Cien años de la llegada a Liébana La Voz de Liébana y su director, Mariano Fernández Río,
Todos los años –generalmente el último fin de semana de septiembre-, me instalo con un buen puñado de amigos en el refugio de Áliva, propiedad de Cantur, que lleva el nombre de José Antonio Odriozola Calvo, ese gran amigo de cuya sabiduría disfruté en mi década de los setenta en Madrid, inventor de la idea del teleférico de Fuente Dé y autoridad internacional en el montañismo, desaparecido hace ya casi veinte años en un accidente de tráfico. En mi reciente investigación sobre El Cantábrico, encontré a partir de 1921 varias referencias a la iniciativa de construir un refugio en Áliva, una vez terminada la carretera de Camaleño a Espinama, constituyéndose la Real Sociedad Picos de Europa que abrió una suscripción de bonos de cien pesetas por un valor total de diez mil pesetas, ofreciéndose por cada abono diez días de albergue en el pequeño hotel a construir. Las cacerías reales que había iniciado Alfonso XII, el inicio de las ascensiones a los picachos de los Picos de Europa y las bellezas naturales de la tierra, promocionaron las enormes posibilidades turísticas de la zona, en un tiempo en que España comenzaba a explotar esta nueva vía de recursos y comenzaba a construirse una red de paradores. Coincidiendo con esta presencia en tierra lebaniega, dedico habitualmente mi artículo semanal a nuestra gran comarca natural e histórica –el País Lebaniego-, evocando hechos y acontecimientos sobresalientes para sus gentes. En esta ocasión lo haré sobre el centenario que se cumple estos días de la aparición de la publicación La Voz de Liébana, la instalación de la primera imprenta y la llegada del telégrafo, para continuar mañana con un repaso a otras publicaciones competidoras como Picos de Europa que dirigida por Napoleón Ruiz, encontró la réplica en una cabecera surgida con mucho misterio en Camaleño con el significativo título de Watterlóo. En el transcurrir de estos acontecimientos, evocaremos la revuelta de Vega de Liébana, ocurrida el 18 de enero de 1907, que provocó nada menos que siete muertos cuando un centenar de vecinos se manifestaban ante su ayuntamiento. La aparición de La Voz de Liébana, el 12 de agosto de 1904, de la mano de Mariano Fernández Río significó una apuesta importante en pro del desarrollo de la comarca que entonces sumaba un total de doce mil habitantes, el doble que actualmente. Llegó esta cabecera de la prensa local cántabra afirmando sus promotores que “no entendemos de política (...) viene, sí, a llenar un vacío que se deja sentir en este apartado rincón de la antigua Cantabria, olvidada ante los gobernantes que rigen los destinos de nuestra nación infortunada”. Cien años antes se había comenzado a construir la iglesia parroquial gracias a un importante donativo del entonces Obispo de Málaga, José Vicente de la Madrid, ilustre hijo de Potes, inaugurándose noventa años más tarde –el 27 de septiembre de 1894- a causa de muchos acontecimientos vividos como la invasión francesa y la primera guerra carlista. Titulada Revista Quincenal de Intereses Generales, nació con el compromiso de “defender los intereses generales de toda la Jurisdicción”, proclamó en su ideario el propósito de “procurar que los que rijan unos y otros valles, estén siempre en contacto y unidos con un solo pensamiento y una sola aspiración: la de hacer próspera y feliz a esta fértil comarca Lebaniega”, para cuyo objetivo La Voz de Liébana esperaba la ayuda “de los buenos patriotas, hijos del país, que aquí, y fuera de la patria que los vio nacer, residen”. Gracias al esfuerzo y genio emprendedor y comercial del director-fundador, Mariano Fernández Río, Potes asistió en octubre del mismo año 1904 a la instalación de la primera imprenta –los primeros números de La Voz de Liébana se editaron en los talleres de sucesores Antonio de Quesada, en la Cuesta del Hospital de la capital cántabra-,estreno que se anunció como “adelanto que ha de contribuir a regenerar