El pequeño comercio, motor de desarrollo.
No solo tiene importancia en su aspecto económico sino también en las relaciones humanas ya que la convivencia social, el trato personalizado, el conocimiento humano, la confianza y la comunicación vecino/comerciante, son valores que definen al comercio tradicional que genera empleo y reinvierte en Cantabria sus beneficios.
He tenido curiosidad por saber si el Consejo Económico y Social de Cantabria (CES) ha analizado en su último informe la situación del pequeño comercio, siguiendo el interés mostrado por este tipo de foros que representan un lugar de encuentro en las comunidades autónomas del estamento político, el sindicalismo y el empresariado. En algunos dictámenes de este organismo en otras comunidades autónomas, se ha afirmado que en regiones con un reducido índice de industrialización - caso de Cantabria - el pequeño comercio debe ser uno de los motores para afianzar un nuevo desarrollo. Pues bien, de forma muy superficial el informe del CES se refiere al comercio al por menor en la comunidad cántabra en el que se reconoce, sin entrar en el fondo de la cuestión, que la aparición de las grandes superficies y de las tiendas de descuento, está provocando una desaparición paulatina del establecimiento independiente, especialmente en el sector de la alimentación , para añadir que la situación del comercio tradicional parece, por tanto, complicada, debido a que se basa en una fórmula ya en declive, reflexión ésta un tanto sorprendente que intentaremos combatir con argumentos suficientes y contrastados.
Entiendo que es algo asumido que el pequeño comercio representa una parte importante del peso de la empresa familiar en España y en países de mayores niveles de desarrollo. Las estadísticas vigentes avalan esta tesis si tenemos en cuenta que en Estados Unidos, en la última década del siiglo XX, el noventa y cinco por ciento de las empresas eran familiares y de las 500 más grandes el veinte por ciento eran de titularidad familiar, produciendo el cincuenta por ciento del producto nacional bruto del país, con el añadido de este otro dato significativo: las empresas familiares pagan el cuarenta por ciento de los salarios norteamericanos y ocupan el cuarenta y dos por ciento de la fuerza laboral.
A pesar de la fuerza de la empresa familiar, que tiene un ejemplo muy concreto en el pequeño comercio, en Cantabria venimos asistiendo a constantes amenazas sobre su futuro, especialmente desde que se inició una desmesurada pasión por los macrocentros hasta el punto de que las autoridades competentes autorizaron - o no evitaron - la instalación de varias infraestructuras comerciales en Santander y Torrelavega, alcanzándose en Cantabria unos niveles por habitante superiores a la media nacional. La libertad de horarios, aprobada en fechas recientes por el Gobierno de la nación y apoyada por la coalición gobernante en Cantabria - debiera ser motivo de análisis la sorprendente evolución del PRC sobre este sector, al que ya abandon con la autorización de la modificación urbanística de Nueva Montaña -, representa también una ventaja para los "grandes" en detrimento del pequeño comercio que crea empleo en Cantabria más estable que los macrocentros, paga sus impuestos en Cantabria y, finalmente, sus beneficios los reinvierte en Cantabria. Es decir, podemos asegurar que nuestra comunidad, con la instalación excesiva de grandes superficies, será a la larga más pobre porque si bien no puede discutirse que el dinero gastado en el comercio local se queda en Cantabria, el gastado en el gran hipermercado sale de Cantabria, en su totalidad, cada vez que se cierran las cajas, es decir, a diario.
No es la primera vez que defiendo que el comercio tradicional contribuye a la vitalidad de las ciudades y a la mejora del estado de los cascos históricos, además de poseer más capacidad para crear empleo y, casi siempre, empleo estable. A estas conclusiones se ha llegado hace algunos años en países europeos, pasando de una libertad no restringida en la autorización de hipermercados a medidas restrictivas, hasta el punto de que en varios países vecinos la apertura de todo establecimiento superior a trescientos metros cuadrados precisa de la correspondiente autorización administrativa, medida dirigida a proteger al pequeño comercio o comercio tradicional.
Los poderes políticos de Cantabria, tanto el Ejecutivo autonómico como los Ayuntamientos de Santander, Torrelavega, Camargo y Astillero, entre otros, debieran meditar sobre lo que podría suponer el progresivo hundimiento del comercio tradicional no sólo desde el punto de vista económico sino también de relaciones humanas ya que la convivencia social, el trato personalizado, el conocimiento humano, la confianza, la comunicación que aporta la relación vecino/comerciante a través del pequeño comercio familiar no es cuantificable en las estadísticas económicas de un país o de una comunidad autónoma. Representa calidad de vida, mientras que si no se toman medidas para reequilibrar la situación nos encontraremos más pronto que tarde con unos centros de las ciudades que tienen actividad por las mañanas como ubicación de oficinas burocráticas y de bancos, presentando por las tardes la imagen de una ciudad casi vacía y sin la actividad y alegría que ofrece el comercio tradicional de las ciudades tipo Santander o Torrelavega.
El Gobierno de Cantabria debe promover una ley de Comercio autonómica que garantice una lícita competencia entre las dos modalidades de comercio, equilibrio que hoy, sin embargo, no existe ya que en Santander y Torrelavega se ha perjudicado notablemente al pequeñoo comercio sin que hayan existido medidas compensadoras. La conciliación de las dos fórmulas es posible y necesaria porque aporta indudables beneficios a la sociedad ya que ello impulsa significativas mejoras para el consumidor. Pero esa situación deseable comienza a alterarse con un claro perjudicado: el pequeño y mediano comercio y, por tanto, el empresario familiar de Cantabria.
Aunque son muchos y contundentes los argumentos que se pueden poner a debate sobre el necesario apoyo al comercio tradicional, considero suficientes los aquí expuestos, apuntando que me gustaría que mis lectores entendieran estas reflexiones como una confianza en el pequeño empresario comercial que genera empleo y reinvierte en Cantabria, en ningún caso como una exaltación proteccionista del pequeño comercio. El impulso de una comunidad como la cántabra de sus ciudades más importantes, pasa por dar confianza a sus empresarios, aunque sean los más modestos en cuanto a empleo, que pueden ser los pequeños comercios. Es decir, apoyar a esos protagonistas insustituibles que dan vida a los negocios, comercios y a la empresa familiar, en definitiva. Las Administraciones deben ser conscientes de la necesidad de fomentar, ayudar y no entorpecer, la existencia de la pequeña empresa que vemos en el más modesto negocio comercial familiar. Pero eso debe demostrarse con hechos, cuya ausencia, hoy por hoy, es elocuente.
(ALERTA 21.11.2000)