La Corporación de Piélagos ha editado el libro "Oruña.
Noticias de la vida local" en el
periodo 1950 a 1963, del que es autor Enrique Torre, en el que se
refleja las dificultades, los
trabajos, proyectos y el latir de este pueblo de historia relevante.
El puente sobre el río Pas, sus crecidas, las
angulas, las romerías de San Cipriano, las enfermedades de la cabaña ganadera
(glosopeda y tuberculosis) y la ordenación
sacerdotal de los hermanos Arce Morán, algunos de los temas más
sobresalientes.
Escribe el alcalde, Jesús Angel Pacheco, en el prólogo
del libro "Oruña. Noticas de la vida local" que "tenemos el
deber de conocer nuestro pasado, de saber de donde vecinos, de apreciar lo bueno
que hicieron por nosotros y que contribuyeron a engrandecer y enriquecer nuestro
municipio", añadiendo que "cuando más conozcamos la historia de
nuestros pueblos más los vamos a querer y más solidarios seremos para
contribuir a su progreso". El Ayuntamiento de Piélagos viene realizado una
importante actividad cultural impulsada por el alcalde y la concejala Eva
Arranz, del que este nuevo libro es una prueba más como lo fue recientemente el
de historia sobre el santuario de la Virgen de Valencia de Jesús Canales.
El autor, Enrique Torre, en una explicación sobre su
obra, confiesa el por qué de este periodo concreto de trece años de historia
local que ha recogido en su reciente libro que va desde el año 1950 (llegada a
Oruña del maestro Máximo González Martínez, que integrado rápidamente
en la comunidad, muy pronto comenzó a colaborar con ALERTA enviando aquellas
sabrosas crónicas de los pueblos de ese tiempo periodístico) hasta 1963, el año
de acontecimientos internacionales como la muerte del Papa Roncalli o el
asesinato de John F. Kennedy, aunque para Oruña la noticia más importante fue
la inauguración del puente nuevo, hoy viejo, con la construcción de la autovía
Torrelavega-Santander, que según el autor significó "un hito en el lento
discurrir de la historia local".
Que duda cabe que la hemeroteca nos proporciona una visión
sobre una parte del acontecer de nuestros pueblos, especialmente de aquellos que
contaban con algún entusiasta colaborador de prensa y que “gratis total"
enviaban sus crónicas a los medios escritos de la comunidad cántabra. Lo que
narra el autor en su introducción representa una pequeña crónica de lo
acontecido en las últimas décadas: "poco a poco los jóvenes comienzan a
abandonar el campo para integrarse laboralmente en talleres y fábricas. El
acceso a los estudios superiores lentamente deja de ser un privilegio de los
pudientes para abrirse a los hijos de los obreros, labradores o comerciantes.
Como apoyo y auxilio de la economía familiar se usa la huerta y el río. La
primera para vender en los mercados de Torrelavega y Santander los excedentes de
producción y el segundo para pescar angulas, truchas y salmones de los que se
obtendrán jugosos beneficios que taparán muchos huecos en las maltrechas
economías domésticas. También evoluciona el ocio y los jóvenes no se
divierten como sus padres. Cambian las romerías, se populariza el fútbol y los
bolos se abren camino pero ya de una forma organizada".
A través de sus más de trescientas páginas, el libro
nos presenta todo lo reseñable del pueblo de Oruña - bueno, todo lo que se podía
contar en aquél momento con leyes de prensa restrictivas y sometidas al régimen
político - pero que permite reconstruir los ambientes de la comunidad y aquello
que merecía la atención de los corresponsales, especialmente en el ámbito
social, cultural, deportivo y religioso.
