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Nuestra Historia, Liébana y el Ducado de Cantabria |
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Mi nuevo libro -que se presentará en Cosgaya el próximo sábado-
aspira a revitalizar nuestro pasado e identidad frente a la atonía y el
desinterés de quienes debieran mostrar pasiones por una historia
relevante. Cuando historiadores destacados reconocen nuestro protagonismo, nuestros gobernantes promocionan estudios de profesores universitarios, algunos de paso, que distorsionan ese pasado refiriéndose a ”tiempos oscuros”. |
El
próximo sábado presentaré en Cosgaya -la antigua Causegadia
de los cronicones medievales-, mi nuevo libro que ha aparecido con el título
“El Ducado de Cantabria. El origen de un Reino”. Es hora de
reivindicar lo que nuestros antepasados reclamaron ya en el siglo XIX
destacando el origen cántabro de don Pelayo y la preeminencia –hoy
indubitada- del origen de la Monarquía Española en la familia de Pedro,
Duque de Cantabria, siendo Liébana y Cosgaya no solo cuna de la
Reconquista sino tierra de Reyes, de iglesias y monasterios ya que el
territorio libanense –como así se cita en las crónicas históricas-
fue a lo largo del siglo VIII no solo foco guerrero sino de religiosidad y
cultura. Fue éste el siglo del inicio de la Reconquista, de don Pelayo y
del Duque de Cantabria, familias que se unieron bajo la Corona de sus
hijos Alfonso I y Ermesinda; fue también el tiempo de los Reyes electivos
cántabros –todos de la familia de Pedro, Duque de Cantabria- y el siglo
de Beato de Liébana, que convirtió a Cantabria en el centro de la
ortodoxia cristiana frente a las tesis adopcionistas de Elipando, el
arzobispo de Toledo, que fueron derrotadas en el Concilio de Franckfort
que presidió Carlomagno. Pero Liébana representó, sobre todo, el fortín
que permitió a todo un pueblo y a quienes en su territorio llegaron
huyendo de los nuevos invasores, preparar la gran operación histórica de
la Reconquista que duraría nada menos que ocho siglos. He
titulado estas reflexiones, en primer término, con una reafirmación de
Nuestra Historia. Mientras que en la actual estructuración del Estado en
Comunidades Autónomas, algunas no han tenido inconveniente, por intuición
y rendimiento efectivo, reconstruir su historia y los hechos dudosos
transformarlos en ciertos, entroncar tradiciones y costumbres con pasados
milenarios, aquí en Cantabria con un pasado histórico reconocido,
venimos asistiendo a una reiterada inhibición, atonía y desinterés, en
el objetivo de fortalecer y dar dimensión positiva a un pasado e
identidad que nos corresponde –solo en parte- en cuanto a que lo hemos
heredado de nuestros antepasados que sufrieron toda clase de adversidades
y una vida, en muchos casos, verdaderamente cruel. No
podemos olvidar, sin embargo, que durante tres siglos –del quince al
dieciocho- se nos secuestró nuestro pasado por los historiadores pro-vasquistas
con la complicidad de la escuela de Nebrija, cuando se hizo dogma que el
antiguo territorio que luchó demostrando virtudes como la heroicidad, el
carácter independiente y la defensa de su libertad, fue el actual del País
Vasco. Tuvo que ofrecer luz un agustino de Villadiego (Burgos), el padre
Enrique Florez, para que recobrásemos nuestra historia, desde entonces
indiscutida. En su obra “Cantabria, sitio y extensión” con el añadido
“la Región de los Cántabros con noticias de otras regiones confinantes
y varias poblaciones antiguas” tenía que figurar en todas las
bibliografías cántabras y las referencias culturales de la Comunidad Autónoma.
