdo que traicionando su sencillez y humildad no fui parco en el elogio a Cándido, pensando, quizás, que su final estaba próximo como en cada encuentro me anticipaba y, que esa memoria histórica que acumulaba se iba debilitando por momentos.
Espero que los amigos, los que le apreciamos profundamente y le quisimos; los que sabemos de sus quehaceres y desvelos por Torrelavega, seamos capaces de organizar un acto póstumo a la memoria de este combativo torrelaveguense, cuya huella humana no se olvidará fácilmente. Descanse en paz rodeado en su sueño eterno de los viejos y centenarios periódicos torrelaveguenses que recogieron una parte de la historia de esta ciudad a la que Cándido amó profundamente como actitud ejemplar merecedora de inculcar a las nuevas generaciones. Hasta siempre.