“Encuentro” con María Blanchard en París

Eran las 15,52 horas del primer día del nuevo año. Por fin, después de cuatro horas de búsqueda por los cementerios de Bagneux –el de la ciudad de París- y el colindante de la comunidad del mismo nombre –perteneciente a la región de Hauts-de-Seine (Altos del Sena)- nos situamos ante una tumba que en su lápida figura esta inscripción: “María Gutiérrez-Cueto Blanchard. Santander 6-3-1881. París 5-4-1932”, aunque conviene precisar que su nombre completo es el de María Eustoquia Adriana Gutierrez y Blanchard. Su referencia, a efectos de localización en el extenso cementerio de Bagneux, es la del espacio 88, fila quinta, tumba segunda. Confieso que vivimos unos segundos especialmente emocionantes. No hay epitafio alguno, pero su vida debió ser dura sin vivir ni conocer la gloria. Solo muy pocos, los más allegados, conocieron lo que debió soportar por su deformidad de nacimiento, lo mismo que su prima Mercedes Blanchard y Plasencia.

Esta lápida que ampara los restos de la pintora fue una iniciativa de Juan Hormaechea en su etapa de alcalde de Santander que apoyó las gestiones del concejal de Cultura, Fernando Baños, para evitar -en vísperas del centenario del nacimiento de la pintora- el traslado de sus restos a la fosa común, conforme a la ley francesa para tumbas sin inscripción. Pasados los años, resultó una gestión que debe reconocerse, en la que colaboró la Embajada de España en París. Por aquellas fechas, en 1978, el Ayuntamiento de Santander adquirió en poco más de tres millones de pesetas uno de sus cuadros y con motivo del centenario sumó otro más a su catálogo. Desde entonces, el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de la capital cántabra acoge obras de María Blanchard –su primera obra, en 1909, fue un obsequio de la propia pintora-  entroncada con la Escuela de París y el movimiento cubista inspirado por Picasso.

Nieta e hija de periodista, su abuelo fue Castor Gutiérrez de la Torre, director de La Abeja Montañesa y primer periodista cántabro que llegó a la Real Academia de la Historia  en el discurrir de 1873 hasta su fallecimiento tres años después; su padre, Enrique Gutiérrez Cueto (casado con Concepción Blanchard Santisteban), fue fundador y director de El Atlántico (1886), un diario de altos vuelos literarios que acogió las mejores plumas de la época. Entre esta rica savia periodística –su abuelo materno fue el conocido impresor Lorenzo Blanchard- se formó María con el añadido de su inteligencia artística que nos conducen a una extraordinaria pintora que a lo largo de su corta vida de medio siglo estuvo condicionada por su físico.

Será difícil que olvide los momentos y circunstancias vividas en la búsqueda de la última huella que dejó María Blanchard en París, cuando fue enterrada el 6 de abril de 1932 con asistencia de artistas y algunos pobres de solemnidad con los que compartió su caridad. Este camposanto de Bagneux se encuentra al sur de la capital francesa, en la población de Montrouge (que ronda los cincuenta mil habitantes), a la que se llega por la línea trece del suburbano parisino.  No acoge nombres de muchos famosos por lo que no tiene la notoriedad del cementerio de Pere Lachaise, sin duda el más concurrido de París con los de Montmatre y Montparnasse. No hay tumbas soberbias, sino humildes en su mayoría.

Pero aunque no yacen en su tierra famosos en vida, sí cuenta con espacios limbícos alrededor de héroes anónimos, muchos de ellos caídos en Auschwitz, Armenia, Verdun y España. Algunas tumbas abandonadas esconden, como las demás, un sin número de historias fílmicas y fotográficas por desarrollar, todo un conjunto de instantes críticos existenciales de los que saldría  un gran libro de homenaje a los muertos que discurriera  entre poemas, fotos y testimonios. No recuerdo donde he leído que un cementerio se parece mucho a un sueño liberador, quizás por aquello de que en las tumbas yacen proyectos fracasados, frustraciones, esperanzas cortadas o los sufrimientos horribles de guerras y sistemas  despóticos… todo ello ya enterrado, aunque permanezca en lo más personal, íntimo y desconocido de cada historia y biografía.

