El café Cántabro fue la redacción de Dobra (2)

Antes de cerrar cada número se reunían en su casa de las ocho portillas con Julián Urbina, mecenas de la publicación. Una firma destacada: la de José del Río Sainz, Pick. En sus páginas se rescató una parte de la historia local. Promovieron conferencias de Víctor de la Serna, Cossío, Eugenio Montes y otros famosos de la cultura.

Cincuenta años después, es de justicia rescatar la historia de Dobra y hacer un reconocimiento público para quienes en situaciones adversas –eran los tiempos del duro racionamiento-  fueron capaces de pensar en la ciudad y su futuro, con la edición de esta meritoria publicación que puede consultarse por los torrelaveguenses en la Biblioteca municipal. Significó la primera apuesta de revitalizar la cultura y aportar reflexiones sobre el futuro de Torrelavega dentro de los mínimos cauces de expresión que permitía el régimen imperante. Ciertamente fue una proeza de unos cuantos hombres a quienes debemos este reconocimiento público.

¿Cómo se elaboraba cada número de Dobra? En un reportaje a doble página publicado en el número doce, correspondiente a mayo de 1954, se relata con detalle el trabajo de aquél entusiasta equipo. Todo se iniciaba con la llamada de Juan José Subías, el redactor-jefe que puesto al habla con Juan Velarde, secretario-coordinador, se repartían ambos la necesidad de una reunión urgente para acelerar el próximo número, repartiéndose las llamadas: a Joaquín Diez Blanco, director; a Francisco Carrera, a Julio Sanz Saiz y, finalmente, a Pepe Pozueta. A las nueve la reunión en el histórico café El Cántabro y sobre la mesa, entre vasos de vino y pocillos de café, papeles, muchos papeles con este ambiente:

 Julio Sanz Saiz está leyendo su último soneto; Pozueta escucha atento y Carrera se distrae con las chicas que pasan. Todavía falta Joaquín, «le monsieur le Directour» como le llamaba Carrera, que finalmente llega y se disculpa: «Me he retrasado un poco – se disculpa – Tenía aquí al inspector de una compañía de seguros y ya sabéis: primero vivir, que dice el adagio latino». La respuesta sirve para aclarar que Dobra  no es simplemente un pasatiempo ya que sus promotores pasan ocho o diez horas trabajando para asegurarse el «modus vivendi»

Sobre la marcha, allí en un rincón de El Cántabro, poco a poco se va definiendo el próximo número. Carrera pide a Bustamante Hurtado una buena foto de portada, se discute si la línea inicial de literatura, arte, ensayos…es la buena y el administrador, Carrera, afirma irónico que “por esa vía nos quedamos con la tirada entera”. Así pasan las horas, cuando Subías y Sanz se lamentan: «mi mujer no me a abrir la puerta esta noche..» Son las dos y media de la mañana.

Al día siguiente, otra vez a la faena. El administrador Carrera llama al doctor Collado Soto, que en Dobra firmaba con el seudónimo Juan Portugués, para que acelere su colaboración deportiva, acercándose hasta la imprenta Antonino para ver sobre la marcha como va el montaje y repasar las primeras pruebas. Por la noche, de nuevo la redacción de Dobra en el rincón del café Cántabro. De la carpeta misteriosa de Subías aparecen revistas inglesas y muchas cuartillas. Llega Joaquín, el director, del teléfono y dice lacónico: «nos espera… podemos ir cuando queramos«.

Se encaminan todos a casa de don Julián Urbina, entusiasta favorecedor de la revista. Pulsa el timbre Joaquín y al abrir exclama la simpática asistenta: son los dobros. Ya sentados hablan de la revista, de sus problemas económicos, de la necesidad de lograr el anuncio de las grandes y pequeñas empresas. Diez Blanco, el director, llama por teléfono, toma notas y a su cargo queda el recordar a Urbina gestiones y visitas de «pedigüeño» que justifican el milagro económico de Dobra. De estas charlas y de las buenas relaciones de Julián Urbina han salido las conferencias de Víctor de la Serna, de Cossío, de Eugenio Montes, de Fernández Cid… todos invitados por la publicación que en sus páginas siempre ofreció una amplia referencia de las actividades culturales que, sin duda, Dobra logró revitalizar con actividades de alto nivel.

