El Príncipe heredero
y el título de Duque de Cantabria

La Historia oculta y secuestrada /y 2

La catedrática asturiana Isabel Torrente que en el II volúmen de la Historia de Asturias (Oviedo, 1996) afirma: "El triunfo de Ramiro I en su empeño marca un hito en la Monarquía, ya que su triunfo lleva parejo el definitivo de la dinastía de Pedro de Cantabria”.

Gómez-Tabanera, historiador asturiano, afirma que todas las dinastías, “posteriores a la de Cantabria”, prolongan durante doce siglos una Casa Real representada por don Juan Carlos, Soberano reinante, y su hijo don Felipe, Duque de Cantabria, Príncipe de Asturias y de Gerona..."

Hemos señalado en diferentes artículos que desde Cantabria tenemos que reconocer el rigor de los historiadores asturianos que en sus libros sobre los siglos VIII y IX avalan con conclusiones a sus estudios e investigaciones dos cuestiones de trascendencia: el origen en Liébana del primer núcleo guerrero que inicia la Reconquista con las familias del Duque Pedro de Cantabria y de Pelayo y, por otro, la estirpe cántabra que titularizó el Ducado de Cantabria como tronco familiar del que surgió de la Monarquía Española. Ya lo sentenció la Real Academia de la Historia en su informe de 1916: los orígenes del Reino hay que buscarlos en la indómita Cantabria, tesis también ratificada por las crónicas de aquél tiempo y los más destacados historiadores que analizaron dichas fuentes documentales.

Si todos los testimonios recogidos y las conclusiones a las que conducen son indubitadas, preguntamos: ¿Por qué razones el Príncipe Heredero de la Corona de España no cuenta entre sus títulos y en lugar preeminente con el de Duque de Cantabria?. En el acto del jueves de presentación de quién dentro de unos meses asumirá el título de Princesa de Asturias, don Felipe de Borbón dijo que su decisión de contraer matrimonio significaba “un eslabón más en la dinastía que engarza con la historia”. Una respuesta cargada de gran significado, pero que en el caso de Cantabria no se cumple en lo que representa un fiel respeto a la Historia.

En esta ocasión vuelvo a invocar opiniones ajenas a Cantabria que no puedan ser acusadas de un sentimentalismo partidista, como la del antropólogo e historiador asturiano José Manuel Gómez-Tabanera, miembro de número del Instituto de Estudios Asturianos, que en el libro sobre Alfonso II El Casto (1) del cronista oficial de Asturias, Constantino Cabal (1877-1967), páginas 531-537 escribe:

"Será pues el príncipe Ramiro, posteriormente Ramiro I, de donde arranque la línea dinástica destinada a prolongar durante doce siglos una Casa Real de las Españas representada hoy por don Juan Carlos, Soberano reinante y su hijo don Felipe, Duque de Cantabria, Príncipe de Asturias y de Gerona..."

Precisemos que Ramiro I fue hijo del Rey Vermudo I, bisnieto y nieto, respectivamente, de Pedro, Duque de Cantabria, tronco familiar del que surge la Monarquía Española. No es el asturiano Gómez Tabanera el único que evoca esta presencia significativa de la estirpe real de Cantabria en el origen de la Monarquía Española. Hay otras y muy significativas.

El propio Rey Alfonso XII - y las palabras se hallan esculpidas en piedra desde hace más de un siglo en el Palacio de Sobrellano de Comillas - en una carta a la Infanta doña Paz escrita en uno de los veranos que pasó en la Villa de los Arzobispos, tras proclamar "la nobleza y el patriotismo" de nuestro pueblo, añadió:.."tal vez me creáis digno de esta Cantabria, cuna de la Monarquía Española". Más inmediato en el tiempo es el comentario del académico de la Lengua y catedrático de la Universidad de Oviedo, recientemente fallecido, don Emilio Alarcos (2), quién al referirse a la historia y la cultura de Asturias y Oviedo, escribe: "...No se olvide que los creadores del reino asturiano (Pelayo y luego la familia de su yerno) procedían de Cantabria". Se refiere el académico Alarcos a Alfonso I el Católico, que se unió a la familia de Pelayo al contraer matrimonio con su hija, la princesa lebaniega Ermesinda, reconociendo, sin medias tintas, a los descendientes de Pedro de Cantabria como creadores del Reino.

Este protagonismo de la familia de Pedro de Cantabria en los primeros reyes españoles es concluyente para la catedrática de Historia Isabel Torrente Fernández que en su colaboración para la obra Historia de Asturias (3), acepta totalmente esta preeminencia y, refiero lo que ha dejado escrito y que ratifica la tesis ya expuesta de Gómez-Tabanera:

"El triunfo de Ramiro I en su empeño marca un hito en la Monarquía, ya que su triunfo lleva parejo el definitivo de la dinastía de Pedro de Cantabria, así como el de la línea sucesoria de varón a varón".

No encontraremos en todos los estudios editados sobre la historia del Reino de Asturias, vacilación alguna a la hora de reflejar la preeminencia de la familia de Pedro de Cantabria en el origen del reino cántabro-astur y, por tanto, de la Monarquía Española. Paulino García Toraño en su obra Historia de El Reino de Asturias (4), reconoce:

"Con Alfonso II -hijo del rey Fruela I y, por tanto, nieto de Alfonso I el Católico- se reanuda el hilo de la sucesión hereditaria de la Corona, pero al morir sin hijos vuelve la Corona a la familia colateral de los cántabros para no interrumpirse ya más el principio de la Monarquía hereditaria (pág. 177).

