EL MUNDO CANTABRIA, CANTABRIA24HORAS.COM, 19 de octubre de 2014
El recuerdo de José del Río Sainz (1884-1964) anda estos meses en homenajes y alabanzas con motivo del cincuentenario de su fallecimiento. En Santander cuenta con un curioso monumento de espaldas al mar y en Torrelavega se le honra con una pequeña arteria que surge de la calle Posada Herrera, antiguo camino hacia Asturias. Desde la dirección de La Voz de Cantabria alabó siempre el florecimiento cultural de Torrelavega y mantuvo una estrecha vinculación y amistad con los elementos locales que propiciaron la Biblioteca Popular a partir de 1927.
José del Río, a quien en el periodismo se le identifica por su seudónimo de “Pick” (tuvo otros pero de menos fuerza y duración), fue heredero de una saga de trabajadores de la pluma de ideas liberales que a nuestro insigne poeta y periodista –carlista en sus tiempos de juventud- le inspiraban una no disimulada animadversión. De esta manera, sin cumplir los veinte años, se enroló en la redacción del católico y antiliberal diario La Atalaya, que en todas sus transformaciones ideológicas fue siempre un periódico impetuoso y aguerrido en la lucha de sus convicciones religiosas y sus credos políticos.
Fue en este diario fundado por el obispo Sánchez de Castro –inspirador de excomuniones de la práctica totalidad de periodistas liberales- y del que surgió en 1927 (La Voz de Cantabria) de la fusión de La Atalaya y El Pueblo Cántabro, en los que ejerció el periodismo durante casi cuatro décadas, finalizando su singladura en la geografía madrileña donde no pudo olvidar -ni él ni sus admiradores- su origen de capitán de gabarra en la bahía, poeta del mar, sombra quieta y soñadora, acompañado siempre de su eterna pipa transatlántica. Este ambiente de mar le acompañó siempre, desde que nació en 1884 a unos pocos pasos del domicilio de Menéndez y Pelayo. Había navegado en vapores de Santander y de Bilbao y, más tarde, hizo el servicio militar en la corbeta-escuela desde la que pasó a capitán de la draga Cantabria.
En La Atalaya tuvo de director a Eusebio Sierra de la Cantolla, todo un señor que ostentó tras la muerte de José Estrañi la presidencia de la Asociación de la Prensa. Los periódicos de entonces eran polemistas y Pick nos dejó el relato de uno de esos lances que finalmente se quedó en nada. Fue a raíz de desvelarse que el primer apellido de don Eusebio era Cuerno y no Sierra, y un rival comenzó a designarle con tono despectivo como el señor Cuerno. El director de La Atalaya no dio mucha importancia a este asunto, pero un día se sentó a su mesa y escribió la siguiente redondilla que entregó al regente, Salvador Sierra, para editarse en el número que se estaba confeccionando:
¡Mira, joven imprudente
que la gente ha conocido
que pones en mi apellido
lo que quitas de tu frente!”.
Pero como don Eusebio era un personaje conciliador y buena gente según relato del propio José del Río, al poco tiempo se arrepintió y mandó retirar las cuartillas para escribir otro texto, probablemente menos contundente aunque, seguro, brillante. A su muerte, en 1922, Pick le sucedió en la dirección de La Atalaya, después de cultivar durante varios años el periodismo encrespado, de polémica y lucha, lo que le granjeó muchas satisfacciones pero también notables disgustos.
No tardó mucho en conocer las hieles del periodismo. Enviado especial de su periódico a la zona del conflicto de la guerra de Marruecos –donde pelearon y murieron cientos de jóvenes cántabros- algunas informaciones de Pick sobre el desastre de Annual, llevaron al ejército a iniciar un consejo de guerra contra el periodista, que se celebró el Melilla en junio de 1922. Y al igual que su compañero de crónicas africanas, Adolfo Arce, que las enviaba para El Diario Montañés, Pick estuvo en la cárcel de la calle Alta, conocida por Santa María Egipciaca.
Desde que conoció el sufrimiento de la cárcel y su significado para un periodista, acudía a todos los actos o almuerzos de solidaridad con compañeros que habían pasado por semejante situación. Eran encuentros a los que asistían hombres de la derecha y de la izquierda, tradicionalistas y simpatizantes del marxismo, además de hombres de ideas templadas y conservadoras. Era curioso pero cierto: muchos pasaron por la cárcel cuando mandaban los otros y viceversa. Aquellos encuentros representaban una especie de alto el fuego en el rifi-rafe contundente y sin tregua que existía entre periódicos y que protagonizaban los periodistas.
Poco antes de las elecciones municipales que propiciaron la implantación de la II República, José del Río dejó la dirección de La Voz de Cantabria. Fue a partir de entonces cuando animó el acontecer diario con la sección Aires de la Calle a través de la cual analizaba el aire de cada día, coincidiendo con una sociedad –o mejor sus dirigentes- que comenzaban a perder la brújula y llevar a España al despeñadero. Era un tiempo de pasiones que al menor descuido se pagaba con la vida. Así lo entendieron unos amigos que en noviembre de 1936 le obligaron a salir de España ante el temor de posibles consecuencias después de que se enfrentara por asuntos de la guerra y su cara inhumana con un periodista adicto a la defensa de la República.
Después de trabajar en Salamanca para la Dirección de Prensa y Propaganda del nuevo régimen con Pedro Gómez Aparicio y Joaquín Arrarás (tiempo en el que firmaba artículos con los seudónimos de Juan de Mar y Brañosera), pasó a formar parte de la redacción de Informaciones en el que se notaba la influencia de la familia De la Serna, en cuyas páginas escribió diariamente la sección Apuntes de un peatón, crónicas que por su estilo literario, su agudeza y gracia, se han ganado un puesto entre las mejores crónicas de costumbres sobre Madrid.
Allá por los años sesenta, se publicó en La Vanguardia Española un artículo de Manuel Pombo sobre la elevación de Pick a la categoría de periodista de honor. Escribió lo que representa su gran epitafio: poco a poco el perfil de José del Río Sainz se vio vencido por el tiempo. De él quedaba, como un periscopio, o como un mástil que no quiere hundirse, su pipa. Así es. Medio siglo después de su muerte, merece la pena embarcar como él lo hacía para adentrarnos en su gran poesía y en su sentimiento en el discurrir de una vida azarosa que deslumbra aun y en la que Pick nunca perdió su brújula de marino y periodista.