en parte la sociedad civil y facilitará medios de vida a la agricultura, al comercio y a la industria en general”. Este acontecimiento histórico debiera conmemorarse en la capital lebaniega ya que el 1 de octubre de 1904 se tiró en la nueva imprenta el primer número de La Voz de Liébana, y el nombre de Mariano Fernández Río figura ya en la historia local como el protagonista que intentó regenerar la vida de Potes y la comarca a través de la prensa. Defensor de todo lo que significara progreso, la publicación decana de Liébana insertó en el primer número una nota que reflejaba la primera de sus reivindicaciones: el telégrafo. Llegó este medio que se había inventado en Estados Unidos medio siglo antes, con motivo de una cacería de Alfonso XIII en Picos de Europa, pero terminado esta estancia real se cerró la oficina. Fue insistente la presión de La Voz de Liébana y del alcalde de Potes, Jesús Jusué, hasta que en julio de 1905 –once meses después de la aparición de la primera publicación lebaniega- se llegó a un acuerdo con el Gobierno tras la aportación por los municipios de la comarca de “quince peones durante catorce días y el arrastre de 560 postes de Torrelavega a Unquera para empalmar la línea en dicho punto”. También este mismo año se instaló el primer fotógrafo en Potes, honor que correspondió a Álvaro Fernández, que comenzó a realizar toda clase de trabajos, especializado en “ampliaciones inalterables al bromuro y postales de la región”, tiempo este en el que sobresalían, entre otros, los establecimientos de Castor del Río (de velas de cero al vapor); Celestino Prados (ultramarinos y vinos de todas clases); las relojerías de Manuel Bustamante Gómez y de Eugenio Martínez; don Hilario Hernández (guarnicionería en la plaza mayor); la bodega de Mariano de Miguel y el establecimiento de Victoriano Almirante, cosechero de vinos en Tama. En estos primeros años del siglo XX también ocurrieron desastres y tragedias. La vendimia de 1905 fue realmente triste. En Cillorigo la cosecha fue prácticamente nula y en Potes apenas llegó a la tercera parte del año anterior. La filoxera dañaba las vides de los campos lebaniegos y en las páginas de La Voz de Liébana se aportaban numerosas noticias sobre las distintas producciones en la comarca; remedios para combatir el oidium y el maldiew, además de recetas para mejorar la producción del garbanzo, que abundaba en las tierras. La población agraria era importante, y en 1907 se constituyó el Sindicato Agrícola Lebaniego, que creó una Caja de Ahorros y Préstamos que pagaba un interés del 3 por ciento a los ahorros y percibía el 4 por ciento en los préstamos, evitando que los agricultores cayeran en manos de las garras de la usura. La tragedia que generó una gran consternación en la comarca y que llegó al Congreso de los Diputados al interpelar el diputado Garnica al ministro de Gobernación, Conde de Romanones, se produjo el 18 de enero de 1907, cuando los disparos de la guardia civil abatieron a siete vecinos del municipio de Vega de Liébana, que protestaban por el incremento de los impuestos de consumos y por la falta de cuentas claras del municipio en los últimos veinte años. Unas cien personas cansadas de un caciquismo agobiante, se congregaron ante el Ayuntamiento portando una bandera española y un tambor como instrumento familiar en todos los bailes regionales. La desproporcionada acción de la guardia civil generó toda una tragedia sobre la que La Voz informó con valentía y rigor. Cinco años después, se instaló una lápida en la portada del Ayuntamiento en la que figuran los muertos: Mariano Gómez y Ciriaco Vada (Vejo); José Diez (Valcayo); Toribio González (Ledantes); Ignacio Fernández (Maredes); Gregorio Fernández (Dobres) y Vicente Salceda (La Vega). Recuerdos tristes que no pueden obviarse, y que citamos en homenaje a estas víctimas inocentes a las que despidieron más de dos mil personas en un clima de casi estado de guerra en Liébana. Mañana continuamos. ALERTA - 24 de septiembre de 2004 |