Cantabria: sus verdaderos límites
territoriales/1
El catedrático Iglesias Gil acaba de publicar una
obra en homenaje a la figura de Jerónimo Zurita quién en el siglo XVI encabezó
la corriente historiográfica “montaña-cantabrista” que inició la defensa
de la territorialidad de Cantabria.
El historiador aragonés deshizo el tópico de que
la Cantabria que defendió su soberanía e independencia frente
a Roma era el conformado por las provincias vascas de Vizcaya, Guipúzcoa y
Alava.
Uno de los libros de este verano que merece
la atención de los interesados por la historia de Cantabria es el que ha
escrito el prestigioso catedrático de Historia de la Universidad de Cantabria,
José Manuel Iglesias Gil con el título “Gerónimo Zurita. Cantabria.
Descripción de sus verdaderos límites” que dentro de la colección
“Cantabria 4 estaciones” ha editado el servicio de publicaciones de la
Universidad cántabra. El libro tiene un doble acierto e interés: por un lado,
se publica íntegramente el trabajo de Zurita y, por otro, Iglesias Gil
incorpora un estudio preliminar que permite una visión global sobre la
trascendencia del trabajo del historiador aragónes (1512-1580), que dada su
preparación técnica y su gran dominio del latín hicieron posible fijar
definitivamente unos límites territoriales para la antigua Cantabria que los
vascos, hasta ese momento, habían monopolizado a través de sus historiadores
con el colaboracionismo de otros. Un Jerónimo Zurita que con el padre Sota y
Enrique Florez fueron quienes
recuperaron la grandeza de nuestra historia frente a las profundas
tergiversaciones y falsedades de entonces.
La trascendencia de Zurita para Cantabria es
inmensa ya que a él se debe el impulso de una corriente historiográfica
“montaña-cantabrista” que inició la defensa de la territorialidad de
Cantabria, echando por tierra el tópico de la antigua Cantabria que defendió
su soberanía e independencia frente a Roma asentada sobre el actual territorio
vasco y el de sus provincias de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa, que entonces era la
tendencia dominante. Como afirma Iglesias Gil en su estudio preliminar, a Jerónimo
Zurita le cabe el honor de representar un momento historiográfico caracterizado
por la puesta en valor de la ciencia histórica mediante la utilización
rigurosa de las fuentes documentales bibliográficas y archivísticas para
apoyar sus argumentos a las que incorpora otras mas específicas de las ciencias
auxiliares con un criterio unánime y sin apasionamiento. En la hermosa y
enriquecedora gran biblioteca del Palacio de Caja Cantabria - antiguamente de
los Marqueses de Benemejís de Santillana del Mar
- puede contemplarse su obra estelar Anales de la Corona de Aragón,
donde pone en evidencia la consulta
y estudio riguroso de las crónicas medievales.
El trabajo “Cantabria,
descripción de sus verdaderos límites” fue escrito en 1578 y, sin embargo,
no vió la luz hasta 1683, cuando ya se había cumplido un siglo del
fallecimiento de su autor. Iglesias Gil abre en este sentido una interrogante al
preguntarse ¿para que escribió Zurita este opúsculo sobre Cantabria?.
Reflexionando por qué Zurita no trató el problema territorial de otras
regiones de España, bien por la existencia de algún tipo de censura o, la
intervención de algún erudito para retrasar su publicación, Iglesias se
inclina por su propia tesis de que
vinculado e identificado por su aragonesismo con el río Ebro, Zurita llegó a
interesarse por el territorio en el que nace, y así pudo surgir su interés y
pasión por la antigua Cantabria.
Otros autores como Antolín José Herrera de la Sota mantiene la teoría que
ello se debió a la imposibilidad de oponerse, entonces, a la autoridad de
Antonio de Nebrija y de los historiadores consagrados de la época.
