Augusto González
de Linares:
Defendió la necesaria regeneración de España y denunció a los gobernantes que sumieron a España en el atraso, en la pobreza y en la incultura, que definió como “la del sable y de la espuela”. “Fue un hombre moralmente perfecto. Del pensamiento de hombres como González de Linares vive la humanidad; ellos impulsan la nave de nuestros destinos...” . Estas palabras tan profundas y cargadas de significado, representan el epitafio que el entonces joven literario Ricardo León –años más tarde elegido para un sillón de la Real Academia de la Lengua- escribió en El Cantábrico tras la muerte, hoy hace cien años, de este sabio de Cabuérniga. Ricardo León, llegado a Santander a principios del siglo XX para ejercer como empleado del Banco de España, incluyó estas y otras reflexiones en su Raza de Apóstoles. Por su parte, la escritora Concha Espina, que visitó la tumba al día siguiente, escribió: “!No traigo flores; traigo mi corazón; traigo mis lágrimas”¡. De nuevo estamos ante un Centenario que como otros sobre biografías brillantes se ha sumido en el silencio y el olvido–lamentable, una vez más- por parte de la Cantabria oficial. Solo la dirección y los alumnos del instituto que lleva el nombre de este sabio investigador, han conmemorado este acontecimiento con el fin de honrar y difundir la ejecutoria de este gran cántabro de Cabuérniga que fallecido aquél 1 de mayo de 1904, y que por lo mucho que significó en la ciencia y lo que representó en las ideas democráticas, el diario El Cantábrico decidió lanzar una edición especial en una jornada en la que los periódicos no salían por ser la fiesta de los tipógrafos, destacando las firmas de Buenaventura Rodríguez Parets, Rosario de Acuña, Madrazo, Fernando Segura, José Estrañi, Vicente García y García y Jesús de Cospedal, que glosaron desde distintas vertientes y sensibilidades la excepcional figura del genial naturalista. Pero a falta de recuerdos institucionales, evocaciones académicas y otros honores a este ilustre científico –el último olvidado fue don Leonardo Torres Quevedo que para sonrojo de Cantabria fue objeto de un ciclo brillantísimo de conferencias en varias universidades españolas-, dejemos constancia de su huella y aportaciones a la ciencia y a las ideas de su tiempo. Hace algunos meses glosé la biografía de don Augusto González de Linares, recordando que en tan solo diez años –los que transcurren entre 1902 y 1912- Cantabria perdió a cinco de sus biografías más excepcionales: Amós de Escalante, Jesús de Monasterio, Augusto González de Linares, José María de Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo. De la figura de don Augusto González de Linares evocaremos en esta jornada conmemorativa del centenario de su muerte, dos aspectos esenciales y quizás menos conocidos: su apoyo y lealtad a las ideas republicanas y su papel en la constitución de la Institución Libre de Enseñanza, cuando Giner de los Ríos, Salmerón, Segismundo Moret, Posada Herrera y el Duque de Almodóvar, entre otros, visitaban su rincón familiar de Cabuérniga en reconocimiento a su protagonismo científico en la España de finales del siglo XIX. Sobre las ideas políticas de González de Linares hay que señalar que fue un defensor de las esencias más significativas del sistema republicano, reclamando siempre la necesaria redención de España a través del desarrollo de las libertades públicas por la vía de la paz y la persuasión y no por la violencia. Tan firme era en este propósito como en la denuncia de aquellos gobernantes funestos que tuvieron sumida a España en el atraso, en la pobreza y en la incultura, que González de Linares la definió “la del sable y de la espuela” que el propio sabio sufrió cuando quiso dotar al país de un centro docente que honrase a la ciencia española. Fue González de Linares, en el campo de las ideas, una referencia del periódico El Cantábrico, cuyo retrato figuraba con los de Pereda y Menéndez Pelayo en su redacción, y todos los años en el aniversario de su muerte, evocaba su recuerdo y sus ideas de regeneración de España, destacándose que su tolerancia le permitía lo mismo tomar un café en casa de un ultraconservador que con un anarquista de la época. Otro papel importante de González de Linares se refiere a su participación en la constitución de la Institución Libre de Enseñanza cuyas bases y fundamentos se discutieron en su casona familiar de Cabuérniga y de la que fue profesor. Tuvo González de Linares un especial protagonismo en la defensa de la libertad y la inviolabilidad de la ciencia, asuntos con los que debatió con frecuencia con don Francisco Giner de los Ríos que tenía una habitación siempre dispuesta a acogerle en sus escapadas a Cabuérniga. Con algunas de sus teorías, sobre todo en relación al darwinismo evolucionista, se ganó la enemistad de algunos colegas y de la Iglesia, mientras que encandiló a sus alumnos. Coincidiendo con esta etapa, llegó su protagonismo en la creación de la Estación Marítima de Zoología y Botánica Experimentales, la primera de España, al estilo de las existentes en importantes ciudades del mundo. En un principio se pensó en crear el laboratorio en San Vicente de la Barquera, pero las subvenciones del municipio santanderino y de la Diputación inclinaron finalmente la balanza a favor de Santander. Los fines con que se proyectó, a partir de 1886, eran el estudio y enseñanza de la fauna y flora de nuestras costas, la aplicación de estos conocimientos al desarrollo de las industrias marítimas y, finalmente, la preparación de colecciones científicas con destino a los museos y establecimientos de enseñanza, labores en las que González de Linares tuvo que luchar con las incomprensiones de los poderes públicos y de los caciques de turno, consecuencias que sufrió cuando fue apartado de su cátedra ganada en oposición por oponerse radicalmente a la limitación de la libertad de cátedra, que arrastró a una cuarentena de catedráticos a dimitir de sus responsabilidades. Hoy la Cantabria oficial y la Cantabria del pueblo debieran rendir honor y culto a esta gran personalidad. Lamentablemente no será así porque no existe la necesaria sensibilidad para cumplir con los ritos que los pueblos cultos y laboriosos ejercen en estos casos hacia las biografías que representan la tradición cultural e investigadora de un pueblo. Es el gran lastre que arrastran unas instituciones que no trabajan en el fomento de una identidad cultural de un pueblo que ha ofrecido a España y al mundo figuras de extraordinaria valía. Es una gran pena que nos convoquen a ver una campana y no a honrar a un grande de los nuestros. Es el abismo que existe entre la mediocridad y la grandeza. (1). Sobre la biografía de Augusto González de Linares hay que destacar los trabajos de Buenaventura Rodríguez Parets, Elpidio de Mier, Benito Madariaga de la Campa y Roberto Lavín Bedia. ALERTA - 01 de mayo de 2004 |