Es posible, no obstante, que pocos o muy pocos de quienes vienen rigiendo
los destinos de Cantabria han abierto sus páginas, si es que conocen la
existencia de esta obra que fue concluyente para que se aceptaran como
definitivas las tesis del padre Florez, que resucitaron la historia cántabra,
durante trescientos años secuestrada. El
segundo apartado de este artículo se refiere a Liébana y su participación
como cuna de la Reconquista y de la Dinastía Cántabra de la que surgió
el primer reino cristiano. El historiador Martín Mínguez en su estudio
sobre los inicios del siglo VIII afirma: “Liébana, esta glorísima
región, fue la primera en alzarse contra los mahometanos. El primer grito
de independencia, dado entonces, a Liébana pertenecía. Pelayo había
nacido allí y estaba en aquellas riscosas montañas”. No quiero entrar en la polémica sobre el origen genealógico de don Pelayo. Entre historiadores montañeses comprometidos con la historia de nuestra tierra y astures, en los finales del siglo XIX se abrió una polémica en las páginas de la publicación torrelaveguense El Cántabro (1880-1887) sobre este tema, que en un magnífico libro recoge en todas sus dimensiones el historiador Enrique San Miguel. No puede probarse de forma concluyente que fuera cántabro de Liébana o asturiano, aunque una mayoría de historiadores afirma que era hijo de Favila, Duque de Cantabria y el historiador Ildefonso Llorente en su obra Recuerdos de Liébana es más concreto al señalar el pueblo de Brez como su lugar de residencia y “que todos sus próximos parientes paternos, hasta los bisabuelos, eran de Liébana”, añadiendo que unos terrenos conocidos como Planium Regis, en Mogrovejo, como el lugar donde fue proclamado Rey. Otro dato, la derrota de los árabes del Monte de Subiedes (Cosgaya) se detalla en los Cronicones de Sebastián y el Albeldense y si en otras crónicas se indica que fue imposible que los musulmanes atravesaran las montañas entre Covadonga y Cosgaya, el historiador asturiano Sánchez Albornoz anuló esta referencia al hacer el mismo recorrido a pie, sin dificultades, con un grupo de alumnas y alumnos suyos.
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El
Ducado de Cantabria, parte también del titular de este artículo, tuvo en
Liébana un centro de referencia importante. Es en Liébana donde don
Pelayo y Pedro, Duque de Cantabria, pactaron la constitución del Reino cántabro-astur
con el matrimonio de sus hijos, Ermesinda y Alfonso, el primero de los
Alfonsos de la Monarquía Española, que los historiadores detallan ser
originario del territorio libanense, como se cita a Liébana en los
cronicones medievales. Tras Alfonso I el Católico, hijo del Duque Pedro,
los primeros Reyes de la Monarquía cántabra –que eran elegidos por los
jefes militares y los principales nobles- surgen del tronco familiar del
titular del Ducado de Cantabria y, en concreto, de los dos hijos del Duque
Pedro: Alfonso y Fruela; así, el primero, es padre de Fruela I y abuelo
de Alfonso II el Casto; el segundo, es padre de los reyes Aurelio y
Bermudo I, cuyo hijo, Ramiro I, nieto de Fruela y bisnieto de Pedro, Duque
de Cantabria, inicia la transmisión hereditaria de padres a hijos de la
Corona hasta el Rey don Juan Carlos, lo que de forma indubitada demuestra
el origen cántabro de la Monarquía Española. Pero todo esto y más
puede analizarse a través de las más de doscientas páginas de mi libro,
a cuya lectura les invito desde esa reflexión de Menéndez y Pelayo de
que “pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a
irrevocable muerte..” En
Cantabria se discute; en Asturias se ratifica. La
participación de Cantabria
en los orígenes de la Reconquista y su protagonismo en el inicio del
primer reino cristiano con la Dinastía Cántabra que inicia Alfonso I,
debiera, en justicia, combinar estos dos títulos en el Príncipe Heredero
de la Corona Española. No es una afirmación gratuita. Lo escribe el
profesor Gómez-Tabanera, miembro de número del Instituto de Estudios
Asturianos en la obra Alfonso II el Casto (Oviedo 1943, reedición de
1991) al señalar que será pues Ramiro I (hijo del rey Vermudo I, que era
nieto del Duque Pedro) “de donde arranque la línea dinástica española
destinada a prolongar durante doce siglos una Casa Real de las Españas
representada por don Juan Carlos, soberano reinante y su hijo don Felipe,
Duque de Cantabria, Príncipe de Asturias y Gerona”. Así se reconoce
por este historiador asturiano. Otros
historiadores asturianos ratifican esta preeminencia cántabra que aquí,
sin embargo, se discute o se desmerece. La historiadora Isabel Torrente
afirma que el triunfo de Ramiro “marcó un hito en la monarquía
cántabro-astur ya que su triunfo llevó parejo el definitivo de la dinastía
de Pedro de Cantabria..”; el también historiador asturiano, Paulino
García-Toraño en su obra el Reino de Asturias dedica todo un capítulo a
la Dinastía Cántabra de Alfonso I y su continuidad en la rama de su
hermano Fruela, tesis que ratifica el historiador Miguel Artola “al
indicar que “la Dinastía cántabra se alargó hasta el 1037, sucediéndose
hijos y hermanos de Reyes”; el académico de la Lengua e historiador don
Emilio Alarcos –también asturiano- escribió en un artículo que los
creadores del reino (Pelayo y luego la familia de su yerno Alfonso I)
procedían de Cantabria” y la Real Academia de la Historia en un informe
de 1916 afirma de forma concluyente: “Los orígenes de
esta nueva Dinastía deben buscarse en la indómita Cantabria..y el
verdadero tronco de los antiguos Monarcas de la Reconquista fue Pedro,
Duque de Cantabria”.
ALERTA 18/5/2002 |
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