SUANCES EN LA HISTORIA DE LOS INICIOS DEL SIGLO XX |
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Cuando en esos años se podía llegar a la villa por tierra y por mar, bien a través de los coches que salían de Torrelavega o en el vaporcito que desde la estación de Requejada realizaba el servicio en combinación con el ferrocarril Cantábrico, servicio que contaba con la preferencia de los visitantes. |
En
mis trabajos de investigación sobre la historia de la prensa de Torrelavega he encontrado numerosas referencias de Suances
-que, por cierto, en torno a 1906 contó con una publicación localista La Voz de Suances, de la que no se conserva ejemplar alguno-
lo que significa la influencia de la villa veraniega en estos medios de prensa del siglo XIX y primeras décadas del XX, así como
la vinculación de importantes torrelaveguenses -gentes del comercio, sobre todo- y de algunos potentados de la Corte a los
veraneos suancinos. De muchos de los acontecimientos sobre el empuje y desarrollo de Suances, destacaría dos, sobre todo; el
primero, a finales del siglo XIX como fue la inauguración del puente que une Barreda con Viveda y, en los primeros años del
siglo pasado, la construcción de la carretera hasta Suances, que largamente demandada fue vital para el desarrollo de la villa
y su configuración como la zona de referencia veraniega de los torrelaveguenses.
En una guía comercial de Torrelavega, correspondiente al año 1916, uno de los trabajos periodísticos está dedicado a la playa de Suances. Se destaca en esta colaboración la facilidad con la que se accedía a la villa, bien por tierra o por mar -según se indicaba-, utilizando en el primer caso los coches que durante la etapa veraniega salían de Torrelavega y, en el segundo, el vaporcito que desde la estación de Requejada estaba destinado a hacer este servicio por la ría y en combinación con el ferrocarril del Cantábrico, servicio que contaba con la preferencia de la mayoría de los visitantes, que entonces disfrutarían -no es difícil imaginarlo- de una ría extraordinariamente limpia, de excelente riqueza piscícola, todo lo contrario de nuestros días que nos presenta una ría San Martín deteriorada ambientalmente, cansada y profanada de promesas y promesas sin cumplir que año tras año se lleva el viento. Fondas y huéspedes representaban una parte del protagonismo veraniego de Suances, que aunque "no se hayan montadas a la moderna" cuentan con "ventiladas habitaciones…y módicos precios". Aquellas fondas eran las llamadas de San Martín y "El Paraiso" -ésta última propiedad de don Gervasio Herrero, el primer alcalde torrelaveguense del siglo XX- si bien otros veraneantes preferían alquilar casas amuebladas, con precios para "todos los gustos y fortunas, oscilando por la temporada entre las trescientas a las mil pesetas". Se citan algunas familias que arrendaban en verano sus viviendas próximas a la playa: la viuda de Cacho, don José Ruiz Abascal, don Joaquín Herreros, don Manuel Herrera, señora viuda de Salazar, señora viuda de Ballesteros, doña Mercedes Tánago, señora viuda de San Pedro y don Ricardo Ruiz, de Torrelavega; de Suances, la señora viuda de don Angel Ruiz, don Pedro Felices y don Ramón Arizcum, y don José Malgor, de Madrid. En estos primeros años del siglo XX existía en Suances "una iglesia parroquial con misa diaria, un convento de religiosas trinitarias y para mayor comodidad de los bañistas se abre una capilla en la playa". Ya en estos años la villa cuenta con establecimientos diversos de ultramarinos, telas, carnicerías, etc y durante el verano determinados comercios torrelaveguenses abrían sucursales en la villa suancina, muestra del alto interés que comercialmente despertaban la afluencia de veraneantes. También poseía un casino con salones de billar, gabinete de lectura y un hermoso corro de bolos cubierto. Entre los torrelaveguenses que contaban con hotelitos en los que pasaban la temporada veraniega, esta guía comercial de 1916 destaca a don Florencio Ceruti, el Barón de Peramola; don César Campuzano, don Jacobo Diaz, doña Pilar Corral, don Rafael Meana y don José Ortiz, viniendo desde Madrid como devoto de Suances don Jenaro Perogordo, que fuera director-propietario de El Cantabro 1880-87 que en esos años, fuera, además, diputado del Congreso por la provincia cubana de Pinar del Río, tierras que, por cierto, le dieron el escaño sin que hiciera campaña electoral, debido -pensamos- a que fue titular de la candidatura del Partido Conservador de Cánovas del Castillo. Un personaje importante en la historia del turismo suancino fue don Acacio Gutierrez, natural de Santiago de Cartes, quién después de otras experiencias que inició en Madrid como dependiente de una tienda de ultramarinos en el barrio de Salamanca, comenzó en la segunda década del pasado siglo arrendando hotelitos como los ya referidos de San Martín y El Paraiso. Tuvo algunos negocios iniciales hasta que fijó su vista en Suances y, convencido de su progreso en el orden turístico, allí recaló para dar personalidad propia al veraneo suancino, de cuyas vistas siempre destaca el hotel Acacio -que reconstruyó sobre la antigua fonda de El Paraiso- que prácticamente aparecía en todas las postales de los años veinte, al ubicarse en la mismísima playa, además de otras propiedades que fue adquiriendo y que identificaron significativamente el nombre de Acacio al de Suances. En su libro Recuerdos de Suances, su autor Enrique González Velasco dedica un par de capítulos a la presencia de Acacio en la villa, al que apoda con el título de El Kaiser. El presente año tiene una especial significación por conmemorarse el centenario de la muerte de don Juan José Gómez Quintana quién donó a su pueblo natal del Colegio San José, construido en torno al año 1910 gracias al proyecto del arquitecto don Alfredo de Escalera y Amblard, en el que recibieron instrucción gratuita todos los niños de Suances. Gómez Quintana tuvo vinculación empresarial a intereses del Marqués de Comillas, especialmente los centrados en la compañía naviera. Hasta aquí algunos apuntes sueltos sobre el Suances de comienzos del siglo XX, tiempos en los que la villa comenzó a vivir una cierta expansión turística gracias a sus extraordinarios parajes naturales y la belleza de su costa y playas. Un afamado periodista que hizo carrera periodística dirigiendo algunos diarios de La Habana y que firmaba con el seudónimo de M. Morphi dibujó en la publicación torrelaveguense La Juventud, en 1889, sus pasiones por la villa suancina: "Aquí entre el ruido monótono del mar veo paseando por la plaza las bellezas de Torrelavega, que ni en Biarritz, Santa Agueda, Spa y San Sebastián se encuentran mejores". ALERTA 16/07/2002 © José Ramón SAIZ |