EL MUNDO CANTABRIA, 12 de agosto de 2014

El último héroe lebaniego: Fonsín, el de Cosgaya

El último héroe lebaniego: Fonsín, el de Cosgaya

Estos días se conmemora en Asturias el sesenta aniversario de la inauguración del refugio Delgado Úbeda, ubicado al pie del mítico Naranjo de Bulnes (el Urriellu), cuya historia y vivencias dificilmente pueden entenderse sin el protagonismo de varios cántabros, entre los que sobresale la figura de Alfonso Alonso (Fonsín, el de Cosgaya), fallecido hace ya siete años, cuya figura  forma parte inseparable del alpinismo español.  De su vinculación a Picos quedan los recuerdos de sus primeras escaladas de la pared Sur de Peña Vieja o las del macizo oriental de los Picos de Europa a mediados de los años cincuenta, muchas de ellas en compañía del que pasado el tiempo sería su cuñado, José Antonio Odriozola, otro extraordinario lebaniego conocedor de su historia, la toponimia y de cada palmo de roca. Dos vidas inseparables en el amor a Liébana y sus Picos, que a base de sudor y piel hollaron casi todas sus cumbres.

Nacido en Cosgaya en 1921 en la casa que un año antes habían construido sus padres, ayudados por los canteros que trabajaban entonces en la construcción de la carretera, Fonsín aparece en la historia del montañismo lebaniego como el último héroe, un personaje que amó la naturaleza de los parajes de Picos, escaló sus cumbres, hizo rescates asombrosos y fue amigo de todos los montañeros. Conocedor como pocos de Liébana, de su pueblo Cosgaya y los Picos de Europa, fue durante toda su vida uno de sus más entusiastas pregoneros.

De Alfonso Alonso hay que recordar que se hizo montañero en el seno de una familia de ganaderos, un hecho habitual en aquellos años en Liébana, aunque su padre Clodoaldo -a quien conocí en mi niñez- fue capataz de las minas de Áliva y de Liordes. En aquellos menesteres llegó a conocer a Alfonso XIII cuando acudía a la caza de rebecos y al Conde de Saint-Saud, uno de los grandes investigadores de los tres macizos. En los veranos -como mandaba la tradición- se subía el ganado a los puertos y el cometido de Fonsín, aparte de estudiar los inviernos, se centraba en su cuidado. Ya con quince años, comenzó a cazar, que en los pueblos era una necesidad para completar la alimentación. Los más jóvenes de Cosgaya, Pembes y Espinama se organizaban en cuadrillas y subían a Picos. A Fonsin le encomendaban ir a los collados a ojear a los rebecos, lo que aprovechaba para subir al Tesorero, Santa Ana o a Peña Vieja.

Fonsín realizó su  primera salida al Naranjo de Bulnes con Toño Odriozola el 14 de agosto de 1943, escalando el Urriellu por la vía que abrió Schulze.  Llegó a ascender al Naranjo en quince ocasiones, siendo el primero en subir por la vía sur y sin guía en 1947. También abrió nuevas vías en picos como Peña Vieja y la primera absolutas a la Aguja de la Canalona y a las Agujas del Tajahierro, cautivando a más de una generación entre los años cuarenta y cincuenta por las tres aperturas en Peña Vieja (la SE, la SE Clásica y la Alonso-Palacios) o las dos primeras ascensiones a la Aguja de la Canalona.

El nombre de Fonsín Alonso alcanzó proyección nacional con motivo de su heroica intervención en el rescate de Gervasio Lastra y José Luis Arrabal en el Naranjo de Bulnes. Una operación de salvamento que representó a los ojos de todos los españoles el extraordinario sentido de solidaridad humana y deportiva de quienes colaboraron, con grave riesgo para sus vidas, en las distintas fases de la operación. Fue un acontecimiento histórico en la vida de los Picos, que se vivió en Potes y Liébana con gran expectación.