Buscar a María Blanchard –el nombre por el que se la conoce- en el cementerio parisino fue, en principio, una operación imposible. Por esta vía fracasamos en los primeros intentos de localizar su tumba con los responsables del cementerio de Bagneux, que nos pidieron que acudiéramos al de la comunidad, más pequeño y colindante.  La primera esperanza de encontrar la huella de la pintora ocurrió en este cementerio, al comprobar en un listado expuesto al público que entre las tumbas llamadas a desaparecer existía una con el nombre de Familia Blanchard.  Pero la pista no era correcta. El empleado del cementerio en este día de año nuevo, buscó en los datos de su ordenador. No aparecía el nombre de María Blanchard. En una prueba de celo y atención, consultó los libros de los enterramientos del 6 de abril de 1932. Tampoco figuraba. Algo ya quedaba claro: la búsqueda había que centrarla en el cementerio parisino –colindante pero de distinta administración- del mismo nombre.

Hasta allí nos trasladamos bordeando de nuevo las tumbas de un espacio sin panteones –como el resto del cementerio- en el que yacen miles de judíos con recuerdos gráficos de los desaparecidos en los campos de concentración nazis, hasta llegar a otro lugar de modestas cruces blancas en el que la bandera francesa rinde culto patriótico a sus muertos.  De nuevo ante la guardia del cementerio, conectada con las oficinas centrales, iniciamos la búsqueda. Por pura intuición hemos pensado que había que buscar no por su nombre artístico, sino por su nombre real con el que fue enterrada: María Gutiérrez Blanchard. Mientras la búsqueda cerraba vías de localización, se nos ocurrió preguntar si existía un listado de celebridades enterradas en Bagneux.  Para ellos citar a Maria Blanchard o a María Gutiérrez Blanchard no representaba pista alguna en un cementerio de sesenta hectáreas con decenas de miles de enterramientos.

El listado de personas que brillaron en vida e inhumadas en el cementerio de Bagneux es largo e incluye personajes del cine y del teatro, la música, las artes plásticas, el mundo literario, política, religiones, ciencias, deportes y otras carreras. Así, entre otros, está enterrado André Leducq, ganador del Tour de Francia de los años 1930 y 1932 cuando Vicente Trueba, La Pouce de Torrelavega, ya marcaba su ritmo avasallador por las cumbres francesas. O los casos de Jean Vigo, director de cine, hijo de un militante anarquista español, que falleció apenas año y medio después de María Blanchard y de Jules Rimet, presidente que fue de la FIFA, que da nombre  y a la Copa del Mundo de fútbol.

Este listado de personas conocidas y reconocidas en sus ámbitos  de vida, se elaboró en julio de 2009 y como pintora aparece Marie Gutiérrez-Blanchard, sin citar que fuera española como se matiza en el caso del también pintor español Fermín Aguayo, enterrado en Bagneux en 1977. Que es una celebridad desde su muerte no hay duda. Su obra como pintora es ahora mucho más valorada, como se ha probado recientemente con la adjudicación de su cuadro » le joueur de luth«, que alcanzó en una subasta en Londres el medio millón de euros.

Apenas quince minutos después –para no hacer larga la espera del funcionario de la Gendarmería- abandonamos el modesto refugio en el que descansa desde hace ochenta años  María Blanchard.  Cuando subo al coche de la Maire de Paris, el gendarme ha captado mi impresión. La pintora Blanchard descansa para siempre donde quiso y poco importa si es en tierra extranjera. La universalidad de su inmensa figura la hace también tierra nuestra, tierra española. Como la que Antonio Machado  -me recuerda una amiga- entregó a madame Quintana en un pequeño joyero de madera, pidiéndole que lo amortajara con ella si acaso moría, como sucedió el 22 de febrero de 1939, en el pueblecito costero francés de  Collioure. A los amantes de la cultura y del arte, a quienes admiren la pintura, talla y personalidad sufrida de María Gutiérrez Blanchard, si van a París no dejen de visitarla. Les recibirá en su morada de Bagneaux, división 88, fila quinta, segunda tumba. Allí descansa.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