Cuando no se preserva la memoria
Nos preguntamos que ocurre para que una Comunidad Autónoma como la nuestra sea incapaz de montar un Museo de la Minería, aprovechando el cierre de siglo y medio de actividades mineras en Reocín. Se podrá decir que somos pesados, pero sabemos que tenemos razón. Desde hace varios años he insistido en artículos en prensa e, incluso, con iniciativas en el Parlamento de Cantabria, sobre la necesidad de preservar la memoria social y material de Cantabria en su proyección minera, que ha sido extraordinaria, en unos tiempos –como éstos últimos- marcados por el abandono de las explotaciones que dieron ocupación a miles de personas, como recientemente se constató con el cierre definitivo de las minas de Reocín, descubiertas en 1853 por el joven ingeniero belga don Julio Maximiliano Vanderheyden Hauzeur que de paso por Torrelavega y hospedado en una de sus pensiones en aquél solar torrelaveguense de no más de cuatrocientos vecinos,escuchó ciertos rumores sobre existencias de mineral. Decidió quedarse unos días más e investigar, descubriendo un rico yacimiento minero que ha tenido una vida de nada menos que siglo y medio. La fórmula inventada hace algunos siglos para preservar esa memoria colectiva es la de los museos, propuesta que particularizada en la especialidad de minería, venimos insistiendo reiteradamente sin éxito alguno ante la insensibilidad de las Administraciones competentes y de sus responsables, inhibiciones vergonzosas que, en este caso, hagenerado finalmente el tremendo disgusto –del que se informa hoy en estas páginas- sobre el absurdo atentado contra una gran pieza de mineral–se dice que única, de dos toneladas de peso- de blenda de las minas de La Providencia de Aliva (Picos de Europa), que se exponía en la entrada de las viejas oficinas de Azsa, que representabatodo un lujo para un museo. La exposición El Siglo de los Cambios que se celebró en Torrelavega en 1998 puso de manifiesto las condiciones óptimas para recrear un museo de la minería en Cantabria; su ubicación podía fijarse en Cabárceno en recuerdo de sus viejas minas codiciadas por los romanos o en la zona de influencia de Torrelavega, donde ha estado ubicada la última gran instalación minera cántabra. Allí, en La Lechera, pudimos ver auténticas joyas de esta memoria, propiedad de Asturiana de Zinc, que llenan por sí mismas un museo: viejas locomotoras mineras como la famosa Udías; la gran maqueta del pozo de Santa Amelia; herramientas de aquellos viejos talleres mineros; colecciones de minerales y fósiles, la industria química relacionada con los explosivos para las voladuras mineras, laboratorios, los viejos botiquines, fotografías que van desde las visitas del Presidente del Consejo de Ministros, Sagastaa lamás reciente del Rey don Juan Carlos o, la del escritor don Benito Pérez Galdós, que en las vecinas minas de Cartes (Socartes en su novela Marianela), se inspiró… sin olvidar una de aquellas jaulas para descender a las profundidades. En fin,todo un patrimonio histórico vinculado a la mina de Reocín que probablemente se pierda para siempre o termine en otros museos. El caso de la veta de Áliva, admirada por propios y extraños, es el ejemplo triste y desalentador del resultado de aquello que lamentablemente no se hizo, como fue negociar en su momento y haber declarado bien de interés cultural o social lo que definitivamente se perderá para vergüenza de todos, los primeros los responsables públicos; pero también todos los demás. En vísperas del cierre de Asturiana de Zinc en abril-mayo de este año, hice a través de ALERTA un dramático llamamiento a que intervinieran las autoridades municipales y autonómicas para defender y preservar el legado histórico –esa memoria material y social- de esta empresa. Al tiempo que defendí los derechos sociales de los trabajadores, plantee la necesidad de que se negociara –que fórmulas de presión existían y siguen existiendo- que ese patrimonio de viejas máquinas, herramientas, recuerdos, etcétera, pasara a patrimonio de Cantabria. La justificación era sencilla: la mina ha tenido un alto costo –dramático costo- para nuestro pueblo, desde decenas de obreros fallecidos en accidentes de trabajo resultado de condiciones inhumanas en esos cometidos en el siglo XIX y primeras décadas del XX, hasta aquella catástrofe de las fiestas de la Patrona de Torrelavega de 1960 que como resultado de la rotura de un dique –tragedia nunca investigada- llevó a la muerte a dieciocho personas, abuelos, padres de familia, niños, desaparecidos entre el fango que todo lo arrasó.Un coste social excesivamente alto para que se olvide. Estos llamamientos no encontraron respuesta positiva. Las autoridades competentes miraron hacia otra parte, quizás por sus excesivos vínculos con las altas instancias de la empresa; se adquirieron terrenos en cientos de millones de pesetas, no sabemos todavía para qué proyectos de futuro, parte de cuyo patrimonio se encuentra actualmente abandonado y en ruina; los trabajadores que no estaban en edad de jubilables a través del estatuto minero pasaron al paro y unos pocos recolocados en Asturias y, finalmente, desconocemos que obligaciones se han impuesto desde el Gobierno de Cantabria y la Consejería de Medio Ambiente a la empresa en cuanto a rehabilitación de la amplia zona minera explotada de la que los accionistas, a lo largo de los años, han obtenido pingües beneficios. Si propuestas fáciles de acometer, incluso en presupuesto,como la de este Museo de Minería han encontrado una respuesta de pasividad oficial, ya podemos intuir que pasará ante problemas más complejos que requieren de inteligencia, trabajo y constancia. El famoso macroproyecto de La Viesca-El Milagro se ha quedado, por el momento, después de su propaganda constante durante ocho años,en un carril-bici de un kilómetro por el antiguo ferrocarril minero. Nada sabemos de la mejora de accesos desde el Barrio Covadonga y Torres; de sus zonas deportivas, turismo activo, Centro de Interpretación, acondicionamiento del lago con dotación de embarcaciones, creación de una granja.-escuela para uso didáctico, “rocódromo” de uso didáctico, interpretación de un río cántabro, etcétera y largo etcétera. En todo caso, la oportunidad de crear y dotar el Museo de la Minería es posible que no se repita. Se pudo y se debió negociar en las vísperas del cierre de Azsa, pero no se hizo. Por el momento, tenemos la sensación de que ese patrimonio colectivo terminará no sabemos donde, menos en el lugar seguro que resguarda la memoria de los pueblos, que es el museo. Si ha ocurrido lo que ya conocemos con esa gran pieza de blenda de las minas de Aliva, nos permitimos intuir que ocurrirá con otro patrimonio vital para ese gran Museo de la Minería que Torrelavega merecía. Demasiado, para que algunos pocos no sientan vergüenza de cómo esta comunidad se va quedando sin memoria histórica y ello a pesar de que hace ya cinco años propuse y logré que el Parlamento de Cantabria aprobara –como está recogido en su diario de sesiones- este museo para Torrelavega “aprovechandola existencia de estructuras industriales u otros espacios, quepudieran utilizarse para estefin de trasmitir a las futuras generaciones nuestro pasado científico, técnico e industrial". ALERTA - 27 de diciembre de 2003 |