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Veinte años de autogobierno /8Sentencias en materia urbanística: ¡un triste récord nacional! |
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En
los últimos dos años se han producido un total de 17 sentencias
condenatorias que afectan a nada menos que 498 familias, que tienen
amenazado su hogar por un riesgo serio de derribo. La inseguridad jurídica actual se extiende a los promotores de viviendas, a los propietarios que desconocen si sus terrenos son aptos para la construcción, así como a la Caja y bancos que financian. . |
Otro
de los temas manidos del pasado y, que al día de hoy, presenta un triste
castigo para la imagen de Cantabria, se refiere a las reiteradas
sentencias en materia urbanística. Un activo diputado autonómico ha
dicho, con razón, que estamos ante un récord
nacional, una triste noticia que ha tenido ecos en todo el Estado, que
deja en muy mal lugar la gestión
del urbanismo en Cantabria ante la reiterada intervención –y decisiones
severamente críticas- de los Tribunales de Justicia, que se vienen
sucediendo en los dos últimos años. Es
conocido y está fuera de duda que corresponde al Gobierno de Cantabria la
aprobación definitiva de los planeamientos urbanísticos de los
municipios; en consecuencia, a través de su revisión por los técnicos
competentes procede su aprobación si se ajustan a la legalidad y, devolverlos
si incumplen las normas vigentes. Según la información parlamentaria
de la que disponemos, en el año 2000 se habían producido once sentencias
de derribo, obligando los Tribunales a demoler nada menos que trescientas
viviendas. A finales del pasado año, las sentencias condenatorias habían
llegado a las diecisiete con un total de cuatrocientas
ochenta y seis viviendas a derribar, así como la determinación de
unas indemnizaciones que superan los 7.000
millones de pesetas. El
problema es enórme y se trata de ocultarlo
o, rebajar sus efectos en el conocimiento por la opinión pública. Ya no
se puede hablar de herencias de gobiernos anteriores cuando el actual
modelo PP-PRC lleva camino de cumplir los siete
años; por tanto, es de su responsabilidad una gestión
deficiente del planeamiento urbanístico que pagan, sobre todo, las
personas que de buena fe han adquirido unas viviendas que posteriormente
son declaradas ilegales y sobre las que pesa, nada menos, que una orden de derribo. En definitiva, estamos ante problemas que generan
obviamente inquietud social y
si el Gobierno dio, previamente, su aprobación
a lo que los Tribunales han condenado, la solución corresponde al
Gobierno y al consejero que erró
en la decisión ya que las sentencias condenatorias aunque responden a
distintos contenidos, tienen un nexo común en denunciar que los planes
urbanísticos aprobados por la Comisión de Urbanismo adscrita a la
Consejería de Obras Públicas y Urbanismo son
ilegales, basándose los jueces en dos fundamentos que consideran
probados: por calificar como suelos urbanos terrenos que no lo eran o, porque no
se han tenido en cuenta las normas de protección
del paisaje. Esta
inseguridad jurídica que el Gobierno actual ha llevado al urbanismo
genera situaciones que afectan, por un lado, a las familias que ven amenazados su hogar, lo que es un problema
social y, por otro, al desarrollo económico, ya que los promotores
no tienen seguridad plena de que las construcciones para las que han
obtenido licencia y arriesgan su dinero, sean legales
definitivamente y a todos los efectos tras obtener todas las
autorizaciones necesarias y tasadas por ley de las instancias competentes;
inseguridad que también alcanza a los propietarios
