EL MUNDO CANTABRIA, 25 de julio de 2011

Consenso, honradez y el interés general

Hace treinta y cinco años comenzó la transición a la democracia con la designación, a través de la ley vieja, de Adolfo Suárez como Jefe de Gobierno. Hoy, comienza un curso en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo para analizar los trasfondos de aquel proceso político que llevó a España de un régimen autoritario a un sistema plenamente democrático. Pero siendo importante todo lo que aconteció en hechos políticos de gran relevancia en apenas once meses, no menos trascendentes fueron los valores de una generación política que hace ya dos décadas fue relevada.

Aquella etapa de la historia de España estuvo presidida por valores importantes, casi desconocidos para los nuevos españoles,  de los que destacaría tres en particular: el consenso, la honradez y la supremacía del interés general de la ciudadanía, todo ello por encima de partidos, personas y personalismos. Un gran ejemplo si tenemos en cuenta que toda nuestra historia se forjó en el enfrentamiento o en zanjar las disputas a punta de espada.

La Transición, sin embargo, buscó como objetivo esencial la manera de  inventar una forma de vivir juntos. O sea, establecer de manera cautelosa las reglas del juego del pluralismo, sin imponer puntos de vista propios. España en su larga historia -reconoció entonces Adolfo Suárez-  ha realizado la experiencia de constituciones fabricadas por los gobiernos sucesivos; cada uno deshacía el trabajo del otro”. Conclusión, todo un tiempo perdido.

Los valores de aquella Transición siguen limpios y se mantienen como un ejemplo histórico. El consenso, para construir entre todos un sistema acogedor que nos equiparase a las más viejas democracias europeas; la honradez porque no se entendió la política, en líneas generales, como una profesión sino como un servicio y, finalmente, el interés general porque se trataba de pensar más en futuro positivo para todos, gobernando para todos y elaborando leyes que recompusieran un destino de convivencia pacífica entre españoles.

¿Representa la política de hoy estos valores? Nos gustaría afirmar que sí, pero no podemos ignorar que si amplia ha sido la protesta de los llamados indignados, no menor es el sentido crítico con la política actual de los que acudimos a votar, que es el mejor sistema elegido para respetarnos y convivir. Hoy, vemos la política en general como  un coche sin freno y cuesta abajo, aquejada de un imparable deterioro. No es defecto de ahora, viene de lejos, aunque los episodios de los últimos años y los más recientes lo han puesto descarnadamente en evidencia.

Son muchos los factores que nos llevan por esa pendiente. Expondré algunos, los más llamativos, que van desde la autosuficiencia con la que se mueven las clases dirigentes, el autismo del discurso de los políticos, la polarización y la radicalización de su comportamiento y el sectarismo que guía algunas de sus actuaciones, con los propios y con los extraños, son sus síntomas que se han agravado con el paso del tiempo. La sociedad está bastante asqueada. Los responsables de los partidos deben analizar con atención lo que está ocurriendo si quieren reconectar con la ciudadanía.

La política no puede pensarse sólo desde los partidos. Necesita el oxígeno del rico tejido social español. Nadie debe ser excluido y nadie debe autoexcluirse de la tarea colectiva. Una frase de Tucídides, historiador griego del siglo V antes de Cristo, uno de los referentes más prestigiosos del pensamiento social y político de la antigüedad y de los más estudiados por el pensamiento moderno, lo sentenciaba así: «Un hombre que no se interese activamente por la política no merece ser considerado ciudadano plácido y tranquilo, sino un auténtico inútil». Una cita que resulta difícil de entender o de aceptar en un momento de desafección grande y general hacia la política. Pero, justamente por ello, la considero más oportuna.

Los que aspiramos a una España y Cantabria más sólida y más próspera, somos conscientes de que se construye, sobre todo, con principios y valores. Y, naturalmente, con trabajo y responsabilidad. Cuando comprenda esto, y que por ello tiene que ser ejemplar, la clase política dejará de aparecer en las encuestas como uno de los grandes problemas de España.

En este tiempo en el que se han sentido aldabonazos serios sobre el discurrir de los comportamientos democráticos y la necesidad de que el sistema se refresque, los partidos tienen que abrirse a los intereses de los ciudadanos. Sin condescendencias, con realismo, con discursos alejados de tanta cháchara autojustificativa o de mesianismos trasnochados. En una palabra, siendo capaces de asumir las propuestas interesantes del otro, pues la vida publica no es una trinchera.

Para ganar credibilidad, para hacer la política atractiva a los profesionales valiosos, la adhesión inquebrantable tendrá que dejar de ser el baremo para progresar en el escalafón de la militancia. A todo esto, aún hay que añadirle otro hecho muy negativo: la virulencia del enfrentamiento político, el aire destructivo, la baja calidad de la acción política respecto a los años de la Transición y la primera etapa de la democracia.  Todo esto –repitámoslo una vez más– no es un problema sólo político. Es un problema elemental de concepto de la política y de sentido de responsabilidad. Que impone más de una reflexión.

Comparando este periodo con el de la Transición, hay razones para afirmar que no se está funcionado bien políticamente en los distintos niveles del Estado, de España. Ha habido muchos errores de perspectiva, pero también demasiados problemas de ética que van en contra de lo que reclama el bien común.  Se puede decir que últimamente se vive en un contexto generalizado de una conciencia cívica de bajo voltaje. Y mucha impreparación. Mucha superficialidad. Mucho cainismo en el mundo político y mediático. En conjunto, poca categoría política y social. Y poco sentido de la responsabilidad, poco sentido del bien común y del interés general.

Tendremos que luchar mucho porque partimos de una posición de desventaja. No debe volver Asturias al centro de los focos nacionales por casos que contribuyan a su desprestigio, en los que siempre nos coloca la torpeza de unos líderes incapaces de labrar una imagen positiva trascendente. Ahí es donde tiene que florecer el orgullo de ser asturianos: en dar más ejemplo de laboriosidad y de seriedad que de delirios de grandeza.

Para comprobar lo dicho, sólo tenemos que recordar que hemos tenido etapas y momentos de declaraciones petulantes –de tan petulantes a veces ridículas–que son sintomáticas del error de fondo que ha habido, no sólo en el campo económico, sino más general. En el campo de los valores –la ganancia fácil pasando por delante de laauténtica creación de riqueza–, en el campo de las ideas y de la percepción de la realidad –creyéndose ser mucho más de lo que se es–, en el campo de las actitudes –el estímulo del hedonismo en detrimento del esfuerzo y del sentido de responsabilidad.

Pero en esta situación no han fallado sólo los representantes institucionales. Hay otras piezas muy importantes de nuestra sociedad. Tanto unos como otros deben ser conscientes de que tenemos que cambiar algo de nuestra forma de hacer. Y la Administración tiene que hacer las cosas fáciles. Y los políticos tienen que entender que algo ha fallado en su ética. No nos referimos ahora a la corrupción económica –pese a que la hay y hay que combatirla– sino al recurso, al engaño, al doble lenguaje, al ansia por destruir al adversario al precio que sea, a sacrificar el futuro por el pasado, o incluso por salir del paso durante una semana.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
El Mundo Cantabria, 25 de julio de 2011