Reafirmar un fecundo espíritu cántabro

No hay nada más anticántabro que el intento de despojarnos de nuestras raíces históricas, lo mismo que intentar borrar símbolos o pasado representa absurdas mutilaciones de España.

Al explicar el significado del Ducado de Cantabria, me doy cuenta de la nula labor pedagógica de nuestras instituciones sobre una historia que da soporte a nuestra definición de Comunidad Histórica.

 Cuando el renombrado escritor y periodista don Victor de la Serna presentó las cartas credenciales del periódico La Región, el 3 de abril de 1924, con motivo de su primer editorial dejó escrito su compromiso ante los lectores: “Cantabria. Solamente ésto: Cantabria. He ahí nuestro programa, el mote de nuestro blasón, la síntesis de nuestro ideario”. Toda una declaración identificada con la defensa de la tierra cántabra, que hizo este diario en la pluma de su director y a cuyos ideales sirvió. 

He querido iniciar estas reflexiones con esta referencia, para enlazar con las dos jornadas cántabras conmemorativas de las Instituciones -ante la Casa de Juntas de Puente San Miguel- y del día de Cantabria, en Cabezón de la Sal.  En ambas han faltado dos principios que, personalmente, entiendo irrenunciables en este tipo de conmemoraciones: por un lado, el carácter reivindicativo; por otro, un afianzamiento del espíritu cántabro que supere el marco y la referencia del Estatuto de Autonomía, que conecte con el espíritu de nuestro pueblo e impulse el necesario rearme de todo lo referido a lo cántabro, a lo nuestro. Es como si faltara estímulo y carácter para reivindicar y profundizar en lo cántabro, dejándonos dominar por lo de siempre que hace tiempo es aburrido.  

Tengo la sensación de que hoy nos faltan estas vocaciones y pasiones por Cantabria. No se si será la comodidad, la vida más fácil, las ganas de no luchar y de instalarse en el confort o, también puede ser una mezcla de todo y algo más. Pero a veces pienso que el problema hay que buscarlo en que son muy pocos los que se acercan al pueblo real a compartir nuestra historia y nuestro pasado, reflexionar con sentido positivo y crítico sobre lo que pasa a nuestro alrededor y buscar, finalmente, unas conclusiones; en consecuencia, reafirmar lo cántabro más allá de los tópicos y del pañuelo festivo al cuello. 

Me sucede que cuando presento mi último libro sobre El Ducado de Cantabria y relato una historia fecunda y positiva, olvidada, marginada y archivada conscientemente desde nuestras instituciones, la gente que acude a los actos se engancha con la narración, vive intensamente esa historia y no entiende como desde Cantabria se desmerece o se arrincona. Percibo la sorpresa de muchos ciudadanos que hasta ahora no han escuchado narraciones fecundas sobre esta historia con la que vibraron otras generaciones y que agradece compartir dos horas intensas de compromiso cívico con esa historia que no es un patrimonio nuestro, sino heredado de muchas generaciones que la construyeron en circustancias, muchas veces, crueles y dramáticas. Simplemente por ética y respeto a esas situaciones y a sus protagonistas, tenemos el deber moral de difundir y hacer comprender esa historia tan positiva. 

No hay nada más anticántabro que el intento de despojar a Cantabria de sus raíces y esencias, ignorar su historia, pasar de ese rico pasado, de un fabuloso patrimonio artístico y natural, de la salida al mundo con una espléndida lengua propia y universal, el castellano, que nació en estas tierras como reconociera, entre otros, Menéndez Pidal. Cantabria, nuestro patrimonio, está en los gestos, en las palabras, en la entonación y la manera de decir; en las formas arquitectónicas y urbanas, en el paisaje interior, en todo lo que representa el alma cántabra.  

Y en lo anticántabro entra, por supuesto, las lagunas intencionadas sobre nuestra historia; por ejemplo, cuando asistimos con perplejidad a discursos oficiales en Cantabria ante los Reyes o el Príncipe heredero en los que sobran citas sobre los veraneos regios de hace noventa años, ignorando que existe historia más allá de ese tiempo, faltando ambiciones incluso a la hora de afirmar ese pasado e, ignorando que somos cuna de la Monarquía, como así escribiera el Rey Alfonso XII hace ahora ciento veinte años y cuyo reconocimiento se encuentra esculpido en una piedra del palacio de Sobrellano de Comillas. Por cierto, un texto emotivo del Rey pacificador recogido de una carta a su hermana la Infanta Paz: 

..Al contemplar la nobleza y el patriotismo de estos montañeses, todos y yo el primero…no puedo menos de alegrarme pensando que tal vez me creáis digno de esta Cantabria, Cuna de la Monarquía Española”. 

