El país pasiego:
esperanzas pendientes

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El pasiego es un tipo excepcional que ha sabido vencer las dificultades de la orografía y del clima riguroso, pero que como ciudadano tiene problemas serios en su desarrollo diario que hay que atender y resolver.

Recordaba en el artículo de ayer que hace veinte años realicé un viaje a Calseca, municipio de Ruesga, en compañía de Quique Setién, creo recordar que fue el lunes después del domingo que logró aquellos cuatro goles frente a Osasuna de Pamplona, una tarde de gran éxito futbolístico. Buscaba los antecedentes de su apellido en el país pasiego y aquello nos ofreció la oportunidad de conocer este pueblo que el año anterior había accedido a la energía eléctrica después de que el primer Gobierno de la autonomía impulsara el primer plan de electrificación rural. A finales del siglo XX, este pueblo como otros de la zona pasiega alcanzaba uno de los símbolos de la modernidad –la luz- cuando cien años antes ya se instaló en la villa de los Arzobispos, entonces favorecida por el Rey Alfonso XII y el Marqués de Comillas.

Fue mi primer encuentro con la realidad pasiega y lo que vi me impactó. Visité algunas de las cabañas familiares construidas sobre piedra y lastra con la cocina como único núcleo vivencial, con un espacio reducidísimo para las camas de colchón de hierba y todos los utensilios necesarios para hacer posible la supervivencia en los largos inviernos. El calor generado por el ganado –en la planta inferior- más el de la lumbre, proporcionaba la temperatura adecuada. Era aquel un hábitat propio de hace cien años, casi el mismo que encontré descrito en un relato del periódico El Cantábrico cuando el primer del siglo XX publicó un reportaje sobre doña Josefa Cobo Barquín, conocida por La Chula, una pasiega que nacida en 1798 vivió en tres siglos en una modesta cabaña próxima a Liérganes.

En aquella visita conocí a Julio Pérez Setién, que durante años realizó incontables gestiones para mejorar la situación de los vecinos de su pueblo. En esta visita también he tenido la oportunidad de compartir unas horas con este hombre de trabajo y honradez, repasando lo que fue entonces Calseca y lo que es hoy. Nada ha cambiado en cuanto a que sigue siendo una tierra pobre de Cantabria, trabajada con ahínco y sacrificio por las pocas familias jóvenes que aún quedan. En 1984 eran treinta las familias que vivían en Calseca; hoy, son tan solo doce y apenas hay ocho o diez niños que acuden diariamente a centros de enseñanza pública de Selaya y Liérganes mientras que los que estudian secundaria lo hacen en Solares. Predominan los jubilados con pensiones del seguro agrario que no superan los cuatrocientos euros, después de decenas de años de trabajo sacrificado en el abrupto territorio pasiego.

Hoy los vecinos de Calseca tienen luz, teléfono, televisión y los adelantos que llegaron a la sociedad de consumo hace cuatro décadas. Han mejorado poco a poco sus condiciones de vida que, sin embargo, distan de ser las óptimas. Julio Pérez Setién reconoce y reitera para que tome buena nota aunque lo tenga bien presente, que el Gobierno de José Antonio Rodríguez los llevó la luz a las cabañas y los de Hormaechea el resto de los servicios, además de la carretera que une San Roque con Selaya, que representó en su tiempo una apuesta valiente. Viven mejor pero subsisten algunas situaciones calamitosas de algún pasiego que no han encontrado eco en las autoridades municipales y autonómicas. La ambulancia más próxima tiene su base en Solares, bastante lejos para una urgencia.

Hay otras demandas que no se han atendido, reflejo de esa esperanza pendiente de cumplirse, porque no cuentan precisamente con apoyos para recordar de tiempo en tiempo sus reivindicaciones. Quizás hablemos con frecuencia del país pasiego, de lo que representa, de su valor de identidad, pero nos olvidamos que allí viven personas con la misma dignidad que el resto de cántabros, no precisamente en el confort sino en la necesidad aún de cosas elementales. Me alegro de que el bueno de Julio y su familia estén bien aunque los años no pasan en balde. Puede ascender con esfuerzo a Collado Espina o a Porracolina, donde quedan algunos neveros, a los que subió de niño por primera vez en el cuévano portado por su padre, también pasiego de Calseca.

Es necesario tratar en estas reflexiones el estado de la cabaña pasiega. Hace veinte años algunas se encontraban abandonadas y apenas tenían un valor simbólico; hoy, sin embargo, la cabaña ha alcanzado un gran poder de atracción de compradores, sobre todo del País Vasco, amantes de este mundo cerrado que representa uno de los exponentes más significativos de la forma individual de explotación frente a los usos colectivos en otras zonas de Cantabria. Nada se puede objetar a que cientos de cabañas estén en venta ya que son muchos los que respetan este patrimonio y mejoran su interior sin adulterar el significado.

Pero hay casos en los que se ha comenzado a adulterar ese gran patrimonio arquitectónico de las cabañas, exportando a Cantabria sus propios modelos entre la pasividad manifesta de las autoridades y el clamor de voces profesionales cualificadas, que piden acciones inmediatas como la protección del territorio pasiego. Son ya numerosas las pruebas de actuaciones irregulares a las que se debe poner orden y responsabilidad en el respeto a un legado de siglos.

Todavía estamos a tiempo de recuperar este patrimonio, pero cierto es –y ahí están otras voces mucho más cualificadas que la mía- que vienen insistiendo en que si se mantiene la política de dejar hacer, de que a Cantabria se exporten y se impongan otros modelos arquitectónicos sobre los que ya tenemos cientos de vergonzosos ejemplos en la costa y en el interior, dentro de unos años posiblemente no haya nada para recuperar. Un camino adecuado para intervenir con urgencia pasa por ordenar, catalogar, conservar y rehabilitar lo que es un rico patrimonio, al tratarse de construcciones muy integradas en el paisaje que por esta razón demandan, cuanto antes, paralizar las rehabilitaciones anárquicas ajenas a su secular estética.

Siendo un hecho la regresión ganadera en lo que representa como el declive de unas formas de vida y existencia en el territorio pasiego con un paisaje excelentemente conservado, estimamos que las posibilidades son inmensas si tenemos en cuenta que la zona pasiega representa un ejemplo de equilibrio entre explotación y mantenimiento, siendo uno de los parajes más singulares de España que bien podría ser declarado Patrimonio de la Humanidad y que, todavía en Cantabria, no ha alcanzado la categoría de Bien de Interés Cultural.

Los propios pasiegos, las instituciones municipales que tienen este patrimonio único, deben ser protagonistas del diseño de ese futuro que todos anhelamos para el mundo pasiego que ofrece, además, otras singularidades como los valores etnolingüistícos, su historia y vida, tal y como parecen fielmente retratados en obras de destacados escritores cántabros que nos presentan al pasiego como tipos excepcionales que han sabido vencer las dificultades de la orografía y del clima riguroso, pero que como ciudadano tiene problemas serios en su desarrollo diario que, insistimos, hay que atender y resolver.


ALERTA - 24 de mayo de 2004