de terrenos que legítimamente intentan obtener unas plusvalías. El referido a las familias afectadas – casi quinientas- estamos ante un problema social de primer orden. Son familias que han obtenido su vivienda con todas las garantías administrativas –licencia municipal y habitabilidad extendida por el departamento del Sr. Revilla-; han escriturado la vivienda tras solicitar la correspondiente hipoteca, método por el que se adquiere, mayoritariamente, la vivienda en España. Cuando ya han cumplimentado todas las autorizaciones y pagada la vivienda –la hipoteca es con la Caja o con el banco correspondiente- o, ya viven en su piso, se enteran que su patrimonio es ilegal y que debe ser derribado. Imagínense la angustia de estas familias afectadas, sobre todo cuando no se les informa, obligación ética –primero- del Gobierno de Cantabria y, solidariamente, del Ayuntamiento en el que radica la construcción afectada. |
Si
algo tenemos que añadir es que estas familias no
tienen la culpa. La responsabilidad recae
en quienes aprobaron el plan de urbanismo que justificó, posteriormente,
que los ayuntamientos concedieran las licencias de construcción. Esa
responsabilidad, insistimos, está en el Gobierno de Cantabria que ha
recibido en poco tiempo una cadena
de sentencias condenatorias que justifican que la oposición pueda hablar
con razón de ¡grave inseguridad jurídica!, lo mismo que los actuales gobernantes criticaban
–con dureza y sin tregua- a anteriores ejecutivos cuando se producían
sentencias de efectos, por supuesto, menores y sin esta dolorosa
incidencia para el hogar de cientos de familias. Por
otro lado, están los promotores,
los que construyen las viviendas desde la iniciativa privada. La
inseguridad en la que se mueven es también evidente, inseguridad que,
además, se ha extendido sobre los propietarios
de terrenos. Los primeros, porque no saben si donde construyen con
licencia y todos los requisitos legales puede depender, al final, de una
sentencia judicial; los segundos, porque muchos terrenos ya inservibles para la actividad ganadera por la caída del sector,
sus propietarios que los han recibido de sus padres intentan
legítimamente obtener unas plusvalías
para compensar la falta de rentabilidad de los terrenos en un sector que
lleva dos décadas de gran decadencia. En definitiva, esta inseguridad afecta
al desarrollo económico que necesariamente debe sostenerse en los
próximos años ya que la construcción soporta el crecimiento
estable de la economía cántabra. Situación,
por último, que afecta también a las entidades
financieras que aprueban las operaciones crediticias con las empresas
constructoras y que, por lo general, exigen,
además de otras formalidades, la licencia para construir y un porcentaje
determinado de contratos de venta firmados. La licencia municipal -a la
vista de las sentencias de derribo- ya
no es suficiente, sobre todo cuando la Consejería de Medio Ambiente
se reserva competencias muy
discrecionales, decidiendo si en una zona se puede construir a partir
de los cien metros que protege
la ley de Costas, a quinientos o a dos mil metros, cuando debiera estar
bajo regulación concreta y específica de una ley, siempre con más
garantías que las decisiones que responden a voluntades personales,
lo que multiplica esa
inseguridad jurídica a la que nos referíamos. A la vista de estos
antecedentes, parece que los gobernantes de Cantabria tienen un especial
interés en que los constructores, en última instancia, dependan de decisiones
discrecionales de su poder
político. Algo realmente sospechoso,
sin duda, cuando lo lógico era que lo regulase una ley. Concluyendo, todas las sentencias condenatorias que se han venido produciendo en los últimos dos años representan una mala imagen para Cantabria. Se trata de todo un récord de sentencias que han tenido un amplio eco en los medios de comunicación nacionales, aún cuando el Gobierno se ha esforzado en rebajar los golpes recibidos desde la Judicatura, difuminar sus efectos y, en algunos caso, echar culpa al pasado, como si llevaran unos meses en el poder cuando van a cumplir siete años de responsabilidades. No hay disculpas desde el poder, quizás porque no se esperaban recibir tan fuertes varapalos por ilegalidad de los Tribunales de Justicia. Pero la realidad es la que es y no otra. También – que olvido, señores presidente y vicepresidente- ¡somos los primeros!, en este triste balance que presenta todo un récord nacional. ALERTA 17/3/2002
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