Gobernar Cantabria con atrevimiento e inteligencia.

 

Nuestra Comunidad Autónoma vive una etapa de inseguridad existencial, que ha dado pie a que se reclamen alternativas que quedaron cerradas hace casi un cuarto de siglo. Fallan los gobernantes - no el Estatuto ni el ideal autonómico - al no ejercer la fuerza del autogobierno.

Afrontamos una decadencia por la pérdida del nervio colectivo, la indiferencia y el servilismo. Hay que vencer miedos y generar múltiples posibilidades de entusiasmo, evitando que nuestro libro de Historia se encuaderne con tapas lujosas para abandonarle en una vieja estantería.

Estamos en una etapa de inseguridad existencial. Asumiendo la cuota de responsabilidad que nos corresponde, creemos que nuestro autogobierno no está siendo administrado y gestionado debidamente, desde mi criterio de que por los responsables no se ejerce política ni institucionalmente los poderes y posibilidades de una Comunidad Autónoma. No se hace política a favor de Cantabria, de sus intereses generales, de su identidad, hasta el punto de que estas carencias han animado a un pequeño grupo de nostálgicos a resucitar las viejas y fenecidas ilusiones castellanistas, después de un cuarto de siglo de aquella asociación pro-Castilla que no encontró fuerza institucional alguna, siendo barrida en las primeras elecciones municipales, como lo fue un partido político que en las últimas autonómicas sacó como novedad de su programa electoral el estandarte castellanista. Y esto ocurre no por espontaneidad, sino precisamente porque la Comunidad es débil al faltarla un Gobierno que lidere, algo que reconocen nuestros universitarios que en una reciente encuesta daban un suspenso a los gobernantes autonómicos –muchos de ellos sin perfil- humillándoles en puestos secundarios.

En este contexto, que nos pone de manifiesto unas claras carencias por el que atraviesa el autogobierno cántabro, hay que precisar que no son imputables a nuestro Estatuto, ni al ideal de la autonomía, sino que parten del hecho de que la gobernación cántabra se ha instalado en el confort de los cargos y no en la inquietante revolución del día a día de desarrollar nuevas opciones para la comunidad cántabra.

Como he hecho alusión a Castilla, no creo que tenga que convencerles que durante quince años denuncié reiteradamente que si bien nuestro Estatuto de 1981 no fue el mejor, sí el único posible en aquellas circunstancias, que precisábamos para arrancar el autogobierno y nuestra propia definición en el Estado de las Autonomías, señalando que nuestra Comunidad Autónoma alcanzaría su plenitud de autogobierno cuando se eliminaran las restricciones y los artículos referidos a posibilidades de anexión a comunidades vecinas (el Estatuto de 1981 no citaba si era el País Vasco, Asturias o Castilla, aunque la intención era más que evidente). Los recelos de entonces con Castilla tenían una cierta justificación, pero con la reforma de 1999 las limitaciones quedaron borradas del Estatuto. Dije entonces que era el momento de abrirse sin temores a Castilla y establecer convenios de interés comunes. La falta de iniciativas y el aislamiento por carencias de nuestros gobernantes, nos dicen que desde la eliminación de las cláusulas castellanistas del Estatuto no se ha celebrado reunión alguna con los gobernantes de Castilla y León en busca de una cooperación beneficiosa para ambas partes. ¿No es un ejemplo de inoperancia, aislamiento y de falta de ideas de entender el Estado de las Autonomías desde planteamientos de cooperación y, más en nuestro caso, con Castilla o con Asturias?.

Si analizamos igualmente las declaraciones de los gobernantes del PP-PRC nos encontraremos con un denominador común: su ausencia de calado político, es decir, no estamos en el debate nacional, ni tampoco en el que con más derecho nos corresponde como es el del desarrollo de las autonomías, en cuyo proceso estamos siempre a remolque, actuando como gregarios. Esta puede ser una razón poderosa que nos viene a decir que, en efecto, estamos atravesando una etapa de inseguridad existencial en torno a Cantabria, que nos debe animar y alentar a que ésta sea también una época de búsqueda apasionada de nuevas vías de identidad.

De una identidad en la que se basa el Estatuto, que propicie confianza, que proteja de la incertidumbre y de la perplejidad con que protagonistas y espectadores asistimos a un vaciamiento del sentido positivo que tiene la expresión somos comunidad, sin ejercer precisamente sus poderes y posibilidades. En este sentido, no basta con sentirnos seguros de nuestra conciencia individual si no nos consideramos partícipes de un proyecto colectivo, por cuanto una identidad asumida en plenitud –Cantabria- es, o debe ser, esencialmente proyectiva: tiene, tenemos nosotros, los cántabros, vocación de futuro, de existencia y de progreso.