Enrique Torre comienza el relato periodístico con los daños
incalculables de las inundaciones del Pas, en Oruña, donde la crecida del cauce
del río llegó a alcanzar los seis metros. La bravura del Pas no ha sido un
hecho aislado, sino que se ha repetido con frecuencia en el presente siglo,
dejando, a veces, muerte y dolor como ocurrió en 1983. La medida exacta de
aquella inundación del otoño de 1953 la encontramos cuando el corresponsal
relata que en el restaurante del señor Setién las aguas alcanzaban los dos
metros, quedando destrozada la farmacia próxima y las viviendas de varios
vecinos. Pero el río Pas daba también sus bienes a muchas familias de la zona,
con la recogida de las angulas. En 1956 las angulas en Oruña se pagaron a 150
pesetas el kilo que, me imagino, no ganaban muchos obreros en todo un mes. Los
corresponsales Máximo González Martínez y Ángel Torre González narran en sus
crónicas de inicios del año 1956, que algunos vecinos lograron hasta quince
kilos, "justo premio a los rigores de unas noches inclementes de
veras", evocando los "clásicos faroles oscilando su luz por las
orillas del río".
Fue decano de los anguleros Pedro Corral Argumosa, que
aparece en una de las fotos sosteniendo en un palo, casi vencido, una buena
captura de salmones acompañando a un miembro de la Familia Real. Luis Oláiz,
Faustino San Miguel, Domingo Imaz, Manuel Saiz y Antonio Ruiz Oláiz, aparecen
entre la nómina de anguleros más constantes y sacrificados.
TRASCENDENTE VIDA RELIGIOSA.
En ese año de 1956 regentaba la parroquia de Oruña don
Julián Ruiz y su labor pastoral debía ser efectiva, apoyada por las costumbres
de este tiempo, cuando en una crónica de viajes, se informaba sobre la
incorporación a Monte Cobrán de los seminaristas hermanos Arce Morán (Luis y
Nicanor; con el primero, don Luis, tuve una buena amistad en su etapa de párroco
de Mogro en cuya iglesia se le recuerda con una lápida, estrenándose en su
pueblo en 1957, y a don Nicanor le auxilié en algún funeral en Cartes, siendo
párroco de Campuzano). La nómina de seminaristas era más amplia: José Oláiz,
Paquito Tagle, José María Ruiz y Cesáreo Hoyuela.
En una crónica de 1962 encontramos un relato sobre las
santas misiones que llegaron a Oruña, pero a través de la joven emisora Radio
Torrelavega - a través de cuyas ondas se transmitían cursillos de divulgación
agrícola- , generando una expectación inusitada, según el cronista que lo
narra en el habla montañesa, lo que sería un profundo gozo para los recordados
Antonio Bartolomé y Agapito Depas.
-
"Pronto te "aselas" Facio, dice el del dalle.
- Sí,
pa' casa vamos. No quiero perderme la radio y ya va a ser la hora.
-
¡Ah!, no me digas!; ¿vas a escuchar Torlavega?. Con eso
de la misión las tabernas
se medio vacían.
-
¡Y que lo digas! Es que merece la pena escuchar. ¡Que
pico tien esos misioneros!.
Las fiestas religiosas como El Carmen y San Cipriano
merecieron, con frecuencia, la atención de los corresponsales del
pueblo, destacando ésta última fiesta en honor de un "santo popular, al
que se tiene una devoción sincera, trasmitida de padres a hijos desde tiempo
inmemorial".
Dentro de esta sociología ciudadana, el cronista mostraba
su inquietud ante los cambios de costumbres y es que en los últimos años de
los cincuenta, algo ya se percibía en España en cuanto a un tímido cambio
social y a la llegada de corrientes modernistas. El 28 de julio de 1957 la crónica
de Oruña muestra su pesar por la "alarmante decadencia de las típicas
romerías regionales" y achaca tal situación a "las absurdas
canciones modernas, las orquestinas amenizadoras y las actuales costumbres,
causas del mal", achacando también el deterioro a que las verbenas
comenzaban a las diez de la noche, hora en la que finalizaban hace unos años.
LA REFORMA DE LA CARRETERA.
