ALERTA, 14 de agosto de 2004

Treinta años del inicio de un despertar

La Hoja del Lunes impulsó una suscripción popular pro-accesos a la Meseta, que fue una provocación y desafío al poder.

Hace ahora treinta años las páginas  de La Hoja del Lunes que editaba la Asociación de la Prensa, acogían una iniciativa singular, no precisamente inocente, que proyectaba una denuncia formal del abandono que sufría la antigua provincia de Santander por parte de los poderes públicos: una suscripción popular que cubriera el importe de los intereses –unos cincuenta millones de pesetas- para el crédito que permitiera adelantar el inicio de los accesos a la Meseta, una obra que era vital para mantener el fuerte poderío industrial de aquel tiempo, del que se ha perdido una parte significativa en las últimas tres décadas. Un tiempo de otra división territorial que integraba a Santander en Castilla la Vieja que, sin embargo, no propició que se consiguieran dos grandes objetivos: los accesos a la Meseta y el Santander-Mediterráneo.

El panorama de aquél tiempo era el siguiente: en lo político, vivíamos la parte final del franquismo que acababa de alumbrar el espíritu del 12 de febrero de Arias Navarro, consistente en una tímida apertura política e informativa que duró poco; en lo periodístico, dirigía La Hoja del Lunes el veterano maestro de periodistas Florencio de la Lama Bulnes, y era presidente de la Asociación de la Prensa el decano de los periodistas deportivos, José Pérez Parada, que en 1975, por jubilación, pasaron el testigo a Juan González Bedoya y al entonces subdirector de ALERTA, Francisco Rado Varela, alcanzando también la renovación al puesto de regente de talleres con Guillermo Gómez Rodríguez que sustituyó al histórico Pío Camus.  De La Hoja apuntaré otros dos nombres: Federico Andrés Sarasúa, fallecido hace un año a una avanzada edad, y que como su padre fue tesorero de la Asociación, y Gabriel Bernal Sorondo, administrador, cuyo estreno coincidió con el incendio del Palacio de Macho el 13 de agosto de  1971, que ocupó toda la primera de La Hoja.

González Bedoya había llegado a La Hoja del Lunes como redactor-jefe en los primeros meses de 1974, después de una trayectoria brillante en Alerta y en El Correo Español-El Pueblo Vasco, finalmente confirmada en El País a cuya redacción sigue vinculado. Tenía experiencia y no le faltaba coraje para liderar una etapa de riesgos informativos en el periodismo cántabro, no exentos de una cierta convulsión que le costaron  reiteradas amenazas y algún que otro atentado, organizado o inspirado desde algún sector de lo que entonces se conocía por el bunker. Estrenó en La Hoja –en la página tres y en cursivas del cuerpo once, que apuntaría Jesús Pindado, otro brillante periodista con un curriculum más internacional-, una sección con el título Sin Mala Intención, que tiene un lugar propio en la historia del periodismo cántabro.

La convocatoria de la suscripción popular Pro-Accesos a la Meseta se anunció en la portada de La Hoja del 10 de junio de 1974, asumiendo este reto: “una manera de demostrar que los montañeses  tenemos, ante nuestros problemas, algo más que palabras y buenas intenciones”. El llamamiento a que los ciudadanos contribuyeran con pequeñas cantidades para forzar el inicio de las obras tuvo bastante de provocación, desafío e invitación a que los cántabros tomáramos la palabra en defensa de nuestros intereses. Provocación al poder agónico del franquismo, cuyos representantes provinciales se sumaron, sin embargo, a la iniciativa a través de sus cargos más representativos, salvo Fernando María de Pereda (que finalmente contribuyó con medio millón de pesetas de las de entonces) y Carmen Cossío Escalante, procuradores del tercio familiar, que tenían un cierto plus de representatividad sobre los demás miembros de las Cortes orgánicas. La postura de estos dos representantes públicos se sustentaba, más o menos, en que era una vergüenza pasar por la humillación de tener que dar dinero al Estado. También la iniciativa representó un desafío en una doble dimensión: a los poderes públicos apuntados como incapaces para ejecutar unas obras prometidas y nunca iniciadas, y para la ciudadanía cántabra que con su participación en la suscripción tenía la posibilidad de ofrecer un gesto de protesta y compromiso con su tierra.