Cuando ya se había escrito por Zurita su obra
sobre los límites de Cantabria, el panorama sobre esta cuestión en ese tiempo
era el siguiente: acudo, por ejemplo, al trabajo de Alfonso Rodriguez de Guevara
sobre “Fundación y antigüedad de España y conservación de la nobleza de
Cantabria”, publicada en Milán en 1586 donde, en base a la conservación del
vascuence viene a llamar vizcainos a los cántabros y “los guipuzcoanos todos
son cántabros superiores, porque es toda una gente, una nación, una lengua,
una antigüedad, y una nobleza y un valor”. ¡Así se escribía la historia!.
Por el contrario, en 1592 un trabajo de Juan de Castañeda, presenta el primer
testimonio de la equivalencia de la Cantabria romana y la Cantabria actual,
incluyendo la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica en las actuales
provincias de Burgos y Palencia, indicando que los habitantes de las Montañas
de Burgos ya tenían una conciencia clara de descender de los míticos cántabros.
Las citas en esta obra de autores clásicos como Dion Cassio, Estrabón, Lucio
Floro, Paulo Orosio y San Isidoro son constantes, lo que avala el rigor del
estudio de Juan de Castañeda. No
menos trascendente representa la aportación del francés Arnaut d´Oihenart ,en
cuya obra se rechazan las tesis pro-vascas, descartando con pruebas suficientes
que en ese territorio se desarrollaran las Guerras Cántabras, para desmontar
finalmente toda la farsa histórica levantada hasta ese momento. Fue el inicio
de una potenciación de la corriente historiográfica “montaña-cantabrista”
que culmina con los trabajos del padre Florez en el siglo XVIII.
Dejando por encima de cualquier disputa los
contenidos de la obra de Zurita, coincido con Iglesias Gil que la controversia
sobre la localización de Cantabria en los siglos XVI al XVIII fue más un
acatamiento de disciplina de orden religiosa que un problema estrictamente
historiográfico, y más una cuestión de enfrentamientos entre las diferentes
órdenes religiosas que entre autores vascos y montañeses. Así, los jesuitas
se empecinaron en demostrar la equivalencia entre el País Vasco y Cantabria,
como tierra de héroes y guerreros en la que nacieron luchadores de la talla de
Ignacio de Loyola, mientras que los benedictinos se identificaron con la tesis
“montaña-cantabrista” de Zurita, tesis a las que también se sumaron con
posterioridad los agustinos.
En definitiva, una obra oportuna la de Iglesias Gil
que ofrece luz sobre un proceso histórico al que las instituciones cántabras
han dedicado poco esfuerzo e interés. Desde
ese entusiasmo despertado por los
historiadores que consolidaron las tesis
definitivas sobre el territorio de los cántabros, aparece la creación de la
provincia de Cantabria en la Casa de Juntas de Puente San Miguel, el 28 de julio
de 1778, aún cuando no concluyeran las arremetidas “pro-vascas” que se
mantuvieron en obras dedicadas a la Historia del País Vasco de los siglos XIX y
XX, sobre todo en torno a la
tradición inventada de la independencia de los vascos, jamás sometidos por los
romanos, afirmación ésta que les entusiasmaba como generadora de un cierto
patriotismo y fuerte dosis de valentía frente a los poderosos y dominadores, en
este caso las legiones imperiales.
Estos hechos nos demuestran la importancia de la
historia, de su defensa y protagonismo en la expresión de identidad de un
pueblo, algo en lo que venimos insistiendo desde hace años, frente a quienes
asumen la autonomía cántabra como algo que carece de sustancia y contenido histórico al amparo de la Constitución
de 1978. Volvamos a la historia y a sus fuentes para expresar lo que otros, como
el padre Sota, el cronista Jerónimo
Zurita y el agustino padre Florez, dejaron sentenciado. El primero, cántabro
del barrio de Velo del pueblo de Arce
(Piélagos) y aragonés y burgalés de Villadiego los dos últimos. Por cierto,
vuelvo a reiterar la pregunta:¿reaccionaremos algún día y nos tomaremos más
en serio y profundidad nuestra propia historia?. Tengo que creer que sí. En
este sentido se expresa también el profesor López Portilla que siempre amigo
de lo epistolar, me pide ayuda y colaboración para que consigamos una reedición
moderna de la gran obra del padre Sota sobre “Los Príncipes de Asturias y
Cantabria”.