  

Pero con igual intensidad que lo afirmado, reiteramos que no hay más antiespañol que la disminución o negación de los miembros vivos de España, de las personalidades inseparables e irreductibles que la constituyen y la integran. Así lo afirma el pensador don Julián Marías en el siglo XX  y así lo escribió, con otras palabras, don José María de Pereda en el siglo XIX. La debilitación de Cantabria, el olvido de su historia, ignorar el significado del Ducado de Cantabria, la cuna de la Reconquista en Liébana y de la Dinastía Cántabra de la que surgió la Monarquía Española, borrando nuestros símbolos y nuestro pasado, representan absurdas mutilaciones de España. 

Menos mal que estos reconocimientos a nuestra historia se hacen en Asturias cuando se aborda precisamente el tema de la Reconquista y la génesis de la Monarquía Española o, por poetas admirados se canta la grandeza de nuestra tierra. Numerosos escritores y poetas la han dedicado lo mejor de sus creaciones, ejemplo de este poema del catalán Maragall: 

¡Cantabria! Somos tus bravos marineros/cantando en las tempestades/la tierra es grande, el mar lo es más,/y tierra y mar están embravecidos./Nuestra vida es lucha ,nuestro corazón es fuerte/Nadie ha podido dominar a sus hijos/Solo la muerte, solo la muerte/La nieve de las cimas, los fondos del mar/ 

Esos braus mariners que describe Maragall representan a todos los ciudadanos; les tempestats son los tiempos difíciles que soportamos; la lluita y nostre cor (lucha y corazón) es la fuerza de un pueblo milenario. En palabras del poeta Maragall, una inteligencia que conoció en profundidad la filosofía de nuestro pueblo, los cántabros  no podemos permitir que nos paren el reloj, pues como afirmó el insigne don José María de Pereda “no puede ser ciudadano de ningún estado quién no defienda su terruño natal, por pobre y mísero que sea, como el mejor pedazo del mundo conocido”. Este sentimiento le percibimos cuando al poner el pie en uno de nuestros pueblos y comarcas, en todo lo que significa cierta personalidad colectiva, una forma de vida, no podemos  evitar esa emoción que nos dice que estamos penetrando en un “dentro” y esto quiere decir una intimidad. Y si a continuación afirmamos “nosotros, los cántabros”, sentiremos que se ha dilatado un poco nuestra vida.

Sieso-Revilla: el voto no explicado sobre Valdecilla

 Debió levantar ronchas que aquí, el pasado sábado, pidiéramos cuentas al presidente, señor Martinez Sieso, y vicepresidente, señor Revilla, sobre su voto negativo a introducir en el Estatuto que Valdecilla se definiera como centro hospitalario de referencia nacional y obligar al Estado a garantizar su constante actualización en todos los órdenes. Uno y otro siguen sin contestar, eludiendo un grave perjuicio a los intereses de Cantabria.

Así las cosas, el señor Sieso se salió del guión insititucional –como presidente de todos los cántabros- que merece y exige un Día de Cantabria para subirse a la tribuna de partido –como dirigente político de una parte- y afirmar que ha cumplido con la asignatura sobre el histórico hospital y que merece una matrícula de honor. Tienen obsesión nuestros gobernantes en machacar, unas veces de forma oportunista, otras con dineros públicos, de que son los mejores del mundo mundial, no entendiendo como el Sr. Aznar no se los ha llevado a la política madrileña en la que, sin duda, se sentirían más cómodos y reconfortados.

Hay que recordar que en otras ediciones del Día de Cantabria nada dijo el señor presidente sobre Valdecilla a raíz de la tragedia de 1999; tampoco convocó a los sectores que se mueven en torno a la sanidad y a otros colectivos cívicos y profesionales  a cerrar filas en busca de una mejor alternativa –que la había- que la opción cómoda de la reforma de un hospital con estructuras de hace cincuenta años; en consecuencia, se hace electoralismo y se hurta el principio de una democracia participativa. Por ejemplo, si el actual Gobierno PP-PRC convoca mesas y comisiones para tratar cosas nimias ¿cómo no se constituyó una mesa general, representativa, para dar una salida con ambiciones a un hospital  que es patrimonio histórico de Cantabria?. Sencillamente porque la alternativa se impuso desde fuera, despreciando la soberanía que nos corresponde en el ejercicio de nuestras propias competencias.

No es precisamente valentía política la que demuestran los señores Sieso y Revilla, amén de otros diecisiete diputados del PP y PRC que en 1998 votaron en contra de incluir la referencia sobre Valdecilla en el Estatuto, actuación que otros sí llevamos hasta las últimas consecuencias y que ahora ha permitido al Gobierno central justificar ante otras Comunidades Autónomas la financiación de 34.000 millones de pesetas. Porque valentía política significa dar la cara y explicar aquél voto. Claro siempre es duro comenzar reconociendo una propia irresponsabilidad.

 ALERTA 17/8/2002