Cambio de Gobierno en España
y consecuencias para Cantabria

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Los resultados evitan la mezquina tentación al bloqueo institucional e inversor que en el pasado otros Gobiernos de Madrid inspiraron contra nuestros intereses.

Ha existido un voto emocional de repulsa al Gobierno al resucitarse en la mente de muchos ciudadanos el no a la guerra, que Aznar, ensoberbecido, no atendió.

Casi una semana después de las elecciones generales con los ecos de la inesperada derrota del partido en el Gobierno, no hace falta ser sociólogo o experto en investigaciones electorales, para pronosticar desde el sentido común sobre las consecuencias directas del atentado de Madrid del 11 de marzo en el resultado de las urnas. ¿Qué pasó para que ello ocurriera, cuando en situaciones de emergencia nacional el voto que se afianza es el conservador y, sobre todo, a favor del Gobierno que se enfrenta a la crisis, lo que una cosa y otra coincidían en la opción liderada por Mariano Rajoy?. Todo parece indicar que tanto la mala administración de la información en las horas posteriores al atentado y, finalmente, el que su autoría correspondiera a fanáticos islamistas, decantó al grueso de indecisos y posibles abstencionistas a favor del Partido Socialista. Aportaré mis impresiones al respecto, abordando tres asuntos: la política de Aznar, la cohesión territorial y las perspectivas de Cantabria ante el cambio de Ejecutivo para los próximos cuatro años.

La gestión de Aznar en los últimos cuatro años hay que dividirla en la doble perspectiva de la política y la economía. En acción política, el Aznar de la pasada legislatura ha sido muy distinto al de la primera. Condicionado por el nacionalismo moderado catalán, el presidente del Gobierno centró hábilmente sus políticas, dialogó y no excluyó, ejerció un liderazgo que le sirvió para la mayoría absoluta, siempre tan nefasta por ser antesala de la soberbia gobernante. La economía prosperó, ofreció credibilidad y, finalmente, ha sido el saldo más positivo de su gestión, lo que aventuraba un éxito renovado en las urnas con el nuevo liderazgo de Rajoy.

En la segunda legislatura, Aznar cambió sustancialmente su política. Abanderó la cohesión territorial de España, pero confundió el método. Cohesión, sí, con diálogo; la cohesión, sin embargo, no se alcanza por la vía de la imposición. No habló con quienes tenía que hablar, aprovechó polémicas que desde un sentido de Estado debió obviar y el resultado está a la vista: las elecciones han descohesionado al Partido Popular con su debacle en Cataluña –ha perdido la representación en dos de sus provincias- y el País Vasco. Los ciudadanos han optado por una visión más abierta de España que la que machacónamente intentaba imponer Aznar. Aquello que sostenían algunos de que la inflexible visión de Aznar sobre España le permitiría ganar sin problemas las elecciones, se ha visto que no ha funcionado.

Otro elemento importante se refiere al talante Aznar en los dos últimos años. La democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo y este principio no ha sido respetado. Nuestra participación en la guerra de Irak ha sido rechazada por casi el noventa por ciento de la ciudadanía española frente a la insensibilidad del propio Aznar y del PP, que no rectificó sino que, además, envió nuestras fuerzas en apoyo de su aliado americano. La alianza tan extraordinaria de Aznar con Bush, ha representado, a nivel de votos, lo mismo que la de Almunia con Frutos (PSOE e IU) en las elecciones de 2000 en las que Aznar humilló a los socialistas en las urnas. Ahora, la historia se ha repetido, pero al revés.

Llegamos, por último, a lo que sin duda representa una situación preocupante de la política española, que podemos definir como la trivialización de la palabra terrorista, asistiendo a la búsqueda insensata de terroristas o cuasi terroristas en el PNV y Esquerra Republicana, demonizando desde la ceguera política a quienes son solo contrincantes o adversarios políticos, mientras los auténticos terroristas se paseaban por Madrid preparando la gran matanza. Y, a la inversa, en un anti-PP exacerbado y con la misma ligereza que los anteriores, se ha llamado golpistas y también terroristas a dirigentes del partido que ha gobernado estos años España. Toda esta situación es lamentable y preocupante para el futuro, al dejar signos de intolerancia, como la de quienes provocaron las manifestaciones en el día de reflexión, rompiendo la normalidad y neutralidad que debe presidir una jornada tan decisiva para la ciudadanía.

No se puede obviar que el PP había tenido todo a favor –incluso la suerte- en estos últimos meses. Buenas perspectivas económicas, detención de terroristas y el pacto del tripartito catalán, del que pensó, sobre todo a raíz de la entrevista de Carod Rovira con ETA, que semejante irresponsabilidad le ofrecía la perspectiva de obtener buenos réditos electorales, suficientes para alcanzar la mayoría absoluta. Ahí vió el PP un filón y, lo que se ha encontrado es con la consolidación del tripartito, dejando las urnas al PP fuera de juego en la política catalana y vasca. Como la suerte no es eterna y en política -más en vísperas electorales- un error puede generar consecuencias, llegó el atentado del 11-M. No vamos a ofrecer nuestra particular versión sobre si erraron o no, lo cierto es que la ciudadanía percibió que el Gobierno no jugaba limpio. El domingo, por tanto, existió un voto emocional de repulsa al Gobierno al resucitarse en la mente de muchos ciudadanos el no a la guerra que habíamos dado y que Aznar, ensoberbecido, no atendió. Rajoy –que es hoy la imagen del político infortunado- a pesar de su campaña suave y moderada, no logró disipar las antipatías que había acumulado el presidente del Gobierno.

Por último, la lectura más definidamente cántabra de los resultados tiene varias dimensiones. Con los resultados, Revilla y su Gobierno eliminan la oposición que se estaba coordinando desde la Delegación del Gobierno y los medios públicos de comunicación. En el Parlamento, no tendrán muchos obstáculos ya que los que huyeron en busca de refugio madrileño, se han quedado fuera del juego político institucional. El Gobierno puede, además, respirar en cuanto a que contará con apoyos del Gobierno central para algunos proyectos muy necesarios. Otra cosa es que sean suficientes para industrializar Cantabria y otras necesidades urgentes. Si valoramos que el Gobierno del PRC-PSOE está consolidado a efectos de mayoría parlamentaria, sin duda es mejor para Cantabria que gobierne Zapatero. Nos evitamos la mezquina tentación al bloqueo institucional e inversor que en su tiempo otros Gobiernos de Madrid inspiraron contra Cantabria.

Pero el triunfo socialista tiene otra lectura más compleja, que analizaremos con más detenimiento. Triunfante en las urnas del domingo el tripartito catalán, habrá reforma del Estatuto de Cataluña; también de Andalucía y negociación con los vascos para buscar una fórmula que no sea el Plan Ibarreche. Conviene estar atentos al alcance de estas reformas, ya que si los cambios significan agigantar las diferencias competenciales y de recursos, solo nos queda una alternativa: pedir y exigir lo mismo (bastante daño nos hacen las ventajas fiscales y económicas del País Vasco), por cuanto quedarnos inermes en una España donde las diferencias se incrementen hasta el abismo entre unas y otras comunidades, sería insoportable. Los mismos derechos, para todos, si queremos que exista un mínimo de cohesión en la España de las Autonomías.

Finalmente, al margen de ganadores y perdedores, de reflexiones más o menos profundas sobre los porqués de un resultado electoral inesperado, terminamos con un recuerdo para las, hasta ahora, doscientas dos víctimas que han perdido en manos de la sinrazón y el fanatismo lo que más amaban: la vida. Siempre estarán presentes en nuestras vidas.


ALERTA - 20 de marzo de 2004