Las jornadas siguientes son de mucho trabajo. Pasan diariamente por la imprenta a mediodía, por la tarde y luego a las diez de la noche para recoger las últimas pruebas. Carrera, el administrador, lidia con el agente de publicidad. ¡Hacen falta más anuncios! Se corrigen pruebas en el café, en la oficina de la imprenta y hasta sobre los chivaletes del taller. El editorial del director es la última colaboración que se entrega al linotipista. Ayuda con su presencia y con sus consejos Hipólito Fernández Plata, quien también examina pruebas, clichés.. El número va con cierto retraso y alguien señala: «confiad en nosotros, la casa de Antonino siempre responde”. Finalmente, se preparaba el sumario del número. Todo listo. Dentro de unas horas, a la puerta de los cines –cuatro  o cinco salas de las mejores hace medio siglo; ahora, ninguna-  se escuchaba con fuerza esta voz: «¡Ha salido DOBRA!».

 

RESCATAR LA HISTORIA LOCAL  

Dobra fue una publicación de altos vuelos ya que teniendo en cuenta las dificultades de aquellos momentos se debe reconocer su excelente calidad de contenidos, a pesar de las limitaciones que imponía la Dirección General de Prensa en tiempos en los que imperaban las normas de «guerra» en cuanto a los medios de comunicación. A pesar de estas restricciones, los promotores de Dobra no rehuyeron el análisis y la crítica de los problemas ciudadanos, además de rescatar la historia local a través de trabajos sobre el discurrir de la vida  torrelaveguense.

En este trabajo destacaron esencialmente dos firmas: José del Río Sáinz, Pick, que, además de excelente poeta, desempeñó las direcciones de La Atalayay de La Voz de Cantabria, para recalar tras la guerra en el diario Informaciones de Madrid, y el abogado local José Pozueta Escalante, que aunque en la primera etapa de Dobra no estuvo ligado al proyecto, más adelante se convirtió en un hombre fundamental de la redacción. Del Río Sainz redescubrió la huella de personajes importantes de la historia local y cántabra, al tiempo que  Pozueta fue relatando la historia de nuestro mercado, el de los jueves, con el viejo pleito de Torrelavega con la villa de Cartes, Miengo y Polanco.

José del Río, Pick, en su colaboración mensual para Dobra fue aportando sus experiencias y conocimientos sobre personajes importantes de la vida montañesa y no solo torrelaveguense. Recordemos algunos títulos y contenidos: «Vicente Pereda y los eucaliptos de Torrelavega», en el que recoge el talento del segundo hijo del gran don José María de Pereda y que cultivó la novela, el teatro, el ensayo moral, los estudios de arte, pero al que la gloria paterna le abrumaba y la cita del eucaliptus venía a cuento porque Torrelavega y alrededores había visto crecer su masa forestal a raíz de la instalación de Sniace; otro título, «Miguel Crisol, el carlista de Torrelavega», en el que evoca a uno de los pocos carlistas de nuestra ciudad ya que con razón Pick recordaba que no era una casualidad «que los dos tenientes generales nacidos durante el siglo XIX en la ciudad del Besaya, don Francisco Ceballos Vargas, primer Marqués de Torrelavega y don Ramón Castañeda Cornejo, Conde de Udalla, “ganaron sus títulos guerreando contra los sucesivos Pretendientes»; el artículo titulado «Alberto Espinosa, periodista torrelaveguense» a quien José del Río llevó a La Atalaya y que se cubrió de gloria «cuando en el verano de 1921 fue enviado por La Atalaya como corresponsal de guerra a Melilla; allí escribió crónicas perfectas, que pueden figurar en una antología del buen periodista…”

No faltaban otras firmas empeñadas en recuperar la historia torrelaveguense para los lectores de Dobra. Recordemos algunos nombres: Florencio Fernández Malagón, Antonio Diaz-Terán, José Angel de Lucio, Cándido Rodríguez Fernández-Diestro, Serafín Escalante, Julián Urbina, mecenas de la publicación que también se asomaba a sus páginas y Pablo del Río Gatóo. La propia redacción llamaba igualmente la atención cuando se trataba de denunciar cierta dejación pública con huellas de la historia torrelaveguense. Veamos este suelto en el número de septiembre de 1953 bajo el título «Atención Torrelavega»:

Se nos informa de que en las proximidades de la casa de los herederos de don Benito Macho, en la plaza de Baldomero Iglesias, entre zarzas y hortigas se halla en lamentable estado de abandono sometida a las injurias reunidas del tiempo.. Hacemos esta petición en nombre de los miles de torrelaveguenses muertos y vivos que en esta pila fueron bautizados».

 

JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