Preocupante inseguridad industrial de Cantabria

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Al día de hoy hay presentados doce expedientes de regulación de empleo en la industria cántabra, que afectan a unos ochocientos empleos que están en trance de desaparecer.

Tras las críticas a gobernantes que crearon lo grande que tiene el sector servicios, hemos seguido perdiendo industria y se vuelve a la propuesta de los campos de golf y puertos deportivos.

La industria se nos cae y de forma más acelerada de lo que podíamos pensar. Los datos ofrecidos hace unos días por la secretaria general de UGT, María Jesús Cedrún, son bien elocuentes y preocupantes al señalar que, en estos momentos, hay presentados ante la autoridad laboral en torno a doce expedientes de regulación de empleo en la industria cántabra, que afectan a unos ochocientos empleos que, ahora mismo, están en trance de desaparecer. Una incidencia muy grave para nuestro sector industrial para que no elijamos, de nuevo, como tema de nuestro comentario el problema de nuestra industria y la suma y sigue de su caída, desde nuestra idea que –lo reiteraremos hasta la saciedad- sin industria no hay futuro. Al tiempo que este panorama negro nos comienza a agobiar, se produce un problema de protocolo que, tal y como ya escribimos hace meses, es el anticipo del cerco que se visualizará más nítidamente a partir del 12-M, que intuimos será todavía más crispado que el que vivió Cantabria cuando los Gobiernos de González (1987-1995), bloquearon a nuestra Comunidad Autónoma, simplemente porque el presidente se llamaba Juan Hormaechea Cazón.

No vamos a entrar en muchos detalles sobre esta polémica referida al acto de inauguración de un nuevo tramo de la autovía de la meseta. Escribir de este tema de las infraestructuras, personalmente me produce una gran desazón, siendo consciente de que somos la última comunidad autónoma –reitero, la última de España- en acceder allá por el 2006 a una autovía que entonces sólo estará finalizada en el tramo cántabro, cuando pagamos religiosamente al Estado nuestras cargas como ciudadanos y, sin embargo, no recibimos, a tiempo, la justa compensación solidaria, en este caso con la ejecución de una autovía moderna con Burgos-Valladolid-Madrid. Hay poco que decir sobre el asunto polémico abierto entre el poder central y el autonómico; he vivido muchos de igual o parecida gravedad. Ante este tipo de desaires digo siempre lo mismo: el Estatuto de Autonomía de Cantabria obliga a todos los ciudadanos de España a respetar que el presidente de esta Comunidad autónoma -como del resto de presidentes- es el representante ordinario del Estado y la primera autoridad en territorio autonómico. En la prelación de autoridades, solo debe ceder su puesto a los Reyes, Príncipe e Infantas y Presidente del Gobierno de la nación y, como siempre he sostenido, el buen protocolo significa la expresión plástica del poder. Dicho queda todo.

Pero volvamos a lo que, sin duda, más nos preocupa, como es la caída de nuestra industria, expresada en estos días en el anunciado cierre de Trefilerías Quijano y del modelo industrial de Los Corrales de Buelna; noticias que nos dicen que estamos en una etapa de inseguridad existencial. Asumiendo la cuota de responsabilidad que a todos nos pueda corresponder, creemos que desde hace unos años nuestro autogobierno no está siendo administrado y gestionado debidamente, entendiendo que por los responsables no se ejerce política, ni institucionalmente, el poder político de una Comunidad Autónoma. Cuando a un Gobierno le comienza a fallar la expresión de su poder, pierde la confianza de ciertos sectores que consideran que no es de fiar. Hay varias pruebas de que el actual Gobierno autonómico, al no ejercer ese poder o, simplemente, una manifestación de ese poder en ciertas áreas –puedo referirme expresamente al ámbito financiero-, se produce automáticamente una pérdida de confianza.

En este contexto, que nos pone de manifiesto las carencias por el que atraviesa el ejercicio del autogobierno cántabro, hay que precisar que no son imputables a nuestro Estatuto, ni al ideal de la autonomía, sino que parten del hecho de que la nueva gobernación cántabra comienza a dejarse caer por la pendiente del confort de los cargos y, no en la inquietante revolución del día a día de desarrollar nuevas opciones para la comunidad cántabra. En este sentido, las declaraciones del director general de Trabajo sobre la situación de Trefilerías, acusando a los trabajadores de no dialogar, me parecen muy graves. Para este dirigente autonómico, parece no existir la actuación alevosa de los representantes del grupo Celsa, beneficiados de milmillonarias recalificaciones urbanísticas ejecutadas sobre cierta ruina para el sector comercial cántabro. Intolerable que este alto cargo se permita afirmar –más o menos- que el asunto Trefilerías no tiene salida por la cerrazón de los representantes de los trabajadores, precisamente el colectivo perjudicado y amenazado con perder sus empleos.

Han pasado muchos meses desde el comienzo de la presente legislatura y, ciertamente esperábamos más del actual Ejecutivo. Es cierto que hay todavía plazos para la confianza pero –reitero- no hay nada nuevo que aliente el optimismo. Solo se ha anunciado alguna idea aislada, no bien presentada y en exceso adornada, que puede recibir de Madrid la consideración o el trato que Álvarez Cascos acaba de protagonizar y, que sentimos porque esta comunidad ha visto pasar una docena de ministros de las obras públicas que, en lo que respecta a Cantabria, no han sumado entre todos las inversiones concretadas en estos cuatro años por el ministro asturiano. Cierto es que por ser últimos ¡ya tocaba¡ a Cantabria, pero otros pasaron por el mismo cargo en estos años y solo nos ofrecieron promesas, como las del inolvidable Fernández de la Mora con el fenecido Santander-Mediterráneo y su símbolo del túnel de La Engaña.

Esta puede ser una razón poderosa que nos viene a decir que, en efecto, estamos atravesando una etapa de inseguridad existencial en torno a Cantabria, que nos debe animar y alentar a que, cuanto antes, ésta sea también una época de búsqueda apasionada de nuevas vías de identidad que propicien confianza, que proteja de la incertidumbre y de la perplejidad con que protagonistas y espectadores asistimos a un vaciamiento del sentido positivo que tiene la expresión somos comunidad. En este sentido, no basta con sentirnos seguros de nuestra conciencia individual si no nos consideramos partícipes de un proyecto colectivo con vocación de futuro, de existencia y de progreso y, lo que vemos ahora mismo en el sector industrial, representa una amenaza real.

Cantabria lleva más de veinte años de desarrollo de su Estatuto y, sin embargo, tiene pendiente, todavía, el reto de diseñarse, proyectarse y construirse en la dimensión del auténtico significado de un modelo económico para nuestro autogobierno. Cuando hace ya ocho años pensamos que llegaba la hora de la industria, a la vista de las críticas a otros gobernantes que crearon lo grande que tiene nuestro sector servicios, resulta que hemos seguido perdiendo industria y ahora, otra vez, abrimos la vía de los campos de golf y puertos deportivos, que serán importantes para fortalecer el sector de ocio pero que –reitero- la falta de industria es la que oscurece nuestro futuro.

No podemos mirar hacia otra parte ante la referencia que esta semana adelantaba la dirigente regional de UGT. Nada menos que doce empresas del sector industrial tienen presentados expedientes de regulación de empleo, que afectan a ochocientos puestos de trabajo que pueden perderse. Suficiente para que estemos preocupados y lo expresemos, ante quienes parecen recrearse con estas noticias decepcionantes cuando son culpables de este desaguisado industrial que se viene consumando.


ALERTA - 14 de febrero de 2004