Medio siglo de la última novela de Concha Espina |
||
© José Ramón SAIZ |
Dentro
de dos años se cumplen cincuenta años de la muerte de la
figura literaria femenina más importante de la primera mitad del
siglo XX, oportunidad para proyectar un mayor conocimiento de su obra
en la Cantabria actual.
La escritora Concha Espina y Tagle es una de las pocas figuras femeninas importantes de la literatura española de la primera mitad del siglo XX. Mujer de extraordinaria belleza, nació en Santander el 15 de abril de 1869, siendo la séptima de una familia de once hijos. Su madre era de una familia noble de Santillana del Mar, y su padre asturiano dedicado a los negocios marítimos, que proporcionaron a sus hijos una educación refinada y católica. Vivían sus padres - Víctor Espina y la cántabra Ascensión Tagle- en la calle de Méndez Núñez, en el mismísimo barrio de Sotileza. Fallecida su madre, y viviendo ya la familia en Mazcuerras, contrajo matrimonio con Ramón de la Serna y Cueto, de Cabezón de la Sal y partió con él a América, viviendo en Valparaíso (Chile). Años después se separaría de su esposo de quien tuvo cinco hijos, varios de los cuales –Josefina, Ramón y Víctor- heredaron sus aficiones y aptitudes literarias y que por la línea de Víctor continuaron con especial éxito sus hijos Víctor y Jesús de la Serna Gutiérrez-Répide, tres enormes personajes del periodismo español que llenaron más de media historia del diario Informaciones de Madrid. Ya de niña, con doce años, Concha Espina comenzó a escribir versos y a instancias de su madre -única conocedora del secreto- envió una de sus composiciones poéticas, bajo seudónimo, al diario El Atlántico –periódico de altos vuelos literarios- que publicó la colaboración. El escritor y poeta Adolfo de la Fuente, amigo de la familia, encaminó sus primeros pasos poéticos, aunque será en Chile cuando Concha Espina comienza en serio su trayectoria como escritora. Su primer poema se publicó en una pequeña revistilla de Valparaiso, El Porteño; el primer sueldo de periodista lo obtuvo de El Correo Español, de Buenos Aires, que dirigía el aragonés López Benedito y el primer libro que llevó por título Mis flores (1904) – prologado por Enrique Menéndez y Pelayo- se editó en la imprenta de La Libertad, de Valladolid, en el que colaboraba y que había sido fundado por el santoñés don Ricardo Macías Picavea. Su obra es extensísima -hace poco fue evocada en estas páginas en dos magníficos artículos por el escritor José Antonio Pérez Muñoz- desde que en 1907 obtuvo su primer premio literario con El Rabión, centrándonos en la más destacada, sobre todo aquella que representó una firme denuncia social en unos tiempos de opresión económica. Significar, sin embargo, que en 1909 publicó La Niña de Luzmela, su primer éxito, y cuya fama provocó que en 1948 el pueblo de Mazcuerras, residencia estival de la escritora, adoptara oficialmente el nombre de Luzmela. Dentro de la novela de denuncia social, para escribir La Esfinge Maragata, publicada en 1914, vivió la escritora en el páramo de León de forma austera, aprendiendo la rudimentaria agricultura de estepa, comiendo el oscuro pan de centeno y llegando a sufrir como los propios la tragedia y desolación de la Maragatería. Tras la madurez de esta obra, su apogeo llegó con El metal de los muertos (1920), novela inspirada en los conflictos y tragedias de las zonas mineras españolas, que fue su primera obra conocida internacionalmente. Para escribirla se trasladó a Nerva –la terrible ciudad andaluza- rehusando pernoctar en Riotinto y evitando toda influencia de los fuertes intereses de la compañía minera. Ya anteriormente había iniciado sus contactos con los mineros en las explotaciones cántabras de Udías y Reocín. En la población donde más se marcaba el dramatismo que vivían los mineros, pernoctó en una taberna que de forma rimbombante se llamaba Casino, durmiendo en la cama en la que la noche anterior había fallecido un chino perteneciente a una compañía de acróbatas. En aquellas minas conoció hornos, contraminas y honduras espantables, todo lo necesario para obtener material para su obra. En 1923 fue propuesta desde los Estados Unidos como candidata al Nobel de Literatura, contando desde entonces con numerosos apoyos del profesorado de las Universidades de América del Sur, petición que también fue suscrita en España por votos individuales de la Real Academia de la Lengua. Unos años más tarde, en 1928, el académico sueco Wuulf presentó nuevamente su candidatura para el premio Nobel, que no encontró el eco favorable de algunos destacados académicos. A pesar de ganar los tres premios literarios de la Real Academia de la Lengua, no alcanzó el sillón de la institución, entonces inaccesible a las mujeres. En 1926 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su obra Altar Mayor, compartido con Wenceslao Fernández Flórez. La concesión de este premio ocasionó tanta polémica entre la crítica que provocó que Concha Espina renunciara a su importe y lo entregara para la suscripción del monumento a Cervantes. Tanto por su éxito como por este gesto, el Ayuntamiento de Santander la nombró hija predilecta de la ciudad, erigiéndose a tal efecto un monumento diseñado por Victorio Macho. El Consistorio santanderino también acordó solicitar el ingreso de la ilustre escritora en la Real Academia Española. Ese mismo año, invitada por varias universidades norteamericanas, se celebró en su honor una fiesta que tuvo lugar en Nueva York donde intervinieron, entre otros, León Felipe, Federico García Lorca y Fernando de los Ríos. En su casa de Mazcuerras le sorprendió la guerra civil, y fruto de aquella experiencia son algunas de sus obras, destacando en esta cuenta atrás la De Antonio Machado a su grande y secreto amor (1952), que levantó una fuerte polémica entre los críticos al contener las auténticas cartas de amor de Machado a un amor de su vejez, Pilar Valderrama, íntima amiga de Concha Espina que fue quien se las confió. Fue cuando comenzó a padecer de forma irreversible una ceguera total que acogió con extraordinario temple, aprendiendo el sistema braille de lectura. En su casa de Luzmela se desarrolló en 1948 la emotiva ceremonia de la imposición de la banda de Alfonso el Sabio y la inauguración del pequeño monumento que se levantó en esta localidad. En su última etapa –ahora se cumplen cincuenta años-
publicó Un valle en el mar, Una novela de amor
(1953), cuando faltaban dos años para su muerte, que ocurrió
en Madrid el 19 de mayo de 1955. Medio siglo después, hora es
de recuperar su obra, darla a conocer y difundir su
nombre entre las nuevas generaciones, sobre todo aquella producción
literaria que la identificaron con quienes más sufrían
las adversidades de la vida. ALERTA - 18 de Octubre de 2003 © José Ramón SAIZ ![]() |