Espíritu cántabro de primera
Sería muy positivo que el entusiasmo cántabro que genera el Racing se encauce y traslade a otros ámbitos de la vida pública en favor de lo nuestro, sin miedos ni inhibiciones, teniendo capacidad reivindicativa y sano orgullo por nuestros colores.
En una sociedad como la nuestra existen cantidad de problemas, muchos de ellos graves y que nos atormentan, sobre todo aquellos que nos hablan de insolidaridad e injusticias. En ocasiones, puede hacerse un alto en el camino y recrearnos en aquello que también nos une y que fomenta sentimientos y una identidad, que es un valor destacado a la hora de proyectar Cantabria. En esta línea siempre hemos defendido que el deporte cohesiona a los pueblos y ha permitido que en tiempos de dificultades y, a través de unos colores, se expresen unos sentimientos. Nadie puede discutir que el Barcelona fue durante mucho tiempo el núcleo de cierto nacionalismo catalán o, que el gol de Marcelino ante la Unión Soviética en los años sesenta y en la plenitud del régimen franquista, impulsó otro nacionalismo en el que se mezclaba lo español con la doctrina del partido único. Guardando prudentes distancias, el Real Racing representa algo parecido para nosotros, los cántabros: es la organización más importante de Cantabria con casi quince mil socios que pagamos; mueve y proyecta el entusiasmo a prácticamente todos los ciudadanos que, en ningún caso, son indiferentes al (cuatro a cero! del pasado domingo, otra alegría explosiva que recuerda la anterior goleada de hace seis años.
He evocado en otras ocasiones estos mismos argumentos, recordando que fue don Miguel de Unamuno quién vaticinó que el fútbol sería motivo de enfrentamiento, tesis que nunca compartió don Pedro Escartín, que fue futbolista del montón, árbitro de primera, seleccionador nacional invicto y maestro de las reglas de juego mundialmente reconocido, a quién escuché en una ocasión en la redacción del diario Pueblo que el brillante intelectual se equivocó. El fútbol no ha sido elemento de disgregación y para sostener esta tesis, el maestro Escartín afirmaba que tras la triste guerra española el gol de Zarra a Inglaterra unió a una España herida y los españoles que tenían profundas llagas sin cicatrizar se abrazaban por las calles. Tras recordar que también el fútbol comenzó a vencer incomprensiones entre el este y el oeste europeo, es también un fenómeno social que quiere acabar con la discriminación racial y la xenofobia. Puede afirmarse que el fútbol, así entendido, "es un hermano que no pregunta de donde eres".
Los jóvenes de hoy, de los que principalmente se nutre la nueva savia racinguista, recordarán dentro de medio siglo la noche del cuatro a cero del pasado domingo en El Sardinero. Será difícil olvidar este resultado deportivo como el entusiasmo cántabro de la que futbolísticamente ha sido, sin duda, una de esas noches mágicas en muchos años, no sólo de los aficionados presentes en el Sardinero, sino en Valderredible, Liébana, en el hogar más humilde de Soba, o en la casa de un cántabro emigrante en Alemania; o la de una familia montañesa en Méjico o Argentina, que gracias a la televisión vibraron con su tierra, la de todos, por un histórico resultado deportivo, cuya lectura más positiva debe ser nuestro propio éxito y no el significado que el resultado pueda tener para los tradicionales rivales del Club de Fútbol Barcelona.
Es de destacar la afluencia, cada vez más numerosa, de jóvenes en El Sardinero los domingos: gritos de apoyo, bufandas verdiblancas... toda una movida juvenil en torno a unos colores que siendo los de un club histórico son también por identificación los de Cantabria, porque tenemos que entender que el Racing es más que un club de fútbol, es y debe ser una ilusión colectiva, una forma de encauzar el sentimiento cántabro, y este deporte que ha sido capaz de expresar los patriotismos locales y regionales que nos parecían vedados aquí y, sin embargo, en los últimos años una importante ilusión cántabra se vincula a través de otros deportes y del Racing.
Es cierto que entre nosotros aún queda cierto racinguismo de segunda porque el forofismo principal se reparte entre dos o tres clubes de otras regiones, pero también es evidente que el racinguismo ha crecido y poco a poco se ha ido desbordando en favor de lo cántabro, encauzando eficazmente sentimientos y valores cívicos deportivos muy estimables. Junto al color verdiblanco se ven hoy las banderas de Cantabria, portadas por jóvenes que manifiestan de esa manera un orgullo por la tierra, positivo y ordenado; y las banderas, desplegadas y agitadas con entusiasmo, pueden verse no sólo en El Sardinero sino en otros campos de la geografía española gracias a la fidelidad a unos colores deportivos de los que hacen gala miles de jóvenes que han invadido los Campos de Sport y han rejuvenecido sus gradas.
Repasando en segundos las historia racinguista que comenzó en el año 1913, puede afirmarse que en medio del vasto camposanto que guardan los restos de tantos clubes de fútbol que jugaron más a estirar el brazo que la manga, el Racing ha logrado un nuevo rejuvenecimiento deportivo para Cantabria y la numerosa afición futbolística. Salvando pequeñas lagunas, los rectores de Real Racing han sabido medir sus fuerzas y se han conformado con sus posibilidades, sin intentar veleidades suicidas. Por eso, con casi noventa años de historia el Racing es algo más que un club, y cuando algunas cosas están en discusión en Cantabria y la historia de las desuniones es crónica de todos los días, encontrar una referencia histórica que nos una, que permita las emociones y encauce las inquietudes del forofísmo cántabro, me parece un buen lujo o, al menos, una oportunidad que no puede desperdiciarse. Unirse al Racing como institución deportiva que en sus camisetas lleva la bandera de Cantabria significa hoy cerrar filas en torno a nuestra Comunidad y a nuestro protagonismo en el terreno deportivo en España. Este forofismo cántabro por nuestro primer gran club deportivo merece también una reflexión sociológica y en su favor se ha sumado la revitalización de un equipo deportivo medio en coma hace casi una década hasta su regreso a su puesto natural en el fútbol español, que ójala se mantenga entre los grandes.
Vivida la noche mágica e ilusionante del pasado domingo en las que tantas gargantas quedaron afónicas, sólo queda llamar a que ese entusiasmo cántabro que genera el primer gran club deportivo de Cantabria se encauce con responsabilidad y podamos trasladarle a otros ámbitos de la vida pública en favor de los nuestro, con la ilusión de que el espíritu cántabro debe ser de primera y tenemos que lograr que lo siga siendo. Porque, en definitiva, encontrar una voz unánime, firme y rotunda en favor de unos colores cántabros significa algo tan esencial como que existe un pueblo, y ese pueblo debe de manifestar su unidad en cuantos objetivos merezcan la pena, no sólo el fútbol, aunque al fútbol agradezcamos la proyección de un orgullo cántabro manifestado a través de un éxito histórico para nosotros y sin segundas lecturas por lo que ha significado en favor de otros. Y el lector comprenderá lo que he querido decir. En cualquier caso (vaya noche la del cuatro a cero! para esta comunidad cántabra necesitada de alegrías y entusiasmos, en torno a una bandera -la nuestra- a la que abrazamos con pasión cívica, patriotismo deportivo y fervor entusiasta por nuestros colores. Que continúe con nuevos éxitos para fomentar un espíritu cántabro de primera.
(ALERTA 17.02.2001)