Don Marcelino y Pereda en el Senado

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Dos ilustres montañeses que demostraron una gran riqueza creativa en la recta final del siglo XIX fueron recordados hace unos días en el Senado español con la expectación del país, motivado por el debate sobre el Estado de las Autonomías y su futuro. Citar a don Marcelino Menéndez y Pelayo y a don José María de Pereda es invocar el nombre e Cantabria, la vida de nuestros pueblos, la historia, el saber y la grandeza de nuestras letras. Es expresar el orgullo cántabro de dos personalidades universales que están en nuestra pequeña historia y en la grande de España con letras de oro. Significa, además, recordar su apuesta por el regionalismo de España que si su construcción y ejercicio se proyecta como “benévolo y fraternal, puede ser un gran elemento de progreso y quizá la única salvación de España”.

El reciente debate del a Cámara Alta en el que participaron el presidente del Gobierno de la nación y los presidentes de las comunidades autónomas ha servido para que los españoles y ciudadanos de la misma nación nos conozcamos más al escuchar de boca de nuestros presidentes regionales sus inquietudes y problemas, esperanzas y zozobras. Probablemente, a partir de ahora sintamos más como propio, de todos, el problema del agua en Murcia o Castilla La Mancha, la insularidad de Canarias y Baleares y, por supuesto, en que en esas y las demás regiones comprendan nuestra voz contra la marginación cuando afirmamos, sin posible réplica, que hasta el signo XXI no contaremos con estructuras modernas con Asturias y Galicia, mientras que ha gastado más de medio billón de pesetas en un tren innecesario hacia el sur que contrasta, por ejemplo, con el decretazo que archivó para siempre el proyecto Santander-.Mediterráneo o la sorprendente y autoritaria decisión de suprimir el tren expreso de Madrid de los sábados.

Ha sido también una ocasión patria comprobar el pluralismo y los particularismos de España que, bien entendidos y encauzados, tanto pueden contribuir a que la nación española funcione y alcance esa grandeza que el catalán Cambó expresaba cuando hablaba de su profundo catalanismo para afirmar: “Yo quiero una España libre, rebelde y consciente, con una libertad colectiva ilimitada y un Gobierno de acción limitada”, todo un acto de fe en la capacidad y la imaginación de al sociedad civil, o la frase de don Marcelino en 1876 que ya a sus veinte años destacaba por su impresionante cabeza intelectual y que escribió: “Crezca en nosotros el amor a las glorias de nuestra tierra, de nuestro pueblo y hasta de nuestro barrio, único medio de hacer fecundo y provechoso que el amor a las glorias comunes de la patria y sea posible contrarrestar esa funesta centralización a la francesa”.

Son expresiones que hacen compatible una pasión española con la defensa de nuestro regionalismo, porque las regiones no niegan a España, sino que la hacen más fuerte. Don José María de Pereda lo expresó sabiamente en un discurso en Barcelona de 1892, cuando condenó el falso patriotismo de quienes negaban la fuerza y el protagonismo de las regiones, escribiendo que “tanto valdría afirmar que un cuerpo se debilita a merced que se robustece cada uno de sus miembros…”

El discurso del presidente cántabro ante el Senado o, lo que es lo mismo, a la nación española, ha significado esa oportunidad de reclamar la existencia de Cantabria. Su papel sencillo pero protagonista, al fin y al cabo, en la España de finales del siglo XX, así como de afirmación de todas nuestras aspiraciones y también recelos, con un Gobierno que no nos ha tratado solidariamente. No voy a insistir en los contenidos de ese catálogo de temas pendientes con el Gobierno central sino expresar, como hizo el presidente de los ciudadanos de Cantabria, el orgullo que se siente cuando a los agravios se contesta con espléndidas realidades: una región con el menor índice de analfabetismo y de mortalidad infantil, la existencia de multitud de propiedades que demuestran el reparto de la riqueza o los menores índices de delincuencia del país; en fin, la imagen de una Cantabria que tiene algo más importante que los números o las estadísticas “per-cápita” como es la calidad de vida.

Del debate –más sobre las formas que los contenidos.- se han escuchado numerosos comentarios. Para algunos ha significado la falta de cortesía hacia la comunidad y sus ciudadanos al no aplaudirse el primer discurso del presidente cántabro. ¿Es un hecho transcendental o sencillamente una alteración de la sana cortesía parlamentaria?. ¿Podemos entender que se trató de una actitud grave, al día siguiente corregida precisamente por quien ejerce la presidencia del Gobierno de la nación, dando una lección de educación y cortesía, no ya con un presidente autonómico, sino con nuestra región y sus ciudadanos, parte entrañable y significativa de España?. Por cierto, ¿qué podemos decir de los senadores de Cantabria que han demostrado su incapacidad para defender la región y fueron cómplices de la descortesía?. Todo ésto no merece mi interés y si trazo estas reflexiones es por los lectores, que esperan este análisis. Me interesan más los contenidos de la voz cántabra que escuchó el presidente González y toda España.

Pero ha sido, sin duda, más enriquecedor y emocionante escuchar que Cantabria tiene voz propia en la nación y asistir al recuerdo de dos cántabros universales, padres intelectuales de un regionalismo constructivo a favor de España, que son valores más positivos que la peor descortesía y las actitudes de quienes debieron reprobarla y que ignoran aquella frase de Pereda cuando afirmó que “no puede ser buen ciudadano aquel que no considere su terruño, por pobre y mísero que sea, como el mejor pedazo del mundo”, afirmación que bien merece una reflexión por quienes hablan sin que hasta ahora hayan demostrado siquiera que existen.


ALERTA - 2 de octubre de 1994