Los límites de la
Cantabria del padre Florez /3
Este teólogo y agustino de Villadiego (Burgos) zanjó la
gran controversia sobre la situación y extensión de la Cantabria antigua.
“Casi toda España se hallaba pacificada por los
romanos a excepción de los cántabros y asturianos, que eran dos castas de
gente muy poderosa y vivían sin sujección al imperio. El genio de los cántabros
era peor, más altivo, y más tenaz en no rendirse a pactos; y no contentos con
defender su libertad molestaban con frecuentes correrías a los Vaceos,
Curgionios y Autrigones. El
emperador Augusto no quiso tolerar inquietudes, ni visos de enemigos de España
y para dar fin a todo, declaró guerra: abrió las puertas de Jano y vino
personalmente a comandar el ejercito”. Este relato del escritor Lucio Floro es
recogido por el padre Enrique Florez en su gran obra “Disertación sobre la
situación de la Cantabria, con noticia de otras regiones confinantes y varias
poblaciones antiguas”, al que nos vamos a referir dentro de este conjunto de
artículos sobre los antiguos límites territoriales de Cantabria.
Pero antes, unas breves líneas sobre el padre
Enrique Florez, personalidad que he tratado en numerosos artículos y sobre cuya
biografía y obra siempre insistiremos para tener un conocimiento más amplio
sobre esta figura excepcional. Burgalés de Villadiego, en su recuerdo se
levanta un monumento en la plaza central de su pueblo natal, que para los cántabros
tiene una relevancia trascendente ya que don Enrique Florez de Setién y
Huidobro ha sido uno de los más grandes historiadores españoles, de cuya
muerte se cumplió recientemente el 225 aniversario. Teólogo, agustino y figura
clave de la historiografía española del siglo XVII, su gran obra lleva por título
“España sagrada” (27 libros) pero para los cántabros su obra
“Cantabria” publicada en 1786 es, después de la obra del aragonés Jerónimo
Zurita, un trabajo de gran significación para los cántabros al cerrar la polémica
sobre la localización de la Cantabria romana y concluir su investigación al
identificar aquél territorio indomable y de hombres valerosos con el actual de
la Comunidad Autónoma cántabra, frente a equiparaciones de Cantabria con el País
Vasco, lecturas “interesadas” que buscaban el entronque con un pueblo de
gran valor en la defensa de sus convicciones, como el de su independencia frente
a cualquier opresión externa.
Desde hace muchos años guardo una reproducción de
la gran obra sobre Cantabria del padre Florez, en cuyas primeras líneas ya
reconoce que “la principal controversia acerca de la Cantabria es sobre la
situación y extensión”, indicando como advertencia sobre el rigor de los
estudios que “para hablar con distinción, reducimos ahora la investigación a
la Cantabria antigua, ésto es, al tiempo de Cristo, en lo inmediato de antes y
después, en cuyo espacio hubo autores que hablaron de ella, a los cuales se
debe estar y no a los posteriores de quince siglos, cuyos testimonios no merecen
otro crédito que el antiguo documento en que escriben”.
Sobre los límites de la antigua Cantabria, el padre
Florez muestra su identidad con los fijados por los geógrafos antiguos, que
empezaba (de occidente a oriente) por el confín de Asturias, corriendo por San
Vicente de la Barquera, Puertos de San Martín de Arena, de Santander y Santoña,
hasta cerca del río que entra el mar al oriente de Somorrostro, Muzquiz y Pobeña,
que hoy son de las Encartaciones; por el sur incluyendo las cordilleras de peñas
sobre León, por Aguilar de Campóo y valle de Sedano, incluyendo los
nacimientos no solo del río Ebro sino también del Carrión y el Pisuerga.
Estos y no otros fueron los límites cántabros, dejando fuera las tres
provincias vascas, que Florez con el apoyo de los historiadores romanos
justifica señalando cómo en la tierra de Campos y en Amaya -y no en Vizcaya-
asentó sus fuerzas el emperador Augusto para intentar, una vez más, la
conquista de la tierra de los cántabros. En esta tesis insiste Florez: Roma
actuó contra los cántabros porque significaban una amenaza para los Vaceos,
Turmogos y Autrigones, es decir, no contra los antiguos vascos sino para
defender a los vascos, ya entonces dominados.
El padre Florez tuvo un fuerte rival en el
historiador pro-vasco Larramendi que negó todas las afirmaciones del
historiador de Villadiego y que se concreta en el libro “Discurso histórico
de la antigua famosa Cantabria” con el subtítulo “Cuestión decidida si las
provincias de Vizcaya, Guipuzcoa y Alava estuvieron comprendidas en la Antigua
Cantabria”. Sus contenidos encontrarían una respuesta -contundente, por
cierto- en el libro antes mencionado del padre Florez que apareció en 1768 y
que para González Echegaray se trata de una obra crítica e independiente,
realizada con un depurado método histórico. Era y es, después del libro del
aragonés Zurita, la obra definitiva en favor de la reducción de la antigua
Cantabria a la hoy comunidad del mismo nombre.
La obra de Florez encontró un gran eco y parecía
dejar zanjada esta cuestión polémica. Sin embargo, unos años después el
historiador vasco Ozaeta da respuesta a la obra del teólogo agustino de
Villadiego -que para entonces ya había fallecido- desde una visión vasco-cantabrista
y con el título “La Cantabria vindicada y demostrada según la extensión que
tuvo en diferentes tiempos”. Menos mal que el discípulo de Florez, el también
religioso Risco, se creyó en la obligación de contestar a Ozaeta con un
trabajo serio y documentado a juicio de González Echegaray pero con tesis
expuestas de forma agresiva para el historiador vasco, que también a la salida
de esta obra había fallecido. Tampoco faltó la respuesta de las Vascongadas a
través de un sobrino de Ozaeta. Pero en el resto de los historiadores españoles
no se produjeron reacciones, al entender que la obra del padre Florez zanjaba
definitivamente la polémica, al entender y comprobar el rigor del historiador
burgalés.
La obra del padre Florez significó un golpe
definitivo contra la tesis del vasco-cantabrismo, que fue recibida con
entusiasmo en los medios montañeses y santanderinos, a pesar de que apenas habían
intervenido en la discusión, a excepción de Floranes y de Fernández
Palazuelo. A partir de los inicios del siglo XIX, los historiadores más
significativos que se ocuparon de ubicar el viejo solar cántabro de nuestros
antepasados, aceptaron la investigación del padre Florez y así podemos
entender la obra “Historia General del Señorío de Vizcaya” del reconocido
historiador vasco Jaime de Labayru, que reconoció la verdad de la tesis cántabra,
es decir, la Cantabria actual representa el mismo territorio, aunque menos
extenso, que el de la antigua Cantabria.
Desde que la tesis del padre Florez fue unánimemente
aceptada, el nombre de Cantabria comenzó a reivindicarse por los ciudadanos de
nuestra tierra, surgiendo asociaciones y entidades como el Real Seminario Cantábrico
o la Real Sociedad Cantábrica de Amigos del País, el cuerpo del ejército
llamado Primer Armamento Cántabro, más tarde División Cántabra y, en el
orden político, con la integración de pueblos y valles, se construyó la
provincia que llegó a llamarse Cantabria. Por estas razones, nuestra tierra
siempre tendrá una deuda impagable con el teólogo agustino de Villadiego.