Un pueblo con dos milenios de
continuidad histórica /y 2

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Después de veinte siglos las gentes de esta comunidad llamándonos con idéntico nombre.

Nadie duda del valor de Cantabria como parte de la Prehistoria. La referencia de Altamira con todo su esplendor artístico, es una prueba de que en este territorio existió un pueblo hace no menos de quince mil años, y que con toda probabilidad contemplaron las mismas montañas, los mismos valles y el mismo mar que los cántabros del siglo XXI. Pero al no existir más huellas de aquellos protagonistas del Magdaleniense que los restos arqueológicos que se conservan, desconocemos casi todo sobre aquellos antepasados en cuanto a sus comportamientos, manera de pensar y que grado de conciencia tenían de su propia identidad como pueblo. Pero sería alejarnos del sentido común y del rigor histórico intentar establecer vínculos con aquellos ágiles cazadores del bisonte, que con sus conocimientos rudimentarios llevaron a las paredes de Altamira.

Otra cosa bien distinta es si buscamos esa continuidad histórica en el pueblo que vivía en este territorio en tiempos de Roma, del que sabemos mucho más, tenemos referencias escritas y conocemos con más detalle su identidad, manera de ser y características, a pesar de transcurrir algo más de dos mil años. Y es precisamente en aquellos antiguos cántabros en los que encontramos una verdadera continuidad histórica, que avala con creces nuestra condición de pueblo milenario.

De acuerdo con Estrabón, escritor contemporáneo de Augusto y testigo de las Guerras Cántabras, los cántabros antes de Roma vivían fundamentalmente de sus rebaños de caprino, equino y bovino, así como de la explotación minera y de una rudimentaria agricultura, versión completada por historiadores y arqueólogos tan reconocidos como Schulten, Pericot, García-Bellido, González Echegaray, entre otros. Un régimen económico de vida que se desarrolló durante siglos. En cuanto a su organización social, los pobladores antiguos de nuestra región estaban organizados en pequeños grupos de personas; es decir, en clanes o grandes familias con independencia social; gentes o tribus, y por último en pueblo, que comprendía todas las gentes y se organizaba frente al peligro, aportando reconocimiento universal a causa de su amor a la independencia y a la libertad.

El historiador y arqueólogo Joaquín González Echegaray en una conferencia impartida dentro del ciclo Los Cántabros, ¿quiénes somos?, que patrocinado por la Obra Social y Cultural de Caja Cantabria, dirigió y coordinó con gran éxito Anthony H. Clarke, uno de los más brillantes investigadores de la obra perediana, afirmó que “sabemos cosas muy concretas de los habitantes de nuestra región de hace dos mil años, que nos aseguran una verdadera continuidad respecto a ellos”, añadiendo que “unos y otros nos llamamos igual: somos cántabros”. De aquella conferencia que como las de otros ilustres participantes debió dar forma a un libro de gran interés para entendernos a nosotros mismos, anoté esta referencia de González Echegaray:

“Si tanto el nombre como el territorio subsisten en los mismos o parecidos términos, podemos además afirmar que, en líneas generales, la trama vital del pueblo ha continuado a lo largo de los siglos hasta el punto de que hoy se registran ciertas costumbres, creencias y fiestas, cuyos orígenes datan precisamente de aquellos tiempos. Las fuentes históricas nos hablan, a su vez, de reacciones colectivas e individuales que presentan rasgos similares y que pueden avalar la continuidad real desde entonces hasta ahora, aunque a través de un desarrollo abierto”.

Es importante reflejar, por tanto, que después de veinte siglos las gentes de esta comunidad seguimos llamándonos con idéntico nombre. Igualmente existe una identidad entre el territorio de entonces y el de ahora, aunque la extensión sea menor. En 1822 la provincia de Cantabria aun incluía los municipios de Rivadedeva (Colombres), Peñamellera Alta (Alles) y Pellamellera Baja (Panes), pasados arbitrariamente a la provincia de Oviedo, así como los de Arreva, Bricia, Soncillo, Santa Gadea y Zamancas, hoy pertenecientes a Burgos. Un territorio marcado por dos datos esenciales: las fuentes del Ebro, que nace en Cantabria y que ya citaron Estrabon, Pomponio Mela, Plinio o Florez, más recientemente, y la costa cantábrica desde el Sella hasta casi el Nervión, es decir, nuestras fronteras autonómicas han quedado reducidas tanto por occidente como por oriente y el sur.

Durante mil años –hasta la invasión musulmana- Cantabria y cántabros se llamaban al país y sus habitantes, tomando protagonismo Liébana con motivo del inicio de la Reconquista y el solar que alumbró la primera Monarquía, al imponerse la familia de Pedro, Duque de Cantabria a la de Pelayo en al sucesión dinástica, además de proyectarse como el centro cultural de la España no sometida a los árabes con Beato de Liébana. Se inicia una etapa en la que el nombre de Cantabria se oscurece para dar paso al nombre propio de cada una de las comarcas: Liébana, Campoo, Santillana, Trasmiera, hasta que en el Renacimiento recobra nuevamente fuerza y aparecen obras tan significativas como la de Pedro Cosío y Celis Historia en dedicatoria, grandeza y elogios de la muy valerosa provincia xamás vencida Cantabria, o la del P. Sota Crónica de los Príncipes de Asturias y Cantabria, hasta llegar a Enrique Florez con el fin del secuestro de nuestra historia por historiadores vasquistas y de la escuela de Nebrija.

Desde el siglo XVIII el nombre de Cantabria recobró toda su fuerza. Se crea la Provincia de Cantabria en la Casa de Juntas de Puente San Miguel, se constituye la Real Sociedad Cantábrica de Amigos del País para el fomento de la historia, las artes y la industria; el ejército que hace frente a los franceses toma el nombre de Armamento Cántabro y se crearán las unidades denominadas Husares de Cantabria y Tiradores de Cantabria, y el obispo Menéndez de Luarca que declaró la guerra a Napoleón es titulado Regente de Cantabria. En 1895, coincidiendo con la aparición del periódico El Cantábrico, el Batallón Cantabria saldrá de Santander con destino a la guerra de Cuba. Posteriormente, a lo largo del siglo XX y tras una etapa de coexistencia entre las definiciones de montañés y cántabro -que significan lo mismo- el nombre de Cantabria alcanzó más fuerza, tanto en situaciones de normalidad democrática como de dictadura.

La conclusión sobre estas reflexiones, ratifica nuestro rango histórico que algunos, bien por ignorancia, o por nuestra pequeña dimensión y población, quisieran negar: que el pueblo cántabro ha mantenido su identidad a lo largo de los últimos dos mil años, un dato que debe conocer el muy honorable Pascual Maragall, empeñado en ponernos en la cola de la historia, precisamente él que viene de una familia de letras y a cuyo abuelo debemos este hermoso poema escrito en catalán en su “Himno a Iberia”:

      “¡Cantabria!. Somos tus bravos marineros
      cantando en las tempestades;
      la tierra es grande, el mar lo es más,
      y tierra y mar están embravecidos.
      Nuestra vida es lucha, nuestro corazón es fuerte;
      nadie ha podido dominar a sus hijos;
      sólo la muerte, sólo la muerte,
      La nieve de las cimas, los fondos del mar”.


ALERTA - 21 de agosto de 2004