El problema de Cantabria con el Estado a cuenta de las infraestructuras ha sido una constante en nuestra historia, y salvo la dictadura de Primo de Rivera, las demás etapas representan todo un fracaso. Lo ha sido también la democracia ya que somos la única comunidad autónoma que en el siglo XXI aun no tiene conexión por autovía con Madrid, que no será efectiva hasta cerca del 2007/2008 de acuerdo con la actual marcha de las obras. Especial momento de confrontación –solo hay que leer la correspondencia y el eco en la prensa- se desarrolló en la etapa de titular de Obras Públicas de Gonzalo Fernández de la Mora, que ante sus repetidos engaños se encontró con un presidente de Diputación, Escalante Huidobro (que se ganó el título de Pedro El Cantabrón), que le hizo frente, lo que desesperaba al autor del crepúsculo de las ideologías.

La suscripción popular Pro Accesos a la Meseta a través de La Hoja del Lunes sumó varios millones de pesetas, y durante meses fue el tema de comentarios en tertulias y en los ambientes políticos y sociales. De El Caracol, que era la sala de moda de la juventud, salieron varios miles de duros, y nombres conocidos aparecieron en la relación de donantes que semanalmente aparecía en las páginas de La Hoja. Se cerró el debate con la satisfacción de que la idea había merecido la pena, ya que muchos ciudadanos demostraron un compromiso con los problemas de su tierra. También sirvió para que cayeran algunas caretas en una tierra en la que nunca pasaba nada, salvo la vida y la muerte.

Esta iniciativa de González Bedoya merece un apunte especial ya que significó un tímido  despertar, que meses después se concretó en la aparición de la Asociación para laDefensa de los Intereses de Cantabria (ADIC) que desde la calle formalizaron Gómez Llata, Pepe Fernández Duque, De la Sierra, Revilla, Somarriba o Gutiérrez Morante, entre otros muchos,  alentada desde despachos oficiales por el gobernador civil, Carlos García Mauriño, por cuya mente pasaba –probablemente- instrumentalizar la asociación para el juego asociativo que preparaba el régimen. Pero todo se aceleró con la muerte de Franco y el cambio de gobernador, aprovechando ADIC el resquicio legal de su constitución para tomar fuerza propia y levantar una bandera independiente y reivindicativa a favor de los intereses cántabros, tan desprotegidos.

Hace treinta años algo mucho comenzó a moverse en la antigua provincia de Santander. Significó la suscripción popular un germen reivindicativo por cuya vía se llegó a la petición, primero, de un concierto económico y, finalmente, de la autonomía y de un Estatuto. A ello, sin duda, contribuyó poderosamente La Hoja del Lunes -con González Bedoya y su equipo-, abriendo con valentía y riesgo nuevos límites a la libertad informativa que superaba con creces el conformismo del resto de la prensa local, apuesta que no fue fácil ya que el bunker no sólo estaba instalado en una parte del poder, sino que tenía sus ramificaciones en la Asociación de la Prensa, que representaban quienes no aceptaban ni mal ni bien los cambios que ya entonces estaba forzando la nueva realidad nacional. Formando parte desde Madrid de los equipos de redacción de  Florencio de la Lama y Juan G. Bedoya, viví algunas de las muchas situaciones esperpénticas que forman parte de un capítulo interesante –aun no desvelado- de la historia de la prensa cántabra, cuyo conocimiento detallado solo está en manos de sus principales protagonistas.

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ
Alerta, 14 de agosto de 2004