Todo comenzó el 8 de febrero de 1970 cuando cuatro montañeros -un cántabro, Francisco Rodríguez Almirante (más conocido por Paco Wences), y tres madrileños, Enrique Herreros, Gervasio Lastra y José Luis Arrabal-, salieron hacia el corazón de Picos de Europa. A cuatro horas de camino estaba su objetivo: el Naranjo de Bulnes, de 2.519 metros de altitud. Había abundante nieve, pero el tiempo era favorable. En torno a las catorce horas, los cuatro llegaron a Cabaña Verónica, la cúpula semiesférica que perteneció al portaaviones norteamericano Palau, desguazado en Santurce. Allí decidieron pasar la noche para coger fuerzas y cubrir el trayecto hacia el Naranjo.

El lunes, 9 de febrero, al caer la tarde, llegaron al refugio Delgado Úbeda, en las proximidades del Naranjo. Reinaba intenso frío pero ello no desanimó a Lastra y Arrabal que al día siguiente emprendían la epopeya de escalar la pared oeste del Naranjo que nunca en invierno había sido remontada y donde un año antes  habían perecido dos montañeros vascos. El resto de la aventura ya se conoce. Lastra y Arrabal invirtieron casi  dos días en escalar los cuatrocientos primeros metros. Llegado a este punto de la escalada decidieron no dar marcha atrás, a pesar de que se había desencadenado una furiosa tormenta de viento, nieve y de granizo. En la única cueva de la vía, se refugiaron soportando vientos de hasta 150 kilómetros hora, al tiempo que perdieron toda visibilidad a causa de la intensa nevada.

Era el viernes, día 13, el tercer día de la prolongada tormenta. Cuando caía la tarde, se produjo un claro. Fue cuando Paco Wences y Herreros escucharon sus  voces de que habían conseguido la cumbre. Desde entonces ya no volvieron a verlos ni oírlos.  Ya para entonces, en  Potes se había dado la voz de alarma y comenzaron a movilizarse los primeros apoyos. La llamada general para el rescate de los montañeros estaba más que justificada al conocerse el mal tiempo reinante en el área del Naranjo.

Entre los montañeros dispuestos al arriesgado rescate estuvo Fonsín, que desoyó los ruegos de su esposa, Sara Gómez, una lebaniega de Aniezo con la que se había casado en el Monasterio de Santo Toribio. Pero Fonsín sabía lo que es la solidaridad entre los montañeros y no dudó en ofrecerse. Tenía cuarenta y ocho años de edad y era padre de cinco hijos y a él se debió -días después- que Lastra y Arrabal recibieran una bolsa con alimentos y fueran más tarde recogidos por el helicóptero de la Jefatura Central de Tráfico.

La prensa informó que gracias a la habilidad de Pasquín, el piloto, el Alouette se acercó lo máximo posible a la gran roca y a pesar de las fuertes corrientes de aire y la nubosidad, hizo posible que Fonsín se descolgara unos metros para lanzar víveres y envases con butano a los montañeros. Tal y como se narró en la prensa,  Fonsín, el de Cosgaya, con medio cuerpo fuera del aparato, en pie sobre el patín de la abeja del helicóptero, lograba echarles una mochila con alimentos, bebida, ropa y una nota de ánimo, a pesar de lo arriesgado de la maniobra. El más mínimo error de cálculo podía hacer que el aparato se estrellara contra la mole de piedra. Al día siguiente, de nuevo Fonsín logró colgar una cuerda con un mosquetón en el extremo, para enganchar, desde la cima, a un Arrabal exhausto, que falleció días después. Las fotografías de Fonsín en pie sobre el patín del helicóptero fueron portada de muchos de los medios de información de la época.

Alfonso Alonso, Fonsin, murió hace siete años, pero su hazaña sigue aun recordada. Si vida estuvo entregada a la familia, el montañismo y a Liébana, teniendo el honor de participar en 1974 en la primera expedición española al Everest.  Fue nuestro héroe, aunque Liébana olvide (o ignora) su excepcional labor.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
El Mundo-Cantabria, 12 de agosto de 2014