EL MUNDO, CANTABRIA24HORAS.COM, 02 de marzo de 2015
En el verano de 1877, pocos meses antes de escribir Marianela (1878), Benito Pérez Galdós visitó Cartes para recrearse en los parajes en los que desarrolló su novela. Volvió en 1884 de cuya visita se conserva una imagen que recoge el momento en el que el escritor llega en un carruaje a la casona de la familia Somavía, de las más influyentes de la villa. Ya las primeras páginas de Marianela nos presentan a Teodoro Golfín que al pisar tierra cántabra llega hasta las minas de Socartes, que en la novela no es otro que la villa de Cartes, como Aldeacorva es Riocorvo y Villamojada se identifica con Torrelavega.
Cartes y sus minas próximas representan el pueblo en el que Galdós quiso que discurriera una parte del relato de su histórica novela, una villa con un pasado relevante, centro de una administración señorial y jurisdiccional en la época medieval. Su vieja rúa, con sus torreones, balconadas de torneados balaustres, ventanas pequeñas, puertas en arcadura y escudos labrados, conservó durante muchos años el ambiente rural y noble de antigua aldea cántabra.
Sus casonas siguen en su Camino Real como las cuentas de un collar que se desgrana, dando fe de un viejo escenario galdosiano desde que ganó el trozo de algo más de mil metros de la antigua carrera nacional que el Ministerio de Obras Públicas cedió a raíz de construirse la variante –en forma de arco de ballesta– que dejó a la villa en paz. Hacia la mitad de esa calle única se encuentran los célebres Torreones que constituyen un verdadero escenario shakespeariano. Merece la pena llegar de noche a Cartes y franquear el Torreón, que es como penetrar en el medioveo.
Son pocos los vecinos que recuerdan aquellas numerosas partidas de obreras que viniendo de La Emiliana, la fábrica de tejidos de Las Caldas, cantaban en los días de alborozo: “A la entradita de Cartes/Lo primero que se ve/La fuente de los tres caños/Y el Ayuntamiento al pie”. Sigue siendo hermosa esta entrada a la villa. Luego las casas se estrechan, dejando ver muchas de ellas sus escudos de nobleza muy bien conservados, como el que dice: “Estas armas de Obregón/Tan bellamente adornadas/Hijas legítimas son/De las batallas ganadas/Al rey moro de León”. Y a una treintena de metros en el dintel de la puerta de otra vieja casona aparece una inscripción indescifrable durante siglos, de la que incluso se discutía sobre la lengua en la que está escrita.
La inscripción se encuentra en perfecto estado en el portón de entrada a la casa de los herederos de Emeterio Quijano, conocida por la “Casa del Correo” por haber servido para tal fin y también como “Casa de la Pastora” por estar unida a dicha casa y pertenecerle una ermita bajo la advocación de la “Divina Pastora”. Con un calco bastante fiel de la lápida, Santiago Piñeiro, brigadier de Artillería, atraído por el misterio que encerraba aquella piedra, a partir de 1845 consultó con epigrafistas, en concreto de aquellas instituciones con expertos contrastados: la Biblioteca Universal de Paleografia Española y la Real Academia de la Historia.
Uno de los consultados –al que Piñeiro confesó “humildemente mi ignorancia”- fue el académico y Secretario Perpetuo de la Real Academia de la Historia, Pedro Sabau y Larroy, que cursó a una comisión especial el cometido de descifrar la inscripción, lo que a pesar de reiterados intentos no se logró. Sabau había visto con sus propios ojos la lápida al acercarse a Cartes en algunas de sus visitas veraniegas para tomar los baños en el balneario de Las Caldas de Besaya, lugar en el que le sorprendió la muerte en los primeros días de agosto de 1879.
Ante la falta de respuestas durante al menos dos siglos, se llegó a especular desde múltiples puntos de vista, alcanzando más partidarios aquella que indicaba que la inscripción respondía a una tradición antiquísima de buscar la protección de los habitantes, en este caso de los que habitaban las casas de Cartes mediante un indescifrable tipo de dibujos, frases ocultas, conjuros, etcétera.
Parece que ahora lo indescifrable se ha descifrado por fin. En un trabajo de investigación del doctor Javier Ortiz Real con el título “Aproximación a la Epigrafía de Cartes” (2014), se ha aportado una solución aun cuando el propio autor deja abierta la cuestión a la posibilidad de otra mejor lectura y transcripción. Ortiz Real considera que el llamado lapicida –responsable de esculpir las grafías en la piedra sin entender lo que el redactor del texto le había dado, quizás por ser analfabeto- nos habría llevado a un resultado final pésimo de su trabajo para su correcta lectura.
El investigador ha concluido a través de su estudio la lectura actual de la hasta ahora inscripción indescifrable: “Suerte para esta casa. Solo Dios nuestro señor tiene el poder sobre ella. Jesucristo, José y María. Hecha en la era MCCCIII, Susino”. Ortiz Real considera que si la lectura es correcta estaremos ante una edificación que corresponde al siglo XIII y en cuanto al subscriptor Susino que aparece a final, bien nos indica el nombre de quien levantó el edificio, ya el propietario, ya el maestro cantero o bien el lapicida. Sea o no el texto correcto de la inscripción, el estudio de Ortiz Real aporta luz y pone de manifiesto que a través de las ciencias y técnicas historiográficas –desde la Paleografía, la Diplomática y la Epigrafía– se puede llegar a conclusiones que, como en el caso que nos ocupa, pueden ser definitivas.
El estudio sobre la Epigrafía de Cartes añade otro tema de investigación de no menos valor. A través de una crítica profunda y detallada de los distintos caracteres grabados como por las marcas de cantería y la letra usada, los Torreones son una edificación del siglo XIII y no del XV como se difunde al vincularse su construcción a los Manrique, Marqueses de Aguilar y Condes de Castañeda.
Hemos titulado con intención este artículo al entender que cuando las piedras hablan, es porque detrás de ellas están las manos no solo de obreros castigados por la dureza del trabajo, sino por las de artistas que llevan muchos siglos hablándonos a través de cada uno de nuestros monumentos y viejas casonas levantadas con ese toque que solo los grandes creadores saben dar. Es así como la piedra se proyecta como el recurso de una cultura milenaria para comunicarse.