Cantabria cuando se van a cumplir veinte años de su Estatuto, tiene pendiente, todavía, el reto de diseñarse, proyectarse y construirse en la dimensión del auténtico significado del autogobierno. Pudiera parecer una contradicción cuando han pasado dos décadas de autonomía, pero en estos momentos desconocemos que se quiere hacer con Cantabria por quienes gobiernan. Basan su gestión en acciones desconectadas, que responden a impulsos personales, pero no a una obra colectiva de gobierno que reclama Cantabria. Necesitamos, además, una sociedad mejor articulada, capaz de aprovechar al máximo todas sus responsabilidades humanas, asumir todas sus energías sin pérdida gratuita alguna y, canalizar su vitalidad hacia objetivos creativos comunes; todo ello unido a que las instituciones recobren su pulso con la ejecución de un programa, que posibilite seriamente que la comunidad funcione, que la autonomía sea eficaz y exista de verdad.

Será necesario para ello dar un sentido de globalidad a la autonomía, que nadie se sienta al margen del proyecto colectivo, y lograr que todo ciudadano se sienta cómodo en esta sociedad cántabra que debemos construir y consolidar. Incorporar al proyecto de regeneración moral y material de la Cantabria autónoma a todos sus ciudadanos, es una necesidad histórica, aunque por desgracia no acaban de pasar a un segundo plano los síntomas de cierta decadencia por la pérdida del nervio colectivo, la indiferencia y el servilismo. Para vertebrar esa identidad, tanto individual como colectiva, cabe creer en la superación de las propias limitaciones, potenciar las capacidades, asumir la propia construcción. En otras palabras, es necesario, con hechos reafirmar Cantabria como comunidad y actuar con más ambiciones, generando las múltiples posibilidades de entusiasmo.

En este gran objetivo, hay que luchar contra el hastío y contra la abstención; deben regenerarse muchas capacidades abotargadas para proyectar Cantabria hacia un futuro más satisfactorio. No al conformismo del pensamiento único que quieren imponernos; si a la necesidad de hablar sobre Cantabria con firmeza, venciendo miedos, pues Cantabria no es la acción cotizable de una sociedad anónima formada por dos partidos que tienen su proyecto agotado, sino que nuestra comunidad debe aparecer como la acción mancomunada de un pueblo, que aspira a que se la gobierne con independencia y no con sumisión.

Cuando hace unos años – y lo criticamos- la dinámica cántabra respondía al juego de la pelota para tirar todos contra la pared del frontón, restando más que sumando, ahora todos los estímulos parecen sedados. Elevamos a la categoría de Parlamento nuestra Asamblea Legislativa y el Parlamento prácticamente no existe; hay sensación de cierto compadreo y, a veces, la oposición no es capaz de proyectar una dinámica ilusionante, generando una auténtica alternativa, mientras que los que gobiernan, entre ellos un partido denominado regionalista, parecen unidos en encuadernar con tapas lujosas y abandonar en un rincón de una vieja estantería, el gran libro de la Historia de Cantabria con el fin de obviarla, ignorando el gran consejo de nuestro universal Menéndez y Pelayo quién afirmó aquello que dice, más o menos, que solo existe aquél pueblo que es conocedor de su pasado, de su historia.

Hace unos días seguí con otro medio centenar de personas una magnífica conferencia del profesor e historiador José Luis Casado Soto sobre la Cantabria marítima, lo que fue y lo que es. Intervino el abogado don Mateo José Rodríguez preguntando sobre que hacer para buscar otro renacimiento y seguir detentando con orgullo esa historia grande. Contestó Casado Soto reclamando atrevimiento e inteligencia. Me permití apuntar que tal y como se ataca nuestra historia, cómo incluso algunos representantes sindicales de la enseñanza con una caradura impresionante demandan que hay que limitar las enseñanzas cántabras de la historia de nuestros antepasados, es decir, de nuestro pueblo -que es historia común de España-, al paso que vamos habrá que pedir autorización para que nos dejen expresar un poco –solo un poco- de orgullo positivo sobre nuestra común historia.

Hacer de Cantabria una comunidad con ideas, justa y de progreso, es una tarea moral y cultural, política y de fe en nuestras posibilidades como pueblo. Tiene que ser la gran obra de una nueva generación decidida a luchar sin desmayo.

ALERTA 1/12/2001