En aquellos tiempos en los que cualquier reforma o pequeña
inversión era muy celebrada por los vecinos, en Oruña y también en Puente
Arce se vivió una gran satisfacción por la reforma de la carretera, que pondría
definitiva solución al viejo problema del puente sobre el Pas. Un mayor tráfico
y "un trozo de carretera difícil y peligroso como pocos", afirmaba el
cronista que indicaba que, no obstante, el viejo puente "a pesar de los
siglos que se le atribuyen no está, ni mucho menos, como para que el jubilen;
es de suponer que siga prestando sus servicios para las comunicaciones
locales", sentenciando que finalmente se convertirá "en un bello
lugar de turismo".
En agosto de 1963 se estrenó, por fin, el puente nuevo
sobre el río Pas, noticia que interesó al propio Bartolomé, que regentaba la
corresponsalía de Alerta en Torrelavega. En la crónica se informaba que
"la inauguración de un puente no es cosa que llame la atención en una época
como la nuestra en que en el ámbito nacional es casi el pan de cada día; pero
en este reducidísimo ambiente local, es un hito memorable. Diríamos que en la
historia pequeña de los pueblos un suceso como éste marca la divisoria entre
dos épocas. De ahora en adelante - añadía el corresponsal - al recordar
tiempos pasados y al fijar la fecha se dirá: aquello debió ocurrir poco después
de estrenarse el puente". Fue, sin duda, una gran acontecimiento porque
transformaba el pueblo y aunque se tratara tan solo de un puente, se dió cita
un gran gentío y nada menos que el ministro de Obras Públicas y todas las
autoridades provinciales.
CONCLUSIÓN.
El libro de Enrique Torre editado por el Ayuntamiento que
preside Jesús Angel Pacheco representa, en general, una crónica familiar de
aquello que era noticiable en aquellos años en los que España pasaba del
racionamiento a la lavadora y al seiscientos. No faltaban los ecos de sociedad,
noticias no sólo sobre el fin de carrera de los jóvenes más sobresaliente del
pueblo sino también de aquellos que superaban el sexto y reválida o, un curso
de magisterio o de otra carrera; los accidentes y, sobre todo el deporte,
destacando en natación el ascenso del río Pas - prueba que debiera recuperarse
-, los bolos con la presencia una vez al año de los ases más importantes y,
finalmente, un gran ambiente en torno al Racing. Todo ello representaba la vida
de un pueblo que, en ocasiones, se sentía convulsionado, caso de accidentes de
tráfico, algunos con varios muertos o el sacrificio de cabezas de ganado por
las enfermedades de la época, la
glosopeda y la tuberculosis. En definitiva, una comunidad que puede ir
reconstruyendo su historia a través de trabajos como el de Enrique Torre,
gracias, en gran parte, a aquellos corresponsales que “gratis total” cargaban
de sentimientos, ilusiones y preocupaciones las cuartillas para enviar a su periódico.
En homenaje a quienes de tantos sitios y con tanta generosidad realizaron tal
fecunda labor, dejó constancia de estos viejos y añorados recuerdos de Oruña.
NOTAdel WEBMASTER: Estoy seguro de que al autor no le importará que el Webmaster de esta página y antiguo alumno de Don Máximo, se adhiera a su homenaje al maestro Don Máximo añadiendo este pequeño memorandum en la versión electrónica de este artículo.
Don Máximo era como muchos de aquellos maestros de la postguerra española un hombre afable, vocacional, con sus tizas de colores y su bata de azul mahón. Era tutor de los hijos y amigo de los padres. Supo hacer de Oruña su pueblo y suyos los problemas.
Después de tantos años - más de 40 -, es constante el recuerdo a aquel hombre que ya había inventado - sin saberlo - la enseñanza humanizada.¡Como se preocupaba cada vez que yo no podía asistir a las clases por mi tratamiento médico!. De la misma forma que sobre una piedra angular se construye una catedral, el primer maestro es un poco la base y el sostén de todo lo que después aprendemos en la vida. Siempre te recordaré Don Máximo.