Lo que quiere decir García Toraño se entiende mejor con estas palabras: la rama de Alfonso I, hijo de Pedro, casado con la hija de Pelayo, se extinguió con Alfonso II el Casto, pero perduró la rama exclusivamente cántabra con Fruela el hermano de Alfonso I, ambos hijos de Pedro de Cantabria, cuyos hijos Aurelio y Bermudo I fueron reyes y fue el hijo de este último, Ramiro I, con el que continuó hasta don Juan Carlos la tradición monárquica; la misma tesis mantenida por el historiador y experto en genealogía de la Corona, Juan Balansó, recientemente fallecido, quién ya en 1989 reclamó el protagonismo de Cantabria en la conmemoración de los trece siglos de Monarquía Española desde el Rey cántabro Vermudo I. (789-792).

En la interesante obra Nobiliaria Española (5), también se hace una explícita mención al origen cántabro de la Monarquía Española en los siguientes términos:

"Durante trescientos años fue una dinastía cántabra la que dirigió los destinos del Reino Astur-leonés desde Alfonso I (739), Duque de Cantabria y tercer rey de Asturias, hasta Sancha I, reina de León (1O37) y esposa de Fernando I que fueron los primeros reyes de Castilla".

Son testimonios documentales que reflejan nuestro honroso y brillante pasado, cargado de muchos momentos de adversidades y sacrificios en defensa de la libertad frente ante cualquier yugo externo, que es el gran patrimonio de una Comunidad con una antiquísima historia. Si este título de Duque de Cantabria que acompañe al de Príncipe de Asturias, nos corresponde por derecho propio e, incluso, se invoca por historiadores ajenos a Cantabria, ¿por qué no plantear oficialmente una aspiración que entendemos legítima y que se sustenta en hechos históricos irrefutables?. Así lo plantee en el Parlamento de Cantabria hace unos años en una iniciativa documentada y con una resolución que, lamentablemente, no encontró el apoyo necesario, un ejemplo de las muchas estupideces políticas que se cometen. Nuestro pasado de vinculación con la Corona es mucho más que la simple evocación de los veraneos regios de Alfonso XII y Alfonso XIII. Lo ha escrito desde su rigor de historiador Miguel Artola (6), al indicar que la dinastía cántabra se alargó hasta el año 1037, sucediéndose hijos y hermanos de Reyes.

De nuestros reyes cántabro-astures se llegó definitivamente, con el paso del tiempo, a la unificación dinástica que coincide prácticamente con la construcción unitaria de España. Gómez-Tabanera en su trabajo publicado en el libro sobre el rey Alfonso II el Casto, destaca el protagonismo de la Dinastia surgida del tronco familiar del Duque Pedro, todas ellas -Navarras, Borgoñas, Trastamaras, Austrias y Borbones- “posteriores a la de Cantabria”, circustancia que permite afirmar que Juan Carlos I desciende de Vermudo I por línea ininterrumpida de padres a hijos o hijas.

Apunta bien Gómez-Tabanera al señalar una serie de dinastías dentro de una misma Familia Real, pero todas –insiste en su trabajo- posteriores a la de Cantabria. En efecto, con el rey Vermudo I, descendiente directo de Pedro, Duque de Cantabria, comienza una línea ininterumpida de padres a hijos o hijas, ya que Vermudo I es padre de Ramiro I, al que sucede su hijo Ordoño I, padre a su vez de Alfonso III el Magno, al que reemplaza su hijo Ordoño II, hasta llegar tras mil años de historia monárquica al actual rey don Juan Carlos. Por el contrario, la línea directa - sucesión de padre a hijo - de Alfonso I, el Católico, emparentada con la de Pelayo, continuó en su hijo Fruela I y, en el hijo de éste, Alfonso II el Casto, se interrumpió.

Son muchas más las citas que podemos traer a estas reflexiones sobre la Dinastía cántabra que creó un Reino y el consiguiente ocultamiento que existe del título de Duque de Cantabria; por cierto, solicitado insistentemente por personas privadas al Ministerio de Justicia y hasta ahora reiteradamente denegado. Reitero lo que tantas veces he dejado escrito: todo pueblo que esté decidido a construir un brillante futuro no puede perder la memoria de su historia. Ya un pensador afirmó que "conocer el pasado es defender el presente" y en ese espíritu sustento estos trabajos evocadores sobre una historia oculta y secuestrada, salvo las aportaciones de nuestros historiadores Manuel Pereda de la Reguera en su Cantabria, raiz de España (reedición 2000) e Ildefonso Llorente Fernández con su obra Recuerdos de Liébana (1883).


BIBLIOGRAFÍA

(1). Alfonso II el Casto, de Constantino Cabal, cronista oficial de Asturias, con prólogo de Eloy Benito Ruano, secretario de la Real Academia de la Historia y apéndice del Prof. José Manuel Gómez-Tabanera, miembro de número del Instituto de Estudios Asturianos. Grupo Editorial Asturiano. Primera edición de 1943.
(2). Diario ABC de 18 de junio de 1996.
(3). Volúmen II de la obra Historia de Asturias. Oviedo, 1996.
(4). Historia del Reino de Asturias, de Paulino García Toraño. Oviedo, 1986.
(5). Nobiliaria Española, de Martínez de la Plata, V. y Valero de Bernabé, I. Madrid. 1995.
(6). La Monarquía Espñola, de Miguel Artola, página 54. Alianza Editorial. 1999.


ALERTA - 9 de noviembre de 2003