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Veinte años de autogobierno   /12

Salvar la poca ganadería que nos queda.

Tienen que existir fórmulas que obliguen a las industrias a pactar un precio digno de la leche ya que en la supervivencia de la ganadería se juega Cantabria una parte importante de su identidad.  

Hay que evitar la entrada de “leche negra” que tanto perjudica los intereses de  nuestros ganaderos y  articular  políticas para que los pueblos rurales sobrevivan ante su progresivo despoblamiento.

Me contaba ayer José Antonio Sánchez, cronista de ferias de ALERTA, la situación de pesimismo y desesperanza por la que atraviesan nuestros ganaderos, que en estos días han vuelto a movilizarse por la caída de los precios de la leche que, por cierto, no se negocian sino que se imponen por quienes tienen la fuerza, que son las industrias. Mal tienen que estar las cosas en el campo para que una población activa, a la que cuesta movilizarse, salga a la calle para plantear una protesta ante la que debemos expresar solidaridad, al sustentarse en la exigencia de justicia y en el histórico abandono que ha sufrido nuestra ganadería. Nos queda tan poco sector después de los múltiples reajustes que ha sufrido en los últimos veinticinco años que debemos exigir –sin medias palabras- que se salve lo poco que nos queda, porque en la supervivencia del campo de Cantabria nos jugamos una parte importante de nuestra identidad.  

La protesta ganadera –lástima y grave que no haya sido convocada por todos los sindicatos- está suficientemente justificada si tenemos en cuenta que el precio de la leche que están reclamando nuestros ganaderos se sitúa en ¡0,33 euros! el litro, es decir, las cincuenta y cinco pesetas. Y precios por debajo de dicha estimación han estado vigentes en pleno invierno, cuando los costos de la producción son más altos para los ganaderos. Si hiciésemos cuentas, las bajadas de céntimos de euro que aplican las empresas receptoras de la leche, representan ingresos de menos de algunos cientos de millones de pesetas al año para el conjunto de las familias ganaderas. La introducción de la denominada “leche negra” en grandes superficies a precios más bajos del mercado que alteran la cadena alimentaria, representa uno de los constantes peligros para que el ganadero reciba un precio más o menos justo y, matizo esto porque entiendo que el precio del litro de leche que recibe el ganadero no está –ni con mucho- en consonancia con su trabajo y sacrificio. 

El número de ganaderos cántabros ha disminuido vertiginosamente en las dos últimas décadas, coincidiendo con el ingreso de España en lo que entonces se llamaba popularmente Mercado Común. Si en los comienzos de los ochenta contábamos con veinte mil ganaderos, hoy solo nos queda menos de la cuarta parte de aquellos efectivos, una parte significativa formaba parte de lo que conocíamos por obrero mixto, que tanto contribuyó a la promoción de sus familias y a que muchos hijos de aquellos esforzados ganaderos –ocho horas en la fábrica y al menos otras cuatro trabajando para su cabaña- terminaran en la universidad alcanzando metas profesionales que tradicionalmente no estaban a su alcance o, en igualdad de oportunidades con las familias de la ciudad. 

La disminución de ganaderos como la modernización de explotaciones fue la imposición de los nuevos tiempos económicos y sociales, afectando esencialmente al sector ganadero que produce la leche, que ha tenido que soportar cuotas lecheras no suficientes, realizando, al tiempo, un gran esfuerzo inversor en tecnificación e higiene, que se ha traducido en un hecho tan evidente como la mejora de la calidad. Si a estos esfuerzos de las familias ganaderas no se responde con precios más óptimos, sino todo lo contrario, afirmaremos como justifica la situación actual, que la cabaña ganadera cántabra está apremiada por la urgencia en la toma de decisiones de los gobernantes para que la decadencia no sea irreversible. 

Soluciones siempre hay si se buscan con interés y ambición. Por ejemplo, hay que meter más en cintura a las industrias lecheras dirigiendo una negociación entre las partes para que existan unos precios mínimos que satisfagan, sobre todo, a nuestros ganaderos, como también se precisa diversificar la economía en los pueblos rurales no solo hacia acciones clásicas –industria agroalimentaria o turismo rural- sino hacia objetivos imaginativos que tienen que incluirse en los programas Proder o Leader, cuyos grupos de acción local asumen una gran responsabilidad, así como la iniciativa privada que puede convertir dichos planes en un éxito o en un fracaso si se implica en alternativas viables que exijan un mayor o menor riesgo. Será la única vía por que ofrezcamos a los jóvenes la posibilidad de quedarse en unas actividades que no vean como castigo o una limitación a sus lógicas aspiraciones, encontrando en su medio una vida tan digna y satisfactoria como pudieran encontrar en otro lugar. 

Hace poco en una conferencia que ofrecí en Puente Pumar (Polaciones) sobre la necesidad de comarcalizar Cantabria, ofrecí unos datos muy preocupantes sobre la reducción vertiginosa de la densidad poblacional en los municipios del Nansa. Para Cantabria sería realmente una catástrofe sin paliativos que se produjera un mayor despoblamiento del campo, riesgo que no solo existe a nivel teórico, sino que ya es claramente palpable en algunas comarcas, en las que la densidad de población es bajísima;  con el consiguiente envejecimiento de la población y, sin apenas manos jóvenes que reciban el testigo de sus padres. No es bueno ni positivo un despoblamiento fuerte y desgarrador de los pueblos rurales, por diferentes motivos: 

 Primero, porque la orografía cántabra que ha propiciado históricamente una gran dispersión de la población, se ha traducido a la vez en una intensa acción sobre el medio físico. Nuestros ganaderos han logrado a través de decenas de años y el trabajo de muchas generaciones, actuar sobre la formidable naturaleza que poseemos, transformándola, sin dejar de respetarla. Así, la belleza de la Cantabria del interior, la rural, está en gran parte mejorada por la acción de las familias rurales ganaderas y podría desmoronarse si los pueblos rurales siguen despoblándose y emigran todas sus manos activas. 

 Segundo, correría un grave riesgo la cultura rural, un patrimonio valiosísimo que se ha acumulado a través de los siglos, manteniéndose de generación en generación costumbres, tradiciones y localizándose en sus escenarios las mejores novelas del costumbrismo, como ese canto épico a la Cantabria rural que representa Peñas Arriba. 

Concluyendo, necesitamos tener como referencia el campo de Cantabria. Debemos apoyar sin reservas las reivindicaciones de nuestros ganaderos y concienciar a las autoridades públicas que el despoblamiento de la Cantabria rural es negativo y peligroso. Las razones están expuestas y ahora hay que ponerse manos a la obra, aunque tengamos que lamentar que hace ya tres años se aprobó una Ley de Comarcas que intentaría con una nueva organización territorial reducir la crisis tan profunda de una veintena de municipios cántabros y, sin embargo, desde el Gobierno PP-PRC  no se han desarrollado unos mínimos incentivos para que los municipios protagonicen la aplicación de una ley que entiendo es de vital necesidad para la Cantabria rural. No puedo olvidar en estas reflexiones, que no hago otra cosa que defender a la gran familia ganadera que en otros tiempos encontraron en las plumas de Don Florencio de la Lama Bulnes (Ruiz de Silva, César Palombera o Manrique de la Vega) y de don Antonio Bartolomé Suárez  unos ardientes defensores de sus justas y legítimas causas.

ALERTA 07/04/2002