Grandeza de la tierra cántabra
El orgullo de cada casa solar que encierra el corazón de un cántabro, convierte cada ataque y cada descalificación en una semilla que engrandece nuestro sentimiento”. Don José María de Pereda inventó el vocablo entrañable La Montaña y los montañeses y ciudadanos de este tiempo hemos construido Cantabria. Del ilustre escritor de Polanco, símbolo de la novela costumbrista española, se nos ha enseñado desde niños una idea cabal de entender la patria chica. Ese amor está profundamente arraigado en nuestros corazones. Y ese amor se quiere humillar cuando se le provoca con el menosprecio y la petulancia de quienes hablan desde fuera de nuestra comunidad y pretenden, incluso, enseñarnos y dirigirnos para que nos traguemos un futuro que nos diseñan como nuestros salvadores, considerando a Cantabria un “ghetto” de rebeldes dormidos que ha apartado de ellos una inhóspita cordillera. Los cántabros estamos muy acostumbrados últimamente a ser portada de periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión. Siempre se resalta lo negativo. Lo positivo de esta tierra se queda intencionadamente en el olvido, y eso que existen cosas envidiables. Pero ni su belleza, ni el carácter de su pueblo, ni su decisiva historia en la formación de España, ni sus antiguas instituciones, ni su Estatuto de autonomía, ni su autogobierno, merecen la más mínima consideración. Llegan a menospreciar hasta la voluntad popular. “El sabor de la Tierruca”, una de las obras más intensas de Pereda, fue para La Montaña de finales del siglo XIX lo que “Mireya” de Mistral fue para La Provenza; las novelas de Walter Scott para Escocia o los cuentos de Guy de Maupasan para Normandía. Entre las páginas de esa novela perediana descansa un alma regional dispersa y distraída, absorta acaso en el hermoso paisaje que describe. Los políticos centralistas y los dictadores de la información y de las tertulias no conocen ese lenguaje, ni sabrán comprender esa gran expresión de “La Tierruca”, una palabra que se ha atrevido a condensar en un diminutivo la grandeza de una tierra sobre la que vivimos y bajo la que descansaremos cuando nos llegue la hora de la muerte. ¡Cuánta estupidez y cinismo tenemos que soportar más allá del Escudo!. Hablan o escriben sobre nuestro destino como si a ellos les correspondiera marcarlos, como si fuéramos menores de edad. Les importa muy poco la existencia de nuestro Parlamento, que encierra nuestra voluntad popular, y que se encuentra acosado por las sucursales de los partidos madrileños. Desde el otoño de 1991 esos partidos se niegan sistemáticamente a conceder a Cantabria un derecho que tienen todas las democracias reales, como es la disolución de la Cámara Legislativa para convocar elecciones anticipadas. Estos partidos tendrían que haber consensuado este elemento lógico de un sistema parlamentario del Estado de Derecho, y permitir cuando se dictó el procesamiento que los ciudadanos de Cantabria, mediante unas elecciones, concreten y decidan su propio futuro. Pero a ningún partido le interesó que los cántabros decidiéramos sobre nosotros mismos. Cantabria les parece una tierra a conquistar, una tierra de servidumbre y de apetencias externas. Y en esta tierra de hijosdalgos cualquier cosa ha podido ser costumbre menos la conquista y la servidumbre ajena a nuestra tradición de pueblo indomable. Sobre la sentencia poco voy a decir porque una gran parte de la opinión pública de Cantabria y a tiene su opinión. Su reacción se ha dejado sentir. Dos votos conocidos condenaron y uno absolvió. Sobre la alta trascendencia de la Justicia en un Estado de Derecho, el francés León Duguit, allá por los años veinte, y apuntando sobre la diana del derecho vivo, dijo que sobre un mismo caso debatido y probado podrían dictarse dos sentencias opuestas. Demasiado duro, aunque cierto, pero la realidad del Derecho parece ésta y no otra. El juez robot de Montesquieu no era más que la expresión de su muy justificado temor al poder de los jueces frente al que no caben otros límites que el sistema de recursos. Y en ese sentido entiendo y aplaudo el voto particular y la absolución pronunciara por el magistrado Redondo –un juez que no ha expresado pùblicamente su ideología política. Cuando ha dicho que la confianza parlamentaria no puede ser quebrada por el Gobierno de los jueces. Los cántabros hemos dado muestras a lo largo de nuestra dilatada historia de que somos un pueblo tranquilo cuando descansamos en la paz de nuestro devenir. Sin embargo, las provocaciones indeseables, los acosos irrespetuosos y las imposiciones descaradas provenientes de fuera de nuestras fronteras nos han dado justa fama de hombres y mujeres bélicos y rebeldes. El orugllo de cada casa solar que encierra el corazón de un cántabro convierte cada ataque, cada descalificación, cada menosprecio por nuestra autonomía e identidad en una semilla que engrandece nuestra voluntad y nuestro sentimiento cántabro. Y es que el despertar de Cantabria surge cuando soportamos injusticias, marginaciones o absurdas descalificaciones en las que nuestra tierra se exhibe casi como un “ghetto” de extraños habitantes. Acaso no soportan la calidad de vida que aquí se vive, una calidad de vida muy por encima de la media nacional al que debe añadirse el mayor reparto de la propiedad familiar y los niveles más ínfimos de España de analfabetismo o mortalidad infantil. Resumo. Mientras los ignorantes de nuestra historia y alma regional expresada en el pensamiento perediano quieran nuestra sumisión a sus ideas y órdenes siempre quedará .-como escribió José del Río, “Pick”- un profesor de Leipzig, Oslo, Copenhague o Columbia que al escribir sobre la literatura española, se familiarice con los nombres de Arcillosa, Cumbrales o la Villavieja (Torrelavega), o con personajes como don Pedro Mortera, don Juan de Prezanes, o don Simón Cerojo que han formado desde el costumbrismo perediano nuestro carácter. Y esa es nuestra grandeza, nuestro particular romanticismo y nuestra vital existencia que nadie extraño a nuestro pueblo va a someter a sus mezquinos intereses. Puede ser nuestro despertar cántabro. ALERTA - 30 de octubre de 1994 |