De Valencia a Bilbao, ignorando
la historia de un siglo

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Ganan los todopoderosos vascos que siempre se opusieron al ferrocarril Santander-Mediterráneo.

Hay ocasiones que el recuerdo a los pueblos, a sus quehaceres, anhelos y aspiraciones se atropella por ignorancia histórica. Es lo que sucede con el anuncio hecho por el Ministerio de Fomento sobre la construcción del corredor ferroviario entre Valencia y Bilbao, es decir, una versión actualizada de la vieja idea de principios del siglo XX de unir el Cantábrico con el Mediterráneo, con aquél proyecto bautizado como el Santander-Mediterráneo que tiene dos claves en nuestra historia: ha sido el proyecto por el que más ha luchado el pueblo cántabro y, por otro, representa el ejemplo más significativo del gran desprecio histórico con que se han tratado los intereses de esta tierra, que desde el siglo XVIII centró sus esperanzas en alcanzar unas buenas comunicaciones con el interior y el Mediterráneo.

Hay, sin embargo, otro hecho trascendente y gravísimo que no se puede ocultar. El origen de este ferrocarril, que se remonta a principios del siglo XX, provocó que fueran principalmente las instituciones vascas y su poder económicolos enemigos declarados del proyecto, siendo persistente su oposición al temer y considerar que si la unión del Cantábrico con el Mediterráneo se realizaba a través de Burgos-Calatayud, su función marítima en el puerto de Bilbao quedaría reducida a la de segundo uso, como también se opusieron en su momento al ferrocarril del Meridiano de Madrid a Burgos al sospechar su desviación a Santander. Los mismos vascos de ayer y los de hoy con sus ventajas fiscales, casi de estado soberano, que siguen provocando un daño enorme a la actividad económica de Cantabria, a lo que nadie pone remedio y que exige reclamar, sin medias tintas, una revisión constitucional.

Pero en esta mirada a la historia y al capítulo de responsabilidades no se salva nadie, sobre todo por su debilidad y complacencia por atender las demandas de nuestros vecinos a costa de nuestros intereses, siempre los perjudicados y pisoteados. Monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, derechas e izquierdas, demócratas y totalitarios alimentaron durante más de un siglo las esperanzas de esta tierra para, finalmente, hundirlas, dejando como prueba del engaño y el desprecio del poder central inversiones cuantiosísimas, hasta el punto de construirse 650 kilómetros de vías de este ferrocarril, quedando pendientes apenas cincuenta kilómetros, de ellos la mitad con infraestructura terminada como simboliza ese túnel bien llamado el de La engaña que simboliza el olvido y la ruina de los intereses cántabros.

Esta ignorancia de Madrid sobre la historia y el significado desde hace un siglo del Santander-Mediterráneo se ha querido subsanar con el anuncio posterior de que habrá un enlace de Bilbao a Santander.¡Que afrenta tan intolerable!. Se nos arrebata una idea ambiciosa y estratégica y se entrega como preciado botín a nuestros vecinos que lo tienen todo, pero quieren más y más con el dinero del resto de los españoles. Es la gran venganza que se cobran después de temer durante décadas que el puerto de Santander, con el enlace con el Mediterráneo, representaba el gran peligro para sus intereses.

Ante este ataque tan descomunal a un proyecto que durante decenas de años representó uno de los ideales más esperanzadores de nuestra ciudadanía, no deja de ser desesperante la falta de reacciones que contrasta con lo que ocurre en provincias que también batallaron a nuestro lado en tan histórica demanda. La prensa de Burgos, por ejemplo, ha recogido los últimos días numerosas cartas de castellanos de Burgos y de Soria, que expresan su nivel de irritación por esta muerte definitiva de un ferrocarril que los recientes gobiernos de la democracia enterraron a pesar de las promesas. Lo hizo el Gobierno socialista que prometió acabarlo en cuatro años, para finalmente olvidarse del proyecto. El Gobierno popular hizo lo mismo, después de acusar a los anteriores de traicionar los intereses de castellanos y cántabros. Pero cuando llegaron al poder repitieron la misma historia, igual traición y el mismo engaño.

Si nos quedase como pueblo algo de la decencia que estamos perdiendo a pasos agigantados, al menos evocaríamos a aquel pueblo formado por nuestros antepasados que luchaba por sus intereses; hoy, sin embargo, nuestro pueblo aparece como apático, como si pasara de los problemas, como si no existiera como tal pueblo. Aquella gran manifestación de 1930 con el lema Todo por el ferrocarril, llamó a una movilización general de todas las energías posibles, y cuando la comisión negociadora con el Gobierno salió para Madrid, se convocó a que “todo cuanto aquí es vida, trabajo, comercio, industria, capital, intelectualidad y ciudadanía está con sus comisionados ante la representación del Gobierno de la nación”. La prensa, por otra parte, encauzaba con pasión cántabra estas movilizaciones, supeditando sus intereses a los generales de la entonces provincia montañesa.

Uno se pregunta donde está el sentido de la historia y del legítimo orgullo de la sociedad cántabra que no reacciona, aunque sea testimonialmente, en una protesta que represente el homenaje a aquellos antepasados que cántabros lucharon por sacar adelante este ferrocarril que entre agosto de 1927 y noviembre de 1930 –la etapa de la dictablanda de Primo de Rivera en la que los vascos no lograron sus propósitos de paralizar el proyecto-, conoció un gran empuje con la apertura de los tramos de Soria-Calatayud; Burgos-Peñahorada o Trespaderne-Cidad, que fue el último. Nada menos que 367 kilómetros fueron construidos entre 1925 y 1930, apenas seis años con un ritmo acelerado de algo más de sesenta kilómetros por año a cargo de la empresa Santander-Mediterráneo que se definía como “compañía de ferrocarril estratégico”, fundada en 1924 con un capital totalmente desembolsado de 87 millones de pesetas. Después, en 1959, con Franco en el poder llegó la claudicación definitiva y cedió ante quienes trató y agasajó con extraordinarios privilegios.

Muchas necesidades importantes de la primera mitad del siglo XX se supeditaron (o marginaron) a esta gran demanda del ferrocarril. Fueron dineros del Estado enterrados que, no obstante, se apuntaron a la cuenta del haber de Cantabria, y que perdidos absurdamente sin ninguna rentabilidad social, nunca el Estado nos resarcirá suficientemente de esa gran cobardía del poder central de no acabar el ferrocarril y así no incomodar los fuertes intereses vascos.

Otra vez el País Vasco, otra vez Bilbao -que lo tiene todo y que mucho de ese todo lo paga el Estado con dinero nuestro- consiguen sus propósitos. Me pregunto hasta donde se alargará la anestesia y resignación de este pueblo cántabro que no expresa siquiera un lamento por este ataque y destrucción del sano ideal reivindicativo de generaciones de cántabros expresados en el histórico ferrocarril. En estas circunstancias, no es un despropósito afirmar que si un pueblo no sabe reaccionar aunque solo sea testimonialmente ante este tipo de situaciones, no merece ser considerado como pueblo.



ALERTA - 17